No esperaba peores cosas de Trump, pero vaya que me ha sorprendido al proponer a Ronald Johnson como su embajador en México.
Se trata de un militar con un fuerte currículum como ‘boina verde’ del ejército yanqui, de donde se retiró para trabajar veinte años en la CIA y luego como «asesor senior» del Comando Sur, ese brazo armado de la Casa Blanca que se extiende por todo el continente americano y que tanto ha apoyado como instigado golpes de estado en el territorio como los de Chile en el 73, Bolivia en el 71 y Honduras en 2009.
Con esas cartas de presentación, no podemos decir que Trump no nos lo advirtió: va por México, por sus recursos, por su economía y por su gobierno. Y hará todo lo posible por intervenirlo, sin descartar la invasión militar.
Esto parece exagerado, sacado de una película de acción; pero el mismo Donald Trump ha declarado que se propone una «invasión suave» sobre México para que sus militares asesinen a los capos de la droga.
El problema con esto, además de la obvia y escabrosa idea de convertirnos en una Siria con aguacate, es que el republicano es adicto a las hamburguesas y al azúcar; eso significa que no conoce la saciedad, por lo que, una vez poniendo sus anaranjados pies sobre el territorio mexicano, querrá ir por cada taquería en cada esquina del país, hasta llegar a Palacio Nacional.
De modo que se atrevió a jugar con la idea de anexar a México como otro estado gringo. Ya nos pasó en 1846. Entonces ondearon las barras y las estrellas en lo alto de castillo de Chapultepec, lo que concluyó con la firma del ominoso Tratado Guadalupe – Hidalgo, donde el país perdió casi la mitad de su territorio, desde Texas hasta Wyoming. Por eso pienso que no bromeaba. En psicoanálisis sabemos no existe el doble sentido en las personas psicóticas. ¿Ahora entiendes? Lo que diga Trump, créele. Con él no existe tal cosa como «seguramente es una broma».
Johnson, de grado coronel, fue parte del servicio diplomático de Trump durante su primer gobierno. Fungió como embajador en El Salvador entre 2019 y 2021, con la misión de frenar la migración, socavar la influencia económica de China y respaldar al presidente Nayib Bukele en la implementación de su Plan de Control Territorial; sí, esa estrategia que ha sido elogiada por supuestamente acabar con las pandillas, otorgándole a la Policía y al Ejército en monopolio de la violencia en ese país.
Un plan que ha sido criticado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos por ocultar información sobre su implementación y sus resultados, resaltando su «enfoque represivo» y la instalación de «escuadrones de la muerte» encargados de hacer una «limpieza social», reeditando a los grupos paramilitares que sirvieron al gobierno fascista de Roberto D’Aubuisson durante la guerra civil salvadoreña en la década de 1980.
De acuerdo con Human Rights Watch, más de 3 mil adolescencias han sido detenidas por los escuadrones bukelistas; 60 de las cuales fueron torturadas, conforme a evidencias. A esto se suman las más de 80 mil personas arrestadas bajo el concepto de «estado de emergencia», de las cuales, 265 murieron bajo custodia oficial, incluidos (el horror) cuatro bebés.
Esos fueron los «logros» reconocidos por el embajador Johnson; quizá porque tales horrores le resultan familiares, ya que el coronel, siendo agente de las Fuerzas Especiales del Ejército estadounidense y de la CIA, lideró operaciones de combate en El Salvador en contra de la guerrilla del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, en apoyo a la dictadura de D’Aubuisson.
Semejante cuadro del imperialismo, será el próximo embajador de Trump en México.
Por cierto, ha sido costumbre del servicio diplomático estadounidense solicitar el visto bueno de los Gobiernos mexicanos sobre sus propuestas de embajadores. ¿Lo habrán hecho en el caso de Ronald Johnson?
Como sea. Lo que sí está claro es que Trump tiene la mira puesta sobre México y Latinoamérica, en general. La nominación de Marco Rubio como secretario de estado es una prueba de ello. Y, por si fuera poco. designó al exembajador estadounidense Cristopher Landau, como subsecretario de esa dependencia. Se trata de dos perfiles que hablan español y con profundos intereses en la región. Los signos son claros: buscarán desestabilizar al país y aplicar una política de anti-izquierda. ¿Qué queda por hacer? Abrir bien los ojos, poner atención a las noticias y releer la historia de Playa Girón.