MÉXICO. —El reciente reportaje del equipo de investigación de Carmen Aristegui en México ha dejado al descubierto un hecho bochornoso para la dañada imagen del presidente, Enrique Peña Nieto. Resulta que en sus juventudes el mandatario plagió un tercio de su tesis de Licenciatura en la Universidad Panamericana. Hecho que resulta indignante para un amplio sector de la población que considera que la investidura presidencial debe ser ejercida por una persona íntegra, proba y honrada.
La noticia que se difundió el pasado 21 de agosto por la noche en medio digitales; tiene, sin embargo, una serie de matices dignos de mencionar.
En los sistemas presidenciales, como el mexicano, buena parte del ejercicio del poder político recae justo en una persona: el presidente; mismo que tiene la capacidad constitucional (incluso metaconstitucional como aseguraba uno de los plagiados por Peña Nieto: el doctor Carpizo) para asignar puestos (gabinete), presupuestos (discrecionales), cambiar la constitución o incluso vetar una ley. Ante esta enorme capacidad de acción y decisión, los ciudadanos esperan que esa persona se maneje con rectitud y ética profesional. Por tal motivo, no es menor que se le acuse al presidente de trampa, plagio o robo a la propiedad intelectual. Esos hechos no son menores y merecemos como sociedad una explicación del acusado.
No obstante, tengo el vago presentimiento que Peña Nieto no ha sido el único profesionista en encontrar un atajo para librar el engorroso trámite de escribir una tesis. Por el contrario, algo me hace pensar que existe un indeterminado número de trabajos copiados basados en el conformista criterio de que a nadie le interesa ese tipo de textos.
Pues bien, este hecho debería servir para que las universidades en su conjunto: públicas y privadas, revisen sus mecanismos de titulación. Si consideran pertinente mantener el requisito de escribir una tesis (es decir, plantear en papel una serie de ideas originales que permitan acercar al pasante al conocimiento científico de su profesión) está bien. Pero a cambio deben de hacer más rígidos los filtros para que ningún mañoso quiera copiar otro texto y hacerlo pasar como propio. O quizá, estamos al principio de una nueva etapa donde el conjunto de conocimientos de un estudiante ya no pueden ser medidos a través de una tesis. Habría que renovar esos requisitos de titulación acorde a la formación profesional de cada egresado con experiencia laboral, proyectos innovadores, aplicaciones digitales, estancias en comunidades para desarrollar proyectos estratégicos, en fin.
Hay que encontrar los medios para que esa experiencia profesional sea gratificante para el egresado y sirva a la sociedad en términos de economía del conocimiento.
Sin embargo, lo que la evidencia nos dice es que algunas instituciones de educación superior han encontrado más rentable el hecho de mejorar sus niveles de titulación sin importar la calidad y originalidad de las tesis que presentan sus alumnos. Bajo este parámetro, se beneficia la universidad por tener buen margen de titulación y se beneficia el egresado al saber que presentando cualquier texto escrito ya puede llamarse tesis. Ahí la responsabilidad de la institución es mayúscula porque la experiencia con el conocimiento científico, metodológico y de investigación que representa elaborar una tesis de calidad queda en el olvido.
Por tanto, el hecho de tener un presidente que copió un tercio de su tesis es solamente parte de las múltiples anécdotas que nos ha dejado la figura presidencial. Era bien sabido que la lectura y ahora la escritura, no forman parte de las actividades favoritas de Peña Nieto. Su escasa cercanía al mundo de las letras se refleja con amplitud en las formas del presidente cuando no puede leer en el telepronter, cuando improvisa un discurso, cuando hace alguna declaración, cuando lo pillan con una pregunta incómoda.
Para el sistema político mexicano que un presidente haya hecho trampa en su vida no es una gran noticia. Eso es lamentable pero cierto. Hemos tenido presidentes con peores mañas. Pero el plagio de Peña Nieto llega en un momento donde su imagen personal está por los suelos. Tratar de recobrar cierta estatura moral que le permita al presidente ser un referente político a nivel nacional e internacional será para sus asesores una misión imposible.
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