No es poco frecuente que, en el ejercicio del periodismo, las ganas de denostar a una institución o persona (ya sea que lo merezca o no) lleven a incurrir en actos poco éticos de la profesión y –en última instancia- del actuar ciudadano en general.
Las distinciones entre los diversos tipos de periodismo suelen ser fronteras un tanto artificiales y maleables que se delimitan más por la forma de abordar un acontecimiento que por el acontecimiento en sí mismo o los personajes involucrados en él. Así, los escándalos de un político podrían no ser necesariamente escándalos políticos.
Los estudios sobre periodismo definen a la prensa política como aquella que se encarga de informar acerca del ejercicio profesional de las organizaciones y actores políticos. Y a la prensa rosa como la que aborda de forma sensacionalista aspectos privados de la vida de personajes famosos, independientemente de su profesión: problemas legales, relaciones sociales, asuntos familiares, cirugías estéticas y demás chismes de figuras de los negocios, los deportes, la moda, las artes, la llamada ‘alta sociedad’, los espectáculos, incluso las religiones y también la política.
Cuando una revista política incluye en sus notas una encabezada “Exhiben a funcionario de Yucatán en supuesta orgía”, como lo hizo esta semana Proceso, ¿realmente está dando a conocer un hecho de interés público por su relevancia política o más bien está haciéndole la competencia a TVNotas y TVyNovelas? Podría ser que sí, si se denunciara, quizá, que dicho servidor público usó dinero del Estado para organizar su encuentro o que lo hizo en horas o espacios laborales, pero no lo sabemos, porque Proceso se limitó a ventilar prácticas sexuales que, por sí mismas, al haber sido consensuadas entre adultos, no constituyen una violación de ningún tipo. Pero la nota de Proceso, sí.
El Código Internacional de Ética Periodística de la UNESCO, uno de los más importantes documentos de este tipo, es muy claro al respecto: salvo que se trate de un suceso que violente el orden público, ninguna injerencia en la intimidad de las personas es justificable, ni siquiera si se trata de alguien con funciones en la vida pública.
Se torna más delicada la situación cuando en ese afán de crítica sin sentido, el periodismo con la bandera de la denuncia se inmiscuye en cuestiones cuyo inadecuado tratamiento podría llevar a la incitación no sólo a la violencia sino al odio, como la expresión de género (es decir, la forma de mi arreglo y comportamiento: femenino, masculino, andrógino, independientemente de si soy hombre o mujer).
Hace algunos días se publicó en varios medios de información la nota de un político panista cuyo celular fue robado y del que se extrajeron fotografías suyas portando atuendos y accesorios femeninos. En realidad, lo que se publicó fueron las fotografías, dejando el robo en segundo plano. El ladrón alcanzó su propósito.
Tomemos nuevamente el ejemplo de Proceso, no sólo por ser una de las revistas más leídas del país (la única de su tipo que ha llegado a estar entre las tres más leídas del país en la última década), sino porque entre sus plumas ha contado con las de notables defensores de los derechos de la diversidad sexual, como Carlos Monsiváis y Marta Lamas, además de que, en palabras de uno de sus fundadores, Miguel Ángel Granados Chapa, el semanario destacaría por su democracia, pluralidad, responsabilidad, defensoría, veracidad, investigación, interpretación y análisis. ¿Dónde están todas estas características en la nota titulada “Roban celular a líder panista en Campeche y exhiben sus fotos vestidos de mujer”?
Al acto de revelar públicamente la orientación, identidad o expresión sexogenérica de una persona sin su consentimiento se le conoce como «Outing».
Puede abordarse como asunto de mero entretenimiento pero también se le ha dado un tinte político, con el pretexto de visibilizar la diversidad sexual en toda su amplitud. Las posturas al respecto entre los activistas LGBTI van desde el total rechazo, por el derecho que tiene cualquier persona al clóset, hasta el abierto apoyo para sacar de él a toda figura pública homo, bi o transexual, pasando por el punto intermedio de hacerlo únicamente en contra de personalidades -principalmente de los partidos y las iglesias- que en un acto de homofobia internalizada, lanzan afrentas y niegan derechos al sector poblacional del que ellas también son parte.
Si bien en este último caso podrían llegar a encontrarse razones de peso social que justifiquen la exhibición, está claro que en cualquier otra situación se trata de una transgresión inaceptable a los derechos humanos sexuales. Para el tema que nos ocupa, podrá argumentarse que el PAN, al que pertenece el político, se ha dedicado a violentar –por acción y omisión- a la población de la diversidad sexual mexicana, o que seguramente el servidor público no se vistió así por una genuina identidad sino para hacer una burla de los hombres travestis y hasta de las mujeres, ¿pero puede decirse que ésa fue la intención de quien las difundió –sin ningún texto ni firma-?, ¿y acaso la revista, al retomarlas, asumió la responsabilidad de ofrecer un análisis y una interpretación adecuada de esta información de acuerdo a los principios que supuestamente la rigen?
No. Los comentarios se hicieron sin ningún contexto ni explicación, incluso con desdén:
“el panista aparece con una peluca rubia, blusa, falda y hasta un brásier (sic)”.
Y no sólo eso, sino que se hizo eco, sin condenarlas, de ofensas transfóbicas como la del usuario de Twitter @ComandanteHugoC, quien en una actitud además misógina, hace de la imagen del político un objeto erótico de acceso público.
Lo grave del asunto, desde la perspectiva de la comunicación, es que a través del discurso se refuerzan los prejuicios y estereotipos de una sociedad; es decir, un discurso homofóbico no volverá homófobo a alguien que no lo es, pero sí legitimará la violencia contra la diversidad sexual si ésta es la idea dominante en determinada región. Y si consideramos, entre otros aspectos, que los índices de crímenes de odio contra personas LGBTI colocan a México como el segundo país latinoamericano más homofóbico, y que la revista en cuestión goza de un buen nivel de popularidad y credibilidad, lo que en ella se diga sí puede tener serios efectos en la percepción social de la población trans del país, y además de la gay, si a lo anterior añadimos que para la ideología homofóbica, homosexualidad y travestismo se entienden como inseparables.
Prueba de ello son muchas de las respuestas al texto publicadas por los lectores en la página de Facebook de Proceso:
“Miren q chulada de pelada tienen como lider en Campeche Ja ja ja ja”, “No se conforman con ser políticos rateros ahora putos también, jajaja”, “Aparte de rateros, traidores, vendepatrias, hasta jotos me salieron estos weyes”, “Pinche panista tan puto Le gusta la reata”, “Los panistas son una pinche bola de maricones ahí esta la muestra”.
Resulta evidente que esta nota afectó no sólo al político y al PAN (si es que a ellos de verdad les afectó de alguna manera), sino a todo un grupo vulnerado por su orientación sexual y su identidad de género. Pero eso sí, se logró el cometido izquierdista, cada vez más de moda, de denostar a cualquier costo a ese otro extremo de la línea politiquera con la que ya casi se forma un círculo.