por Luis Frías
Tiene razón Jorge Volpi: la historia contemporánea de México no se mide en décadas. Se mide en sexenios. Lo que voy a contar ocurrió a principios del sexenio actual, y es en sus postrimerías cuando vuelve a emerger con fuerza. ¿Casualidad? No bien empezaba la guerra contra el narco, y una corriente de pensamiento mexicana —particularmente de ultra izquierda— comenzó a tachar de fascista aquella estrategia que tanto horrornos ha acarreado. Casi seis años después, la política mexicana se vuelve a dejar seducir por las delicadas formas del fascinante fascismo.
En una plática con el internacionalista de izquierda Alfredo Jalife-Rahme, éste me explicaba qué lo movía a decir que el calderonismo había optado por una estrategia fascista. De su envolvente —debo reconocerlo— arenga pro-pejista, destaco la teoría de que el segundo gobierno panista utilizó exactamente las mismas estrategias publicitarias que con tanto éxito emplearon los fascismos italiano, alemán y español. Se trata de una política que privilegiaa la propaganda, por encima de las acciones. Mejor dicho: la ejecución de actividades y acciones depende directamente de las necesidades de la política propagandística. Pero, ¿de qué hacen propaganda los países fascistas? Las más de las veces, se explotan los conceptos de nacionalismo y de odio contra un enemigo. Cualquier parecido con la guerra contra el narcotráfico mexicana, no es casual.
Experto de la operatividad del fascismo era el conocidísimo ministro de propaganda alemán Joseph Goebbels. Colaborador cercanísimo de Hitler,este sujeto que terminó asesinando a su esposa y luego suicidándose fue pieza clave en el éxito del nacismo. De hecho, gran parte de la estrategia del Führerno se basó sino en la publicidad. “Una mentira mil repetida veces… se transforma en verdad”. La conocida frase, perteneciente a Goebbels, encierra dramáticamente la quintaescencia de la política alemana de entreguerras, dedicada a exacerbar el espíritu nacionalista, y a poner a las otras naciones y religiones como los enemigos a vencer.
Pues bien, no es descabellado otorgarle la razón a Jalife-Rahme, y reconocer que a inicios del sexenio, un Felipe Calderón con escasa credibilidad se vio obligado a echar mano del publicista español Antonio Solá (creador de la campaña “AMLO: peligro para México”), para armar una campaña lo suficientemente buena como para que los mexicanos enfocáramos nuestra atención en lo que su gobierno deseara, y no, en cambio, en cosas como la economía o la corrupción institucional. La historia ya la conocemos. Se decidió una estrategia propagandística centrada en ver a los narcotraficantes como el enemigo nacional, y en erigir al gobierno mexicano como el redentor. El resultado es básicamente fascista: miles de muertos por las calles, una sociedad atemorizada y un gobierno que se dice defensor de esa sociedad.
Ahora bien, lo notable es que a finales del sexenio no sea sólo el gobierno sino los candidatos y la candidata a la presidencia quienes apuntalen toda su oferta en mera publicidad. De Peña Nieto se ha dicho hasta el cansancio que es un producto chatarra inventado por televisa. Pero, ¿y los otros candidatos? No faltará quien argumente que, por tratarse de una campaña electoral con poco tiempo y mucha presión, resulta normal que los candidatos no hagan nada de fondo, sino que nada más se aboquen a las formas. Quizá. Sin embargo, como sostiene Vargas Llosa en La civilización del espectáculo, lo lamentable es que la sociedad, cada vez más habituada a la banalización y a la frivolidad de las cosas importantes, acepte gozosamente que la política no sea más que un producto publicitario. ¡El sueño cumplido de Hitler y Goebbels! Políticos que no hagan más que comerciales mentirosos y personas que los acepten con una gran sonrisa.
Coda. De todos los candidatos a la presidencia, sospecho que la candidata del PAN daría continuidad a la actual publicidad fascista basada en matar para obtener legitimidad. Me da gusto que esté en el sótano de todas las encuestas.