La misoginia del presidente López Obrador es cultural y, como todo lo cultural, está normalizada a grado de pasar desapercibida. Como la pobreza o los micromachismos. Así lo demuestra el muro que levantó para cercar Palacio Nacional con el cual busca impedir que las protestas feministas toquen a las puertas de la sede del Gobierno. Es mentira que las vallas sean para proteger a las policías y a las «mismas mujeres» que acudirán a las manifestaciones. Ese es un discurso insultante e hipócrita de quienes buscan justificar el oprobio para congraciarse con el Presidente. Los hechos nos indican que, los plafones metálicos, es la marcada distancia que el Ejecutivo quiere poner con un movimiento masivo que no entiende y hasta desprecia. No es un muro de paz; esa es retórica barata. Los muros dividen. Esa una noción básica hasta de ingeniería. Y en semiótica, bueno, de los muros se pueden decir cantidad de cosas relacionadas al ostracismo, aislamiento, a la renuencia. Y de eso, puede afirmarse que, las vallas, representan la derrota ideológica de AMLO ante el feminismo. Porque, él que ha llenado su boca asegurando que el fuego no se combate con el fuego; que, luego de que Donald Trump anunciará la construcción del muro fronterizo, dijera que esa no era la solución sino la cooperación para el desarrrollo; se ha negado a ver que tenía (me gustaría pensar que aún tiene) la solución en sus manos. Ningún cerco sería necesario si hubiera hecho caso desde el principio a las justas demandas del feminismo. Si, por citar un ejemplo reciente, se hubiera tomado diez minutos para entender qué significaba romper el pacto patriarcal y detener (porque él la está impulsando) la candidatura de un violador como Félix Salgado Macedonio. Era muy fácil, pero lo echó a perder. Porque no quiso, porque no le importa. Luego entonces, era necesario levantar una jaula dentro de la cual se esconde el machismo del Presidente. Ah, y dice que las vallas son para proteger a Palacio Nacional de «provocadores» (de nuevo a lamentarse por las malditas paredes) porque, con las pintas, qué imagen se iba dar a ante el mundo. Ahora las fotografías de un Palacio cercado para suprimir al feminismo le dan la vuelta al globo y ponen a López Obrador como el presidente que no merece ser. Pero de eso él no se da cuenta. O no quiere darse cuenta.