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jueves, marzo 28, 2024

El exilio dorado

por Pedro González Munné / DESDE ABAJO

Ioyandro es uno de los cientos de jóvenes cubanos recién llegados de la isla, los cuales aparentemente aterrizaron con un «paraguas de oro» en Miami. Aquí, en su flamante oficina de Hialeah Gardens, dos elegantes muchachas cubanas uniformadas -con la típica mirada cálida de las educadas en Cuba-, se ocupan de varios clientes haciendo las diferentes gestiones para enviar dinero, paquetes o sacar pasajes por los chárteres a La Habana y cuatro ciudades cubanas.

No veo por ninguna parte un permiso federal para estos trámites -como exige la ley federal norteamericana- y pregunto: «¿Cuándo les dieron la licencia?», e inmediatamente se levanta y susurra: «Trabajo con la de una amiga, hasta que me llegue la mía» -y sonríe- «tu sabes…». Nos encaminamos al parqueo del pequeño centro comercial, donde en una cafetería latina encontramos la inefable ventanita donde venden el mejunje caliente y dulzón de café mezclado con frijol, al cual califican aquí de café cubano.

Él es de la llamada generación «Y», los cuales tienen nombres con «y» griega o inventados, símbolo de los nacidos o educados durante la época del Período Especial en la Cuba de los noventa, creciendo en una época difícil dentro de la sociedad cubana, con el descenso de los niveles de alimentación y educación, afectando el nivel de vida del cubano, el desarrollo mental de estos jóvenes y su disciplina social, ante el crecimiento brutal del mercado negro, la prostitución y la violencia callejera.

«A nosotros no nos ha ido mal» -me dice recostado a su flamante Cadillac Escalade, un SUV cuyo precio supera en la Florida los $60,000 dólares, aún sin los plateados «rims» -llantas- y los neumáticos extra medida.

De veras, no les ha ido mal, no les fue en Cuba a él y su familia, pues sus padres -hoy retirados- pertenecían a la burocracia estatal, lo cual les permitía viajes frecuentes al extranjero, automóvil y combustible pagados por el Estado, así como los beneficios de tener acceso a recursos en sus empresas, garantía de un nivel de vida muy por encima del promedio cubano y una casa-finca en las cercanías de la Ciudad de la Habana.

Pero Ioyandro, como todos otros cientos de cubanos de Miami descendientes o familiares de miembros de la nomenclatura del aparato burocrático cubano o potentados del mercado negro, no están en los Estados Unidos por motivos políticos, o las oportunidades económicas de un país desarrollado para los inmigrantes: ellos han venido con el fin de administrar e invertir los millones de dólares provenientes de Cuba, enviados para engrosar las cuentas bancarias de los familiares de esos «macetas» -los nuevos potentados de la sociedad cubana.

Ante los anuncios de cambios y reformas del Gobierno cubano, una de las medidas importantes será la integración de las dos monedas circulantes en el país, o sea el Peso (hoy cambiado entre $24 y $27 por dólar) y el CUC (artificialmente pareado con el Euro), lo cual pudiera dejar de la noche a la mañana a estos mercaderes con cientos de miles de inútiles papeles en colores debajo de sus colchones.

Las transferencias de dinero se hacen ante la indiferencia cómplice de las autoridades norteamericanas, siempre más preocupadas por perseguir a las compañías buscando hacer negocios con Cuba, prohibidos por el embargo de 50 años sobre la isla, pero sin hacer mucho esfuerzo por detener quienes sin licencia federal violan abiertamente la ley en su territorio, como las operaciones ilegales en el aeropuerto de Miami, donde el tráfico de dinero y artículos robados hacia la isla es cotidiano.

Sin embargo, ¿cómo envían sus CUC los macetas a Miami? Sencillo: no lo hacen.

Agencias de viajes a isla con licencia, las ilegales y las cadenas de traficantes, les entregan dólares en efectivo a Ioyandro y otros como él, representantes de los «macetas» cubanos y éstos, a cambio, cuando reciben por e-mail en la isla los listados, con nombres, direcciones, números de identidad y cantidades, de las personas a recibir ese dinero, las entregan con sus propios empleados, casi siempre, en menos de 24 horas.

Otro negocio lucrativo para estas personas es el control de los pasajes a Cuba en los chárteres que diariamente tienen vuelos desde Miami hasta La Habana y cuatro ciudades cubanas, pues adquieren «al por mayor» con semanas de antelación los asientos, por los cuales pagan en efectivo a esas compañías para luego revenderlos a las agencias de viaje pequeñas o a los traficantes callejeros de tickets, en un sistema similar a los tratos aprendidos en el mercado negro en la isla.

Este tráfico de millones de dólares, donde las familias pagan hasta un 26 por ciento en los Estados Unidos por los envíos de ayuda a sus seres queridos en Cuba se viene desarrollando desde hace años y es la fuente de este «exilio dorado», lucrando abiertamente hoy en día en Miami, siendo partícipes de cuanto negocio ilegal aparece y pueda incrementar sus ganancias con productos y suministros para el siempre abierto mercado negro cubano.

A los Ioyandros y otros como él no les va mal, solamente a los esforzados emigrados que diariamente visitan su oficina en Hialeah Garden u otras como esa y tienen que pagar los precios «de garrote» -cargos excesivos impuestos por los traficantes- para mantener su contacto con los suyos o su tierra.

Otro de los beneficios del embargo norteamericano, alegremente propuesto y apoyado por los políticos de Miami, cuyo principal objetivo es incrementar el sufrimiento y la separación de la familia cubana.

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