Los Rolling Stones tocarán gratis en Cuba y pocos han hecho alarde de ello. En buena medida porque no toleran que la banda de rock más grande del mundo dé un concierto en lo que consideran es una isla subyugada bajo una dictadura comunista que, entre otras cosas -dicen-, cercena las libertades y quema en las plazas la ideología del capitalismo foráneo. De manera que alardear de este evento sería reconocer que sus opiniones anti-Cuba están equivocadas. En cambio, ¿quién se imagina a Mick Jagger cantando sin cobrar en México o España? A muchos la simple idea nos frustra pues esto es imposible. Si fuera cubano (oprimido por el castro-comunismo), iría gratis; pero como soy mexicano tengo la “libertad” de pagar 80 dólares para entrar; ya dentro, una cerveza, una pizza, otros 20 dólares. Paradoja de lo que se considera opresión.
Otra de las cosas que intentan componer a antojo es la visita de Barack Obama a la isla entre el 20 y 22 de marzo (vaya primer tercio de año para Cuba, por cierto), como parte del proceso de normalización de relaciones entre Washington y La Habana. Al respecto uno puede leer la facilidad con la cual opinadores y voceros del llamado anti-castrismo hablan sobre este evento. Vociferan contra ambos gobiernos, por igual (lo que no termino por entender, ya que por décadas dijeron que EEUU era el bueno y Cuba el malo, ¿a qué hora los dos pasaron a ser malos-malos?) y se dan a la tarea de prejuzgar el encuentro.
En su infinita sabiduría, estos grupúsculos con sede en Miami fustigan a Obama porque dicen que le está dando concesiones a Cuba a cambio de nada; pero se auto-regulan afirmando que la Casa Blanca le impone a la isla un ritmo de negociación que ésta no podrá resistir. O sea que mal, pero bien. O mal, pero no tanto. Se debaten, pues, entre el Estados Unidos macartista que les contaron, y el Estados Unidos real, abatido por los errores de su política externa, liderado por un presidente con sentido común.
No obstante -y esta es la verdad-, a Obama no le está alcanzando con sus buenas intenciones. Su gobierno está adoptando en estas negociaciones medidas parciales y limitadas con respecto a sus capacidades. Quiere, pero no puede; o puede, pero no quiere. Y así cómo. Decía mi abuela, ¿para qué tanto brinco estando el piso tan parejo?
Cuba ha sido clara desde el principio. Ha dicho a Estados Unidos que si quiere dialogar, que sea entre iguales. Por una sencilla razón: aislado cada vez más del mundo, Washington no está en posición de comportarse como un bravucón. Lejos están esas épocas. Y si no, pregúntenle a China (uno de los principales aliados cubanos), el primer dueño de la deuda estadounidense. ¿De otro modo la Casa Blanca se habría puesto a negociar con la Revolución Cubana? Por supuesto que no. No digo que repetiría el desastre de Bahía Cochinos, pero sin duda arreciaría con sus planes de desestabilización por vía de la violencia como hizo por 50 años, cuando pagó mercenarios (aún los hay), o patrocinó bombazos en hoteles y hasta en un avión. Pero algo pasó. Washington se vio forzada a reconocer su fracaso y cambiar su actitud. Se dio cuenta la isla perseveró en sus posiciones.
¿Entonces por donde caminan las negociaciones? Es fácil responder eso.
El ritmo lo marcan los avances en el levantamiento del bloqueo comercial y económico que desde 1962 Estados Unidos tiene sobre la isla (sí, por eso no puedes comprar en internet tus puros Cohíba, o medicinas para la diabetes). Ese es el “match point” de la mesa. Sabe Washington que si quiere lograr algo, debe ceder a eso. A cambio pide que La Habana le indemnice por las empresas socializadas tras el triunfo de la Revolución. Pero Cuba le responde que los miles de millones perdidos por décadas de embargo rompen la lógica de ese pedido y que, no obstante, EEUU debe indemnizar al pueblo cubano por eso. Y que aún falta la devolución de la base de Guantánamo. Por su parte la Casa Blanca le pide a la isla más “democracia”. Dice esto porque no puede reconocer abiertamente que, lo que en realidad le gustaría, es que no hubiera más Revolución. Si fuera una relación de novios sería como quien le pide a su pareja abandonar su familia, trabajo, amistades, tierra, riqueza, que nada le exija y que además ponga todos sus bienes a su nombre, a cambio de una promesa de amor… El chiste se cuenta solo.
Así que todo está por verse. Es un proceso complicado pero que ya está en marcha, aunque algunos no les guste. Sobre todo a aquellos grupúsculos que por años han vivido de simular una oposición al gobierno cubano -puede citarme aquí-, sólo por 30 dólares al mes y exposición internacional para premios y cosas así. Está próximo el día en el que la Casa Blanca le corte el financiamiento a clubes como las Damas de Blanco y anexas (dinero, por cierto, salido de los impuestos de la clase trabajadora estadounidense) y se dará cuenta que estos actuaron más interesados por los patrocinios externos que por un (inexistente) proyecto político. Lo verá Obama en su visita. Dicen que se reunirá con ellos; él o alguien más. Ojalá ocurra.
El Presidente no es tonto, y los “opositores” deberían estar nerviosísimos por cuidar que no se les caiga el teatro.
Además, Obama sabe ya que su vista a Cuba será la oportunidad para constatar por el mismo si es cierto aquel viejo cuento con el que creció de que en la isla no se respetan los derechos humanos. Yo podría aconsejarle que pasee en cocotaxi por el malecón. O que vaya a la avenida quinta a beberse una Bavaria, cerveza holandesa, con suerte participa en uno de sus concursos y le toca divertirse una de sus acostumbradas rumbas, con salsa y reguetón. Verá qué mal se la pasan en la isla. Corroborará el Presidente aquello que canta Pablo Milanés: al sentir que el sol entra en su piel, irá sintiendo que no es él y perderá hasta su bandera. ¿Será por eso que en Miami se oponen a su visita?