Pachuca, Hidalgo. Octubre 21 de 2013.
Licenciado Sepúlveda:
Acabo de leer –con desagrado, debo decirlo- la entrevista concedida por usted a elportalenred.com. Con desagrado porque me parece inconcebible que, después de cuatro años de una administración que fomentó un avance, aunque lento y pequeño, la defensa de los derechos humanos en mi estado haya vuelto a caer en manos ineptas, oportunistas. No lo digo yo, sino usted: “No era experto en la materia (…) Tengo que pensar en terminar mis cuarenta años de notario” (Gálvez, 2013a, párrafos 1-2). Déjeme decirle por qué estoy de acuerdo con usted.
Usted seguramente no me conoce y yo tampoco a usted. No me conoce –y debería hacerlo- simple y sencillamente porque durante el corto tiempo que duró su candidatura al cargo que hoy ocupa nunca se acercó a la organización que represento, 1791 Asociación por la Diversidad Sexual [en la que trabajamos desde hace cuatro años por los derechos de las personas lesbianas, gays, bisexuales, trans e intersexuales], para presentar su plan de trabajo, escuchar nuestras propuestas o ya mínimo para pedir apoyo.
Y no lo conozco –y debería hacerlo- simple y sencillamente porque nunca ha estado en la verdadera lucha por los derechos humanos, la de la ciudadanía. Dice que no sabe del tema y que no estaba en sus planes ser defensor de éstos (voy a serle honesto: eso se le nota). Aun así, hay quien se atreve a protegerlo y alegar que trabajó por ellos en el sistema DIF Hidalgo (Alcaraz, 2013, párrafo 4). Vaya carta de presentación una institución que, cuando se le solicitó su intervención en un caso de discriminación homofóbica en la cafetería que concesiona, insinuó –sin averiguar- que si le habían negado la entrada a una pareja homosexual por algo habría sido.
Dicen también que recibió el apoyo de más de setecientas organizaciones de la sociedad civil hidalguense (Alcaraz, 2013, párrafo 1), lo que resulta –cuando menos- curioso, siendo que en el estado únicamente hay 428 activas (Alcalá, 2013, párrafo 4) y al menos cien de ellas decidieron manifestar su apoyo a otro de los candidatos, Julio Menchaca Salazar (Grillerías, párrafo 1).
Cuando en la entrevista referida le preguntan sobre el derecho de las personas a decidir con quién se casan, independientemente de su sexo o género, usted responde con unas declaraciones que no corresponden en nada a alguien que debe trabajar por combatir la discriminación, como lo estipula en varios artículos la Ley de los Derechos Humanos del Estado de Hidalgo (Congreso del Estado de Hidalgo, 2011), la cual regula la labor de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Hidalgo y la suya como presidente de la misma [se lo menciono porque –dicen, también- no la conoce (Gálvez, 2013b, párrafo 11)].
¿Que “se analice muy bien por qué lo quieren hacer, sin causar problemas a la sociedad”? ¿Que “tenemos que ver cuáles son los beneficios, qué causa en la sociedad, si mejoran, empeoran, se conserva igual, si se protegen derechos de minorías o es un derecho que se puede hablar que es también de las mayorías”?
Señor, ¿es usted casado? Creo que sí. Imagínese, por favor, ¿qué hubiera sentido si cuando quiso hacerlo se lo hubieran prohibido sólo porque su relación no era a la que estaba acostumbrada la gente en aquel entonces?, ¿qué, si lo hubieran condicionado a demostrar lo favorable de su relación a la sociedad? Es más, se lo pregunto ahora: ¿a mí, como integrante de la sociedad hidalguense, en qué me beneficia o perjudica que usted esté casado o no? En nada. A mí, como integrante homosexual de la sociedad hidalguense, me beneficia o me perjudica, por ejemplo, su buen o mal desempeño como servidor público defensor de los derechos humanos, eso sí. Y, en este caso, me perjudica mucho.
Qué fácil haber nacido adaptado a una sociedad intolerante, ¿no? Pues su tarea ahora es –entérese- ayudar a adaptar esa sociedad intolerante a quienes nacimos intolerados en ella. Una persona no tendría por qué ser cuestionada en sus razones para contraer matrimonio con otra. Aun así, voy a responder sus preguntas.
¿Que por qué queremos casarnos? Muy fácil, licenciado. Es muy posible que usted, como la mayor parte de la gente nacida y crecida en Occidente, haya nacido y crecido en un ambiente permeado por alguna religión judeocristiana, y que, como esa gente, tenga un concepto del matrimonio como algo meramente ritual. No voy a negarle que muchas personas LGBTI aspiramos a ser parte de ese ritual, y por qué no habría de ser así.
Pero hay algo más importante y que usted, como abogado, debe(ría) saber mejor que yo. Que el matrimonio es un contrato a través del cual se establece legalmente una familia, reconocida por la Ley para la Familia del Estado de Hidalgo como “la convivencia de sus miembros por medio de la permanencia y estabilidad de sus relaciones, permitiendo satisfacer las necesidades de subsistencia y defensa” (Congreso del Estado de Hidalgo, 2007). ¿Qué cree usted que hacemos las parejas estables homosexuales como convivencia? Créame que nada excepcional. Por ejemplo, yo, hoy, me levanté a trabajar, regresé a almorzar con mi prometido, ahora estamos en casa dedicándonos a nuestras actividades laborales y escolares, planeando qué comeremos más tarde, después él se irá a la universidad, quizá vayamos a tomar un café en la noche. ¡Qué cosa más retorcida!, ¿verdad?
Dice que las relaciones entre personas del mismo sexo tienen efectos patrimoniales de otro tipo. ¿Le parece muy diferente que dos hombres o dos mujeres que trabajan pretendan obtener un crédito en pareja, poder costear los gastos médicos de la otra persona a través de su seguro, esperar morir tranquilamente porque dejaron una buena herencia a los hijos que sólo fueron engendrados por uno pero criados por los dos?
¿Se enteró que la semana pasada una mujer coahuilense pasó sus últimas horas no sólo presa del cáncer sino también de la desesperación por dejar desamparados a su mujer e hijo, debido a que la figura de Pacto Civil de Solidaridad, bajo la cual legalizaron su unión, no contempla el derecho a heredarles una pensión de dos mil pesos mensuales, su único ingreso? (Rosales, 2013, párrafo 1). Como verá, señor, los nombres son importantes. Derechos iguales con nombres iguales. ¿Tiene hijos? Ojalá nunca tenga que verse usted en una situación similar para entenderlo. Y seguramente nunca se verá. Un hombre como usted en una sociedad como la nuestra, no. Nunca lo entenderá.
Se pregunta cómo esto podría no causar problemas en la sociedad. Dígame usted, cómo sí, qué se le ocurre, porque a mí nada. ¿Qué tiene de malo que quiera establecer legalmente un hogar con una persona que es de mi mismo sexo? ¿Cómo podría afectarle eso a alguien? Dice que hay que conservar ciertas cosas, pero mejorar y adaptar otras. ¿Usted cree que el matrimonio sigue siendo el mismo que cuando se creó? ¿Se imagina que siguieran prohibiéndose las relaciones interraciales, o interreligiosas, o el divorcio, o que una viuda tuviera que ser enterrada viva junto con su marido muerto? No va a decirme que apoyaría algo de eso, ¿o sí? ¿No es peor una familia en la que todos los miembros se violentan física y emocionalmente entre sí? Pues de ésas hay muchas con parejas heterosexuales (y homosexuales también). Si plantea que hay que ver lo que causa en la sociedad, ¿entonces, con base en lo anterior, estaría a favor de revocar el derecho al matrimonio a todas las personas?, ¿y cómo planea ver “qué causa en la sociedad” si, de entrada, lo niega?
Que hay que ver “si se protegen derechos de minorías o es un derecho que se puede hablar que es también de las mayorías”, agrega. Francamente, no le entendí a esta frase. Le agradecería que me la explicara. Pero desde que usa usted conceptos como “derechos de mayorías” y “derechos de minorías” ya es grave. ¿Qué no sabe que los derechos son de todas las personas y punto, que lo contrario es discriminación? Repase otra vez la citada ley de derechos humanos, por favor.
Resulta especialmente preocupante en su discurso el uso de expresiones como “yo no me atrevería a decir” o “puedo pensar”. Parece evidente que no está consciente de la relevancia de su papel como servidor público. Mientras esté en funciones, ya no es usted el notario José Alfredo Sepúlveda Fayad, es el presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Hidalgo José Alfredo Sepúlveda Fayad, y como tal debe actuar. No está ahí para juzgar; está ahí para defender. Sus opiniones, dichos, atrevimientos, posibilidades, creencias y pensamientos personales –por lo demás, respetables y, sobre todo, inobjetables por definición- no caben en su oficina. Usted debería estar argumentando “de acuerdo con los Principios de Yogyakarta…” o “según la Cartilla de los derechos sexuales de las y los jóvenes…”, pero… ¿acaso los conoce?
Si no entiende que los derechos humanos se respetan y se hacen valer, que no están a votación popular ni a consideraciones personales, entonces no tiene nada que hacer ahí. Si cree que un derecho tan elemental como la interrupción legal del embarazo es cuestión de diputados y no suya, ¿entonces en qué cuestiones sí cree que tiene que estar a favor, de qué piensa que se trata su cargo?
La Declaración Universal de los Derechos Humanos (ONU, 1948) establece claramente en su artículo 16 el derecho de los hombres y las mujeres (fíjese bien: no dice los hombres con las mujeres) a casarse y fundar una familia. La Declaración sobre orientación sexual e identidad de género de las Naciones Unidas (ONU, 2008) y la resolución “Derechos humanos, orientación sexual e identidad y expresión de género” de la Organización de Estados Americanos (OEA, 2013) [documentos a los que México se encuentra suscrito] refuerzan el pleno goce de todos los derechos humanos y la no discriminación hacia personas LGBTI. Si no está dispuesto a acatarlos, parece que esta presidencia no es el puesto ideal para usted. Y seguro que tampoco es ideal para nosotros que usted esté ahí.
Pero bueno, ¿qué esperar?, si también dicen que este cargo es únicamente uno más en su aspiración por la presidencia de Rotary International. Que ni siquiera necesita concluirlo para ponerlo en su curriculum (Rodríguez, 2013, párrafos 1-2). ¿Le doy un consejo? Si ya obtuvo lo que quería, renuncie y no frene cinco años el desarrollo de la calidad de vida de tantas personas lesbianas, gays, bisexuales, trans e intersexuales, y también mujeres, indígenas, adultos mayores, etcétera. Pero si de verdad quería ser defensor de los derechos humanos de las y los hidalguenses, bueno, ya lo es. Ahora compórtese como uno. Pida perdón, capacítese. Si nada de lo que dicen es cierto, desmiéntalos, entonces, con sus actos.
LCC Alejandro Ávila Huerta.
Presidente.
1791 Asociación por la Diversidad Sexual.
Referencias
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