Obviando su largo y mal afamado historial, el grupo de funcionarios de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo que logró colarse al Congreso local y federal por la vía de Morena, tenía la oportunidad histórica de resarcir el poder de su grupúsculo al obtener la mayoría en esa bancada; poder que no vivían desde la época del ex gobernador Manuel Ángel Nuñez Soto donde aún podían designar curules, presidencias municipales y hasta aspirar a la candidatura al gobierno del estado, cuando eran parte del PRI. Varios apostaban a su resurgimiento y hasta le colocaban en la pelea por la sucesión local; pero al cabo de un año, toda su influencia parece desgranarse. Primero, yacen bajo investigación de la Unidad de inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda por el presunto lavado de dinero de más de ciento cincuenta millones de dólares; luego, su empeño por apropiarse tres años de la junta de gobierno de la Cámara de Diputados y Diputadas estatal, le ha costado dividir al grupo parlamentario de Morena entre quienes son de clan universitario y quienes no, sumando adversarios y anulando su quehacer legislativo; y para terminar, acaban de ganarse la enemistad del único posible aliado que aspirarían a tener, y quien pudo haberles resuelto sus penas: el subsecretario de Gobernación, Ricardo Peralta Saucedo –un cercano colaborador del presidente López Obrador–, y todo porque este funcionario federal no cedió a priori a los caprichos de la banda Morena-UAEH en la pugna por el control del Legislativo. De modo que tendrán que ver por sí mismos ahora, cuando intentan librar las investigaciones bancarias y son obligados a entregar la presidencia del Congreso el próximo quince de agosto. Sólo aspiran a tener algo de control dentro de Morena, donde de por sí ya se les miran los notables inconvenientes.