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jueves, abril 18, 2024

La breve vida de un defensa central

De todo el equipo, Pedro Béjar tiene una historia especial. Jugaba como defensa central, siempre en esa posición, aunque había partidos en los que El Técnico lo probaba como medio de contención por su gran facilidad de tirar balones largos al área contraria. Siempre lo buscaban de otros equipos para incluirlo en su roster; sin embargo, el fantasma de la disfunción familiar lo persiguió durante los años de juego, hasta que un día amaneció navajeado en una camilla de la Cruz Roja.

por L. Alberto Rodríguez / DESDE ABAJO

De todo el equipo, Pedro Béjar tiene una historia especial. Jugaba como defensa central, siempre en esa posición, aunque había partidos en los que El Técnico lo probaba como medio de contención por su gran facilidad de tirar balones largos al área contraria. Siempre lo buscaban de otros equipos para incluirlo en su roster; sin embargo, el fantasma de la disfunción familiar lo persiguió durante los años de juego, hasta que un día amaneció navajeado en una camilla de la Cruz Roja, de la cual se levantó para dejar el fútbol para siempre.

En el bestiario del balompié Béjar sería el troll gigante. Al recorrer la última línea de la defensiva, parecía abarcarlo todo, estaba en todos lugares casi al mismo tiempo. Era fuerte, un líder visible al que cualquier osado confrontaba irremediablemente al intentar traspasar la franja que separa al portero del resto del campo. Hablaba poco, pero sabía gritar sus consignas. En cierta ocasión, estando el equipo ganando tan sólo por un gol en un partido de semifinal, la delantera contraria, compuesta por tres mastodontes que, según su registro, tenían 17 años pero lucían como de 35, arrasó con el contención a base de toques y choques de fuerza; el iluso medio izquierdo barrió fuerte para intentar zafarle el balón a uno de ellos, pero sólo consiguió una triple fisura en el peroné. Béjar aguardaba en la media luna del área, quizá sin reparar cada uno de aquel trío le sacaba medio metro de estatura. Estaba sólo. Detrás de él sólo quedaba el portero que veía pasar lento el tiempo mientras tragaba saliva mirando a aquel tridente rodando la esférica en una carrera brutal, pensando que sería el fin, no sólo del triunfo, sino de su carrera adolescente y trémula de guardameta. El único que permanecía inamovible era Pedro Béjar. Esperó quieto. De pronto, cuando un polvo de tierra saltó al paso furioso de los contrincantes, el 4 gritó “¡VOOOY!” y soltó un spring rabioso contra el que llevaba la pelota. El campo era un polvorón de tierra seca, por lo que cada zancada levantaba una nube tan espesa que desde la portería apenas se podía ver la camiseta a rayas verdes del equipo. Un sonido hueco brotó de aquel nublo, como si hubiera caído al suelo un costal de cemento. El portero y los otros dos delanteros quedaron mirando emocionados la escena, al mismo tiempo que el resto de los jugadores, la banca, El Técnico, el vendedor de cervezas y quienes ahí presenciaban el encuentro. Lo que sonó como un costal se vislumbró de color naranja, el mismo del uniforme que portaba Toros Hidalgo, los contrarios. Pedro Béjar había ido a chocar el balón y de un plantón de pie, botó la inmensa humanidad del otrora amenazante delantero, como si no hubiera importado que pesara 20 kilos más que él. La escena era bíblica. El balón salió al aire en el despeje del defensa, y el partido siguió su curso.

Esas eran sus victorias, muy personales, que contrastaban con su vida fuera del campo de juego. Su padre, tendido mediocre a la vida y su madre soportando sus embistes. Desde pequeño comenzó a beber. Siempre bebía al lado de otros amigos del equipo. Se juntaban afuera de su casa, recogían unos pesos y lo vaciaban en el mostrador de la cervecería. Bebían hasta que el sueño de la noche les dictaba la despedida. Era común verlo llegar a los partidos con resaca. Francamente resultaba intrigante como podía soportar 90 minutos sudando alcohol bajo el rayo del mediodía. Siempre se bromeó que moriría bajo la leve sombra que da el travesaño.

Una noche, tres tipos fueron a buscarlo a su esquina habitual. Sin preguntar de más, le hundieron dos navajas en el estómago y Pedro quedó tendido en la banqueta. Se supo porque era sábado y al día siguiente no acudió al partido, como ya era su malacostumbrada afición. Sergio, uno de sus amigos “cercanos”, se encargó de avisarle a El Técnico que su defensa central indiscutible no acudió porque le habían ido a cobrar una deuda de borrachos. Dos meses atrás había perdido una botella de ron por culpa de una mala mano de conquián, y desde que comenzaron a exigirle el pago, se evadía; básicamente, no tenía dinero para pagarles, y si lo tuviera, seguro ya estaría el mismo empujándose el destilado. En realidad no era mal muchacho, pero los únicos consejos que recibía los tenía de parte de El Técnico para ser cada vez el mejor stopper a la defensiva. Y lo fue. Pero en la calle siempre jugó solo.

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