Nos gustan que las cosas fáciles, que se consiguen rápido. Esa es una característica de la sociedad de nuestro tiempo.
A la mayoría de las personas que conozco les gusta creer que, con el mínimo esfuerzo, han hecho grandes cosas, que se han transformado a sí mismas o a su entorno.
Hace algunas semanas me sorprendió el significado que recientemente se le da al cubrebocas: amor al prójimo, amor y buena educación para los hijos, respeto, “Me importas. Quiero que esto [la pandemia] termine pronto”…
Soy una activista con poca trayectoria. Desde hace siete años que hago trabajo social, he estado en dos colectivas feministas; intento mantener mi cuerpo saludable mediante una alimentación nutritiva (las harinas siguen siendo un desafío) y el uso de plantas medicinales; he acudido a terapia para resolver mis problemas y no dañar a quienes me rodean (no siempre lo logro), me procuro amistades que aporten a mi desarrollo personal, he hecho donaciones en casas hogar o para niños(as) de escasos recursos; he generado iniciativas de fomento a la lectura y la escritura; me he capacitado en dietética y nutrición, fitoterapia, derechos humanos, distintas áreas de trabajo con niñas, niños y adolescentes.
He regalado talleres de igualdad de género, lenguaje incluyente, alternativas ecológicas para vivir la menstruación. He dejado de comprar cosas que no necesito: ropa, accesorios, muebles…; intento separar mi basura, hago composta, comienzo a cuidar de una pequeña planta de tomate.
Acompaño a mi hijo de la manera más respetuosa, le brindo alimentos sanos, un ambiente armonioso, creativo y de respeto en casa. Procuro darle presencia, capacitarme en sexualidad infantil, en crianza antiadultocéntrica y diversas pedagogías. Sigue un etcétera no muy largo. Reconozco mis limitantes; tengo temporadas de mucha actividad y otras de poca, donde prefiero trabajar en mí. No espero una medalla por ello. El servicio es un hábito y una convicción en mi vida, pero por supuesto que me enfadan las personas que creen que, por usar un cubrebocas, son buenas personas y están cambiando o sanando al mundo.
No. Usar cubrebocas no te hace buena persona, te hace obediente de las indicaciones brindadas por las autoridades sanitarias, mismas que está bien acatar en estos tiempos de COVID que, recordemos, continuarán aunque nos enclaustremos en nuestras casas y durmamos con boca y nariz cubiertas. Pero si por esa razón usted cree que se ha cambiado a sí mismo(a) y al mundo, se equivoca.
Las desigualdades sociales y económicas, los malos hábitos de consumo, el maltrato a la tierra, a nuestros cuerpos, con comida chatarra, con contenidos audiovisuales basura; no saber establecer vínculos sanos con otras personas, son algunas de las causas de todos los males que aquejan a este mundo. Esos males no se resuelven portando un cubrebocas ni posteando desde su celular, sentando(a) en su sofá, lo bueno(a) que es usted por utilizarlo o por denunciar y rechazar a aquellas personas que “hacen cosas más riesgosas” que usted.
Si no reconocemos las desigualdades que se han mantenido por cientos de años, si no reconocemos nuestros niveles de vulnerabilidad, nunca asumiremos compromisos reales y permanentes que de verdad nos transformen a nosotros(as) mismos(as) y nuestro entorno.
Por favor, que el cubrebocas no te tape los ojos.