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domingo, diciembre 22, 2024

La homosexualidad infantil y su discrminación

Sí, hay niñez y adolescencia homosexual. Y se necesita esta aclaración porque tal vez aquí, precisamente, radica su problema más importante: la falta de reconocimiento, la invisibilidad o invisibilización, mejor dicho. Si la imagen de un infante como un ser sexual es, para algunos, absurda, la de uno homosexual es, para muchos, cuando menos, perturbadora.

 

Alejandro Ávila Huerta*

*El texto que aqui se presenta es resultado de la  ponencia presentada por el autor en la X Semana Cultural de la Diversidad Sexual el 4 de mayo de 2011, titulada «Problemas actuales de las poblaciones infantil y juvenil homosexuales de Hidalgo»

Resumen

En una sociedad que reprime la sexualidad, castiga la diversidad sexual y menosprecia a la infancia, ser niño y homosexual –ya sin agregar otras condiciones- es todavía menos que ubicarse en una situación de doble discriminación, es hacerlo en una de inexistencia; ni siquiera es ser objeto de algo porque es ser simple imaginación de nada.

Después de una historia de negación, los estudios antropológicos más o menos recientes descubren evidencia contundente para afirmar que los niños sí son seres sexuados, que sí hay niños heterosexuales y homosexuales, que no pueden ni aprender ni curar su orientación sexual y que buscarán su expresión aun en la opresión.

También se encuentra, gracias a la psicología, que vivir una orientación sexual diversa oculta –en el closet, se dice coloquialmente- tiene consecuencias dañinas para la salud mental, física y el desarrollo social, y que a más prontitud para dejar ese estado, mejor.

¿Cómo instaurar las condiciones para evitar a las personas homosexuales esta transición? Ya no tener que salir del clóset porque nunca se entró el. Que la pregunta “¿y a ti te gustan los niños o las niñas?” sea tan común como “¿cómo te llamas?”.

Palabras clave

Educación, familia, derechos humanos, legislación.

Introducción

Cuando se intenta una reflexión acerca de los problemas actuales de la comunidad homosexual –tema con el cual se me invitó a participar en esta mesa- se presentan tantos y tan cambiantes escenarios que parece tarea complicadísima, por no decir irrealizable, al menos en los tiempos y espacios planeados para el evento. El asunto es, lamentablemente, inagotable.

No son las mismas situaciones las que vive una persona homosexual del estado de Coahuila que otra del de Michoacán, una adulta mayor que otra adolescente, una que vive en una región rural que otra que lo hace en una urbana, una indígena o una con discapacidad o una en situación de pobreza que otras que no viven estas condiciones; incluso, en ciertos ambientes, las circunstancias se modifican en apenas meses para las mismas personas.

Decidí hacer una delimitación de la presente lectura acorde con las directrices planteadas por la coordinación de esta semana cultural. Repasaré algunas ideas sobre los problemas derivados de la discriminación y la violencia que enfrentan ahora los sectores de la niñez, la adolescencia y la juventud pertenecientes a la población homosexual en el estado de Hidalgo.

Me enfocaré a la presencia de este fenómeno en los ámbitos educativos y familiares, basándome en una revisión de documentos legislativos, periodísticos y estadísticos estatales, federales e internacionales, que confrontaré desde una perspectiva sustentada en las ciencias sociales, fundamentalmente la antropología, la psicología y la sociología.

La intención última es lograr algunas propuestas de acciones que coadyuven a la plena integración social –es decir, equitativa y libre de violencia- de las personas homosexuales en general y las hidalguenses en particular, a través de un fortalecimiento –un empoderamiento, quizá- conseguido a partir del aprendizaje y la exigencia de sus derechos desde la infancia. Si la prevención es objetivo primordial del evento, la atención y la concientización desde los primeros años es imperativa.

Algunos conceptos

El término homosexualidad conlleva una carga significativa fuerte, en tanto categoría social sobre la cual se forma una identidad; proceso complejo, variable, inacabado (pero no al gusto de alguien más) (Laguarda, 2010: 20). Para efectos de la lectura, dado el grupo poblacional del que se trata, mantendrá, por lo menos en principio, su significado llano, que define la orientación sexual de las personas –de los niños, en este caso- por otras de su mismo sexo, retomando el amplio cuando sea necesario.

El concepto, como el de sexualidad, no se reduce a las relaciones eróticas ni a la reproducción ni a la genitalidad; abarca las vinculaciones, conductas y manifestaciones afectivas y de género que se establecen entre la gente.

Se entenderá por niño todo individuo menor de dieciocho años de edad y, más específicamente, por adolescente aquel entre los doce y los diecisiete; por joven, el que va de los dieciocho a los veintinueve -tal como lo marcan los documentos vigentes mexicanos e internacionales, que más adelante se verán-; esto, con el fin de ubicar el conjunto general de las personas de las que se habla, no por una eficacia de dicha clasificación.

La homosexualidad en la infancia

Sí, hay niñez y adolescencia homosexual. Y se necesita esta aclaración porque tal vez aquí, precisamente, radica su problema más importante: la falta de reconocimiento, la invisibilidad o invisibilización, mejor dicho. Si la imagen de un infante como un ser sexual es, para algunos, absurda, la de uno homosexual es, para muchos, cuando menos, perturbadora.

Producto de las teorías psicológicas de principios del siglo pasado, todavía persiste la idea de la orientación sexual como algo que se alcanza con la adultez, pero únicamente si es una disidente de la norma, puesto que una heterosexual jamás se cuestiona; de hecho, se fomenta y se celebra. También se ha escuchado a padres y madres, profesorado y otras personas a cargo del cuidado de niños, con una intención supuestamente tolerante, decir que si no atienden las necesidades de aquellos que puedan ser homosexuales, no es por homofobia sino por respeto a su libertad, demostrando esto ignorando sus problemas.

Tema evitado por mucho tiempo, incluso en la academia, ahora sabemos de la construcción psíquica de la orientación sexual. Escribe la antropóloga Marta Lamas (2006: 9):

“El proceso de estructuración del deseo se da en la primera infancia, ocurre de manera inconsciente y no pasa por la voluntad. La fuera sexual, o libido, es indiferenciada y se orienta, mediante un complejo proceso, sea hacia las mujeres o hacia los hombres”.

Esto permite la expresión de la orientación sexual antes de la pubertad y de las primeras relaciones sexuales (Onish, 2006: 5). Actualmente, la edad promedio de descubrimiento de la propia hetero, homo o bisexualidad es los diez años (Conapred, 2011b: 15). O sea, no necesariamente hay que probar para decidir lo que nos gusta.

Darse cuenta de ello no implica su aceptación, y aquí adquiere la homosexualidad su significado como categoría de adscripción identitaria. Las condiciones actuales –básicamente, la escasa y mala información disponible- no facilitan a un niño procesar el reconocimiento de su atracción por otro; por eso no se habla de niños gays, aunque los hay, dice el sexólogo Juan Luis Álvarez-Gayou. (Medina, 2010: 8)

Cada vez más, se conocen –sobre todo en espacios informales (como blogs personales, redes sociales) y en la cotidianidad- casos y testimonios de adolescentes que afirman su homosexualidad y que aseguran la identificación de sus deseos homoeróticos desde edades muy tempranas (algunos a los cuatro años), aunque en esta etapa, explica la psicoterapeuta Rinna Riesenfeld, la orientación sexual tiene que ver con el enamoramiento y la atracción, pero existe. Recordemos aquí la concepción abierta de la sexualidad (Ib.).

Marco legal

Lo anterior es –aunque implícitamente- avalado por el estado de Hidalgo, que incluye las preferencias sexuales entre los motivos por los que se prohíbe la discriminación en la Ley para la protección de los derechos de las niñas, niños y adolescentes en el estado de Hidalgo. (Si éstos no tuvieran una orientación sexual definida, ¿por qué habría de protegerse, entonces?).

La mención coloca a la entidad en una posición avanzada en la defensa de los derechos humanos en el país; apenas ésta, Oaxaca y Querétaro contemplan la causa en sus respectivas legislaciones estatales en materia de infancia y adolescencia, aunque sea de adorno pretencioso nada más o –peor- porque le den copiar y pegar al mismo párrafo de no discriminación para todas las leyes y ni cuenta se den de lo que ponen o –quizá- porque efectivamente se haya detectado su necesidad tras una investigación del estado –imposible, al menos en Hidalgo, donde no existe un solo estudio de la diversidad sexual por parte del gobierno-.

En el caso de los jóvenes, el derecho reconoce un poco más su libertad de manifestación de la orientación sexual en diferentes ámbitos, incluido el laboral, aunque no alcanza ni la tercera parte del país: diez estados, contando Hidalgo, con la Ley de la juventud del estado de Hidalgo.

La Ley General de Educación, en 2005, aceptó una reforma que modificaba su artículo 2 para insertar la prohibición de la discriminación por preferencia sexual, entre otros motivos, en la educación impartida por el Estado, sus organismos descentralizados y los particulares con autorización. Finalmente, fue equivocadamente rechazada en 2009, por considerarla redundante con el artículo 8, que señala como criterios de la educación el progreso científico, la lucha contra la ignorancia, los fanatismos, los prejuicios, la formación de estereotipos, la discriminación y otros (Senado, 2009). La Ley de Educación para el Estado de Hidalgo refuerza esto mismo en el mismo artículo.

La cartilla de la Campaña nacional por los derechos sexuales de las y los jóvenes (que incluye también a los adolescentes) instituye, en trece artículos, una serie de determinaciones encaminadas a la apropiación de su cuerpo y de su sexualidad por sí mismos, a través del fomento de prácticas de libre y responsable expresión, decisión, respeto, reproducción, igualdad, información, educación y participación.

Además, la Convención sobre los derechos del niño, aunque no de manera explícita por la orientación sexual, condena la discriminación en su contra y estipula su derecho a la educación basada en los derechos humanos, la paz, la dignidad, la tolerancia, la libertad, la igualdad y la solidaridad.

Todos estos documentos tienen problemas que les han impedido cumplir su función; el principal de ellos: que no existe la posibilidad de hacerlos aplicables porque esto está sujeto a la consideración de la parte agresora (sí, como si a un secuestrador le pidieran su opinión sobre la tipificación como delito de la privación de la libertad y si quiere aceptar la penalización) o no determinan los agentes responsables de hacer cumplir los derechos que decretan. También están limitados por algunos códigos penales estatales que restringen los derechos sexuales y reproductivos a niños y adolescentes. Al respecto, Werllman dice:

“El infante no tiene derechos humanos o morales en absoluto porque, faltándole la capacidad para cualquier tipo de acción voluntaria, no se puede decir con sentido que posea libertad o poder, ambos ingredientes esenciales de los derechos”. (List, 2010: 65)

Esto es lo que Mauricio List llama “ser homosexual y no tener edad para ejercerlo” (Ib.).

Contexto y consecuencias, educación y familia

Los niños, adolescentes y jóvenes homosexuales viven las mismas situaciones de violencia homofóbica que otras personas con esta orientación sexual, además de las mismas situaciones de violencia social que los heterosexuales de su misma edad, estableciendo, en principio, una condición de doble discriminación, por edad y orientación sexual, y triple y cuádruple y más por las que se sumen.

Sobre las condiciones generales, destaca que 27.6 por ciento de las personas en México piensa que los niños sólo deben tener los derechos que sus padres quieran darles; 3.6 por ciento cree que ni siquiera los tienen por ser menores de edad, siendo la región a la que pertenece Hidalgo el segundo lugar nacional en opinar esto último.

Esta pensada ausencia de derechos provoca el establecimiento de situaciones cotidianas de violencia: explotación laboral y sexual, agresiones físicas y emocionales, pobreza, abandono, rezago educativo, embarazos no deseados, infecciones de transmisión sexual, adicciones –cuya incidencia se multiplica para los que son homosexuales (Castañeda, 1999: 71)-. En el caso de los jóvenes, además, criminalización, desempleo, por mencionar algunas (Vargas, 2009: 199).

Sumando a estos problemas, los que exclusivamente son enfrentados por niños, adolescentes y jóvenes homosexuales, tenemos segregación social, exclusión familiar, acoso escolar, expulsión laboral, crímenes de odio, nuevamente violencia física y emocional; esto en el caso de aquellos que hayan asumido abiertamente su condición, o de quienes se presuma que la tienen.

Hay que recordar que el fundamento de la homofobia, como el de la misoginia, está en el rechazo a lo no masculino, que engloba como homosexualidad, por igual, la atracción de los hombres por otros hombres, la expresión de sentimientos, el comportamiento no violento, los intereses intelectuales y artísticos (Eribon, 1999: 95 y Castañeda, 2006: 14). Sólo uno de cada diez alumnos acosados por homofobia en las escuelas es o será homosexual (Letra S, 2009: 9).

Si, para evitar esto, el niño o joven homosexual ha decidido ocultar su orientación, entonces sufrirá depresión, ansiedad, somatización, aislamiento, baja autoestima, incapacidad para relacionarse, confusión, inseguridad, inmadurez, mientras no decida asumirlo (Castañeda, 1999: 87), pero hay que ir más atrás e insistir en que, hasta ahora, en nuestra sociedad, tal como está organizada, no se facilita un proceso de aceptación de la orientación sexual diversa por parte de los niños, y son, muchas veces, sus propias familias el origen de este problema.

A diferencia de otros grupos discriminados, el infante homosexual encuentra en su ambiente familiar, no un respaldo, sino la misma homofobia del exterior, lo que lo obliga a estructurar su psicología y sus relaciones con los demás a partir de una práctica del silencio, que provoca los profundos y duraderos rasgos psicológicos y efectos en la personalidad ya enumerados (Eribon, op. cit.: 93). Parece no haber buenas alternativas.

Si el que debiera ser el primer centro de protección y cuidado, resulta el primero de rechazo, la peligrosidad en los otros se potencia; en la escuela, por ejemplo, a través de los abusos de las autoridades o el acoso entre pares; el bullying homofóbico es el peor de todos, pues los niños no lo denuncian ni piden ayuda a un profesorado o una familia que no los comprende y que, incluso, apoyarán la violencia, al asegurar que si lo insultan con palabras como joto o maricón, se lo habrá ganado por comportarse como uno de ellos. Los niños acosados identifican como un problema importante, la incompetencia del profesorado para actuar contra estos hechos (Bastida, 2010).

Hay padres y madres que llegan a afirmar preferir un hijo muerto que homosexual. Escribe Antonio Marquet que una madre heterosexual es capaz de cualquier violencia contra un hijo gay (Rodríguez). Al respecto, Mary Griffith, presidenta local de la asociación Padres, familiares y amigos de lesbianas y homosexuales, que vivió el suicidio del suyo, exige tener más cuidado con esas expresiones terribles e ignorantes (Riesenfeld, 2006: 170).

Se ha detectado un incremento de la homofobia en las escuelas según el mayor nivel educativo, empezando en la secundaria (Montalvo, 2010), aunque eso no implica que en las primarias no exista el problema, sólo que cuando un niño de este grado utiliza en forma peyorativa términos como gay u homosexual –y otros realmente ofensivos- no esta plenamente consciente del significado de sus palabras, y dicen saber únicamente que se refieren a algo muy malo.

En México, 11 por ciento de personas homosexuales han sido rechazadas, por su orientación, en una escuela, y 9 por ciento, discriminadas en el mismo espacio. 21 por ciento no han sido contratadas en un empleo por la misma causa, y 13 por ciento ha sufrido actos de discriminación laboral. Treinta por ciento de adultos homosexuales recuerdan haber recibido insultos, burlas y humillaciones, y 8 por ciento, además, violencia física, durante su infancia y adolescencia, en 41 por ciento de los casos de parte de compañeros de escuela y en 21 por ciento, de hermanos. 71 por ciento de jóvenes no apoyarían los derechos homosexuales (Letra S, op. cit.: 9).

En el contexto familiar, 70 por ciento de personas homosexuales afirmó que su orientación sexual causaba vergüenza o dolor, 64 por ciento prefirió fingir una heterosexualidad para ganar su aceptación y 29 por ciento se alejó por esta razón (Ib.).

En Hidalgo, 80.8 por ciento de hombres y 68 por ciento de mujeres jóvenes indígenas desconocen el derecho de las parejas del mismo sexo a tener relaciones sexuales, y 78.3 por ciento de hombres y 69.6 por ciento de mujeres de los mismos grupos hacen lo mismo con el derecho al matrimonio (IHM, 2010). 54.5 de estudiantes hidalguenses de educación media superior rechazan, en primer lugar, a una persona homosexual como compañera de clases (dos puntos por arriba de la media nacional) (SEP, 2007).

En Pachuca, 5 por ciento de la población es abiertamente homofóbico y transfóbico y 55 por ciento muestra cierta tolerancia hacia la población LGBTTTI pero con prejuicios derivados de la ignorancia (Ávila, 2009). 42 por ciento de hombres y 11 por ciento de mujeres estudiantes de educación media superior no compartirían su vivienda con una persona lesbiana, gay, bisexual o trans; 16 por ciento de los hombres de esta muestra no darían empleo a una persona homosexual y 9 por ciento a una trans; de las mujeres, los porcentajes son de 13 y 26 por ciento, respectivamente. 80 por ciento del sector lésbico, gay, bisexual y transexual del municipio reporta haber recibido discriminación en su contra, señalando la calle, el trabajo y la familia como los principales agentes o espacios de agresión, y 20 por ciento ha detectado un aumento de estas situaciones (Galindo y Arce, 2011).

Se tiene conocimiento de al menos dos casos de adolescentes rechazados en preparatorias privadas de la ciudad por la expresión de su orientación homosexual, así como de la transmisión de una violenta presentación multimedia en contra de la adopción homoparental como parte de la clase Formación cívica y ética en el nivel secundaria de una de estas mismas instituciones. No se han podido hacer públicos por temor de los agredidos ante amenazas que recibieron de parte de las direcciones escolares (Vargas, op. cit.: 151).

En México, es reciente el caso de Carlos Williams, joven tabasqueño que realizó una huelga de hambre como única salida ante la homofobia institucional que padecía en el Colegio de Bachilleres número 39: violentado por la directora, Violeta Oliva, y expulsado por supuestas calificaciones reprobatorias, que en realidad fueron alteradas en su perjuicio; al final, la situación se resolvió a medias, pues el alumno fue reincorporado pero Oliva permanece en su puesto (Montalvo, op. cit.).

Internacionalmente, llamaron la atención, en octubre de 2010, por lo menos nueve casos de suicidio por bullying homofóbico en poco más de dos meses, y si bien no han sido los únicos, su frecuencia destacó la gravedad de un problema que se había pretendido invisibilizar (Ávila, 2010).

Algunas propuestas

Si, como afirma Marina Castañeda (1999: 87), no puede haber una aceptación plena de la orientación sexual mientras ésta se siga ocultando, especialmente a la familia, y el homosexual no llega a la madurez sino hasta asumirse como tal, pero las dinámicas sociales en las que se desenvuelve un niño hidalguense (un niño de cualquier entidad mexicana, se podría decir; un niño, incluso, de la Ciudad de México, con las tres décadas de ventaja que nos llevan) no son las que posibilitan el reconocimiento de la propia diversidad sexual, ¿qué hacer para conseguir un entorno de privilegio al estado general de bienestar psicológico, emocional y social de las personas homosexuales, sin que su edad sea un impedimento?

Sería muy agradable confiar en la concientización y la sensibilización social como el recurso efectivo para desaparecer la discriminación, pero también muy fácil e ilusorio, por la tardanza que podría tener en presentar efectos, mientras los niños siguen siendo agredidos por su orientación homosexual. La medida es necesaria, pero no se puede depender de ella.

Es indispensable el establecimiento de leyes y políticas públicas en materia de educación, trabajo, familia y cultura, que obliguen a acciones gubernamentales y legales que instauren un estado de respeto y protección a niños, adolescentes y jóvenes de la diversidad sexual, sin importar su edad y orientación, haciendo de todos los lugares –pero especialmente la escuela y el hogar-, espacios seguros para el desarrollo de todas las personas. Es necesaria, para su efectividad, su divulgación social educativa y mediática permanente.

Es cierto que hay que trabajar con las familias y los cuerpos docentes para poder eliminar la discriminación escolar, pero también hay que reformar las normas educativas, como dice Luis Perelman (Bastida, op. cit.), para poder sancionar de manera severa el bullying homofóbico en las instituciones; sobre todo, hay que dotar al país de órganos jurídicos facultados para intervenir y, desde luego, extender la penalización no sólo al agresor directo sino a la estructura que permitió la ocurrencia de dicha situación, de ser el caso (esto es, el profesorado relacionado directamente con las personas involucradas y la dirección escolar), evitando así que el problema se mantenga privado y dependiente de una posible homofobia escolar y familiar.

Siguiendo a Héctor Salinas (2008: 10), se deben realizar evaluaciones previas y posteriores del estado real que guardan las escuelas con respecto a la homofobia institucional y estudiantil para evadir la clandestinidad en que operan estos hechos; por lo tanto, el examen debe ser realizado por agentes expertos y externos que garanticen la imparcialidad de los resultados. La toma de acciones en consecuencia será obligatoria.

Es imprescindible eliminar la idea de la vulnerabilidad de los niños homosexuales, que remite a una indefensión natural ante elementos externos e inevitables con los que hay que luchar permanentemente (el frío, el hambre, el cansancio), y plantear el concepto de la vulneración, para permitir su entendimiento como una invención cultural favorecida por las relaciones de poder y que tal como se creó puede deshacerse.

Sin embargo, lo más importante es algo que excede los ambientes meramente escolares y familiares, se inscribe en todo nuestro ámbito cultural, y se trata de la implementación de un sistema que facilite a los niños homosexuales el proceso de reconocimiento de su orientación sexual, así como el conocimiento de sus derechos y cómo ejercerlos.

Se tiene que incluir en todos los programas educativos, desde el nivel preescolar, materias específicas sobre derechos humanos, no discriminación, equidad de género, diversidad sexual y las necesarias para erradicar mitos y prejuicios al respecto. También en los cursos de preparación y actualización de todos los profesionales de la docencia en activo en cualquier nivel, además de la capacitación para responder a actos de acoso entre el alumnado. No sólo eso, citando a Castañeda (2006: 132), se tiene que fomentar la representación del alumnado sexualmente diverso y la creación de asociaciones, clubes, reuniones y actividades dirigidas a él y por él, con el fin de visibilizarlo y empoderarlo.

Coincido plenamente con Antonio Medina (Montalvo, 2010), cuando determina fundamental, no sólo la enseñanza de los derechos, sino de cómo defenderlos y exigir su comprensión y su respeto; de nada servirán acciones que las personas a quienes benefician no tendrán los elementos para hacer valer. Históricamente, los grupos discriminados han tenido que luchar por ellos, aunque en teoría ya los tengan, y si así siempre ha sido, la situación tiene pocas posibilidades de cambiar prontamente en un escenario nacional violento, corrupto e impune, en el que todas las personas nos podemos considerar vulneradas, y las que ya lo eran, tienen gradualmente incrementada su condición.

La Ley General de Educación y las leyes educativas estatales son, por ahora, los documentos idóneos para incluir lo anterior, siempre que se reforme lo necesario para hacerlas vinculantes y no conciliatorias, como medio para garantizar su efectiva aplicación. Después, se decretarán las legislaciones específicas que se encuentren necesarias, tras el estudio de la situación general.

A 15 años de haber empezado con este tipo de acciones en países de Europa y Norteamérica, los resultados son favorables: en las escuelas que cuentan con ellas se reporta un menor hostigamiento a alumnos homosexuales, lo que incide en la mejora de la conducta y el aprovechamiento, pero no sólo de éstos, sino de la población escolar en general, pues se ha detectado una consecuente reducción en las agresiones por género y apariencia física, también (Castañeda, 2006: 133).

La Comisión de Igualdad y Derechos Humanos de Gran Bretaña recomienda preguntar a los adolescentes alrededor de los 11 años su orientación sexual y nunca decirles que es algo pasajero, para ayudarle a despejar dudas y demostrarle apoyo y aprobación familiar, evitando así problemas de salud mental generados por la sensación de rechazo y acoso.

No se pretende fomentar la homosexualidad desde la infancia, como argumentan gobiernos, religiones y organizaciones ultraconservadoras, sino de procurar la aceptación social y la propia aceptación de los infantes homosexuales, que como observamos con Lamas, lo son independientemente de la consciencia y la voluntad; el deseo se manifestará de cualquier manera y, como vimos con Castañeda, entre más temprano sea su reconocimiento, mejor. Por esto, habrá que ser enérgico ante la segura oposición de familiares y autoridades que buscarán mantener un orden heteronormativo, y ajustarse de manera estricta a las leyes y tratados que prohíben la discriminación en el país.

Consideraciones finales

Si a los siete, a los diez o a los trece años la comprensión y la conceptualización de los afectos en términos de la sexualidad pueden ser complicadas, la conciencia de tenerlos y sentirlos por determinadas personas (otros niños u hombres, y de una manera como no se sienten por los papás o los amigos, por ejemplo) se tiene bien clara, igual que el conocimiento de su desaprobación social, lo que genera inquietudes que, ante el panorama arriba descrito, no son fáciles. (List, op.cit.: 69)

Los niños –los hetero y los homosexuales- están desapropiados de sus cuerpos y sus sexualidades, pero a pesar de esto, siguen –y seguirán- teniendo sus primeras relaciones sexuales desde los quince años (en promedio, porque algunos las tienen desde los 9), con todos los riesgos de una situación que no se conoce –no tienen por qué-: embarazos, abusos sexuales, infecciones de transmisión sexual (Batres, 2005: 25). Lo hacen ocultándose, no como una práctica legítima de ellos, sino como algo transgresor de la norma (List, op. cit.: 64), y esto aumenta los peligros. Si el niño, además, es homosexual, las circunstancias se complican porque el ocultamiento se incrementa y los riesgos también.

La represión, evidentemente, no es una buena solución ni lo va a ser. La comprensión, el apoyo y el respeto, sí. Que en las familias no se suele esperar a un hijo homosexual, pues claro que no, como no se suele esperar a un hijo ateo en una familia religiosa, a uno contador en una médicos o a uno vegetariano en una que no lo es. Pero el problema no es la orientación sexual, sino la incapacidad de las y los familiares para aceptar a los hijos fuera de las expectativas inventadas para ellos.

Dice un testimonio recopilado por Mauricio List (2010: 128):

“Cuando yo les hablo (a mis papás) de mi orientación sexual a los 14 años, mi papá lo primero que me dijo fue: no. Como diciendo: yo sé quién eres y tú no eres así. Es una reflexión a la que he llegado últimamente; creo que matamos a los hijos de nuestros papás para convertirnos en nosotros mismos. Entonces yo creo que eso fue como agarrar al hijo de mi padre y acuchillarlo enfrente de él, porque él me dijo: no”.

Cito un fragmento de un libro de Marquet (2006: 17) que habla sobre la relevancia que tiene la aceptación social de la diversidad sexual, más allá de un asunto de tolerancia. En él se refiere específicamente a la conformación de una pareja homosexual, pero bien puede ser aplicado por igual al beneficio del desarrollo de quienes –por elección y no por imposición- deciden no vivir de esa manera.

“Hace menos de medio siglo, todavía se proyectaba la sombra de una soledad melancólica e inevitable sobre la homosexualidad (…) La infelicidad provenía del desamor. ¿Quién podría amar a un homosexual? Nadie. Por lo menos nadie en sus cinco sentidos puesto que “eso” era monstruoso (…) Pienso en una cierta forma de estabilidad de las relaciones (…) en razón directa con la admisibilidad social de una pareja constituida. Mientras no se reconozcan legalmente las uniones solidarias; mientras los políticos aborden la agenda homosexual en función de sus miserables cálculos políticos; mientras dese la Iglesia se lancen anatemas contra la homosexualidad, se recomiende la abstención, los contactos estarán marcados por el número y no habrá posibilidad de profundizar en la experiencia amorosa (…) Es preciso que alguien desde el exterior sostenga esa relación, atestigüe su existencia, y le ofrezca el beneplácito.

Es imprescindible que, en las familias, se deje de pasar por ese periodo de odio –de conflicto extremo y reconciliación- que, con base en un análisis del melodrama mexicano homosexual, Antoine Rodríguez (op. cit.) determina como inevitable en el proceso que pasa una madre para la aceptación de la sexualidad homoerótica del hijo y amarlo nuevamente. Si es que esto sucede.

Esto no se logrará si no se empieza por una toma de conciencia personal y familiar. Mencioné la legislación como instrumento fundamental para la reducción de la violencia homofóbica, pero también que ambas acciones van de la mano; no se puede depender de reformas, códigos, leyes, cartillas, cuya aprobación puede llevar años; del cambio de consciencia colectiva, ni hablar.

Sí, mientras tanto, gracias a los Estados, las iglesias, las ciencias y las sociedades las personas homosexuales vamos a vivir en la proscripción, el pecado, la enfermedad y la depravación, al menos no queremos, gracias a nuestras familias, profesores y amigos, vivir en la soledad, sin el apoyo ni la seguridad ni el cariño de quienes alguna vez prometieron brindarlo incondicionalmente.

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