Es claro que el modelo de negocios del periodismo tradicional sufre una crisis. Se ha hablado mucho de esto y aún resuenan las voces provenientes de Estados Unidos (epicentro de la debacle de los impresos) que auguraron, a finales del siglo XX, que para el año 2020 ya no existirían periódicos. Semejante profecía no se cumplirá, pero es claro que los diarios en papel vienen a la baja a gran velocidad.
Frente a este fenómeno se encuentra el periodismo digital; la práctica periodística en plataformas digitales, en su mayoría móviles, que a veces requieren de internet y otras no, para funcionar. Su auge está más que consolidado y es la realidad misma del periodismo en México y en cualquier lugar del mundo industrializado. Basta echar un vistazo a la dinámica de las aulas universitarias donde se imparte periodismo o comunicación: el olor a periódico recién impreso a nadie incentiva, su evocación perdió romanticismo y las ocho columnas no son más que una vieja anécdota. Ahora, el oficio no se asocia solamente al buen uso del lenguaje, la deontología y la investigación; quien quiera sobrevivir como periodista debe anclarse a las redes sociales, el marketing 3.0, programación básica, producción multimedia, escritura en hipertexto, interpretación de datos, prácticas móviles y tantos otros usos que ofrezcan las aplicaciones y dispositivos.
Las estadísticas vuelven innegable a la realidad: Según el informe “La lectura en la era móvil” de la oficina en México de la UNESCO, leer en un teléfono celular cuesta en promedio dos centavos de dólar, mientras que leer en papel va de los 15 a los 30 dólares. De hecho, es más fácil que la gente tenga acceso a un dispositivo móvil que a un retrete (no es broma: en un rango de 7 mil millones de personas a nivel mundial, sólo 4.5 mil millones tiene acceso a un baño con drenaje; en cambio, 6 mil millones cuentan con un celular). Es fácil entender entonces la mudanza del periodismo hacia lo digital. El negocio está ahí.
Luego entonces cualquiera con acceso a internet ha podido abrir un canal de noticias en YouTube o montar un blog y llamarlo portal de noticias. Esto ha supuesto una aparente democratización del periodismo en tanto que de cada persona puede surgir un medio de información.
Pero esto no ha significado que se haga periodismo de verdad. De hecho, esta supuesta democracia en el acceso a herramientas digitales de difusión ha dado paso a la falsificación de noticias, un mal social moderno. Por eso debemos rechazar el concepto de “democratización” de los medios de comunicación y reemplazarlo por el término “descentralización” que, para los efectos del fenómeno, es lo más preciso.
El concepto de “descentralización” parte de la teoría económica capitalista. Ante la monopolización de un mercado, surge como respuesta descentralizar la oferta. Así, por ejemplo, la empresa Uber descentralizó el servicio de transportación, y YouTube dio el poder a los usuarios ante la concentración de la televisión como difusor de contenidos audiovisuales. De tal modo, la descentralización –o “desconcentración”, si se quiere–, de los medios de comunicación, supone dar a las personas el poder de propagación de información; un poder que sólo acaecía en las grandes cadenas mediáticas.
Así, cuando hablamos de noticias, podríamos advertir que el periodismo se ha descentralizado. Prácticamente cualquier persona puede difundir información creando una cuenta en Facebook, por ejemplo. Pero esto no significa que cualquier persona pueda hacer periodismo. El ejercicio de esta profesión, antes oficio, requiere la comprensión y aplicación de un robusto compendio de conocimientos, y la consecución de experiencias específicas, por lo que no, tener un canal de YouTube no unge a cualquiera con el título de periodista.
El hecho es que la descentralización de los medios es un reto para el periodismo, aunado a la debacle de los impresos. El tradicional modelo de negocios hace estragos y requerimos pensar en nuevas estrategias de renta; un esquema perfectamente equilibrado entre las demandas de nuestros anunciantes y nuestros lectores, creando al mismo tiempo un discurso coherente, moderno y prestigioso. Sin duda, no es algo fácil. Sólo las mejores mentes lo lograrán.