El Plan México que anunció la presidenta Claudia Sheinbaum tiene el objetivo de convertir al país en la décima economía del mundo. En la actualidad, México es la doceava; de manera que subir dos lugares en esta lista significaría ser más prósperos que Rusia y que Canadá. También, estar en la punta del desarrollo en Latinoamérica, junto a Brasil.
De acuerdo con la presidenta, el motor central de este plan es la industria manufacturera; es decir, la industria, las fábricas; que México produzca todo para todo. Por ejemplo, que nuestros autos sean mexicanos, lo mismo que la ropa que vestimos, los electrodomésticos que usamos, la tecnología y los materiales con los que levantamos nuestras casas.
Pero, claro, no se pueden fabricar cosas sin expoliar recursos naturales. De modo que, para crear tecnología, se necesita la extracción de litio y otros minerales raros; en otras palabras, incentivar la minería, mucha de la cual es a cielo abierto. También, para producir cosas como acero o alimentos, se requiere agua, por lo cual se tienen que explotar pozos. Por eso hay que tener mucho cuidado. Desarrollo, claro, pero con consciencia ambiental y social.
Es crucial que el Plan México excluya a capitalistas con trayectoria de corrupción; capitalistas como Germán Larrea, dueño del Grupo México, responsable del derrame de 40 mil metros cúbicos del sulfato de cobre sobre el Río Sonora en el 2013, y de la tragedia de la mina Pasta de Conchos, en Coahuila, donde 65 mineros murieron sepultados a causa de una explosión en el año 2006. En ambos casos se demostró la negligencia y deliberación de Larrea y Grupo México. Pero no sólo quedó impune sino que continuó protegido por los gobiernos en turno, incentivando la impunidad hacia los capitalistas y el desprecio por la clase trabajadora, la naturaleza y los pueblos.
El Plan México no puede permitir la repetición de este tipo de casos, en aras del desarrollo.
