El problema de la violencia contra las mujeres somos los hombres. Lo dicen las estadísticas y lo puedes decir tu también. Basta con mirar al rededor y reconocer que, al menos, conoces a una mujer que ha sido o está siendo violentada por un hombre. De modo que la violencia contra las mujeres no acabará hasta que los hombres asumamos nuestro papel ¿Cuál papel? Para empezar, no es el de hacer una reflexión y reconocer nuestra propia violencia. O sea, que sí, pero, ¿y luego? ¿De qué sirve golpearnos el pecho, confesar por mi culpa, por mi grande culpa y la de mis privilegios, si guardamos silencio por esos otros hombres, que bien conocemos, están violentando a otras mujeres? Si callamos, si nos hacemos de la vista gorda, también somos parte del problema. Callar es también un privilegio. Somos cómplices activos del crimen. Si queremos hacer algo y dejar la hipocresía, es momento de reventar los espacios de los machistas. Incomodar al cuate que hace chistes sexistas, molestar al que dice ‘no todos los hombres’, avergonzar a los que comparten imágenes porno en el WhatsApp o cualquier red social, y denunciar al feminicida. Al principio nos quedaremos solos. Nos quedaremos sin primos, sin compas. El papá nos odiará por acusar su doble moral. La mamá nos echará de la casa por bajar de pedestal al abuelo femincida, al que tuvo dos familias. Le caeremos pésimo al director de la escuela donde estudian les hijes (y al purista de la lengua que acaba de leer esto). Pero no te preocupes. Llegarán otros hombres a la altura de tu compromiso. Olvídate de ser un hombre-aliado-feminista. No nos necesitan. Deja de colgarte de la lucha de las mujeres. Si quieres hacer algo contra la violencia, es momento de pasar a la ofensiva y dar nuestra propia batalla. Deconstruir sí, y destruir también, para que nada algo nuevo.