Prensa como la Deutsche Welle tituló como “inéditas protestas antigubernamentales” lo vivido este domingo 11 de julio en algunos puntos de Cuba, cuando ciertos grupos protagonizaron manifestaciones, en la calle y redes sociales, bajo la consigna “SOS Cuba”. A gritos pedían una “intervención humanitaria” —es decir, asedio militar—, contra el Gobierno de la isla. Su pretexto era la grave situación económica del país y la emergencia por la COVID 19. Y es cierto, la República cubana la está pasando mal en estos dos aspectos, ligados entre sí. Pero las razones son muy distintas a lo propagado por esos titulares facturados por la Unión Europea. Y no se diga por los medios que persiguen la línea de Estados Unidos. Por eso es necesario ponerle unas dosis de realidad al amarillismo anticubano.
Como todos los países del mundo, Cuba enfrenta los duros estragos de la pandemia. Con poco más de 11 millones 300 mil habitantes, su cifra de contagios y de decesos se encuentra muy por debajo de la curva epidémica. A la fecha de este artículo, se cuentan 1 mil 537 fallecidos y 238 mil 491 enfermos en la isla. Mientras tanto, países con una población casi idéntica como Bélgica (11 millones 500 mil habitantes) presentan 25 mil 198 muertes y más de 1 millón 93 mil contagios. O Grecia (11 millones 200 mil habitantes) que tiene más de 12 mil 700 fallecidos y 438 mil contagios. Y eso que estamos hablando de democracias europeas, con capitalismo y todo. En tanto, la isla avanza en su vacunación. Con recursos propios, tiene cuatro vacunas en desarrollo, dos de ellas ya aprobadas para su uso: la Soberana 02 y la Abdala, las cuales tienen una eficacia superior al 91 por ciento, al mismo nivel que la Sputnik V rusa, la Pfizer estadounidense-china y superior a la Astra Zeneca británico-sueca. Con el 25 por ciento de avance en su vacunación a la fecha, el Gobierno cubano estima que para finales de agosto tendría inoculada al 70 por ciento de las y los cubanos, en tanto que el resto de países lucha por conseguir el biológico entre las farmacéuticas privadas.
Pero hay algo que ni Bélgica, ni Grecia, ni cualquier otro país de occidente enfrenta, y es lidiar contra la pandemia mientras Estados Unidos ejerce un bloqueo económico y comercial, recrudecido con 243 medidas adicionales implementadas por Donald Trump —y continuadas por Joseph Biden—, las cuales prohíben el turismo, los viajes culturales y el envío de remesas entre cubanos, y mucho más. Este Bloqueo le cuesta a Cuba más de 15 millones de dólares diarios y, en medio de la COVID 19, le ha impedido a la isla comprar ventiladores, medicamentos, insumos médicos y, por supuesto, vacunas. Tan sólo en marzo de 2020, Washington impidió que un barco con dos millones de mascarillas, 104 ventiladores y 400 mil reactivos de diagnóstico donados por el corporativo chino Ali Babá, llegará a la isla. En abril de ese año, la Casa Blanca bloqueó la entrega de respiradores pulmonares a la empresa Medicuba por parte de los fabricantes suizos IMT Medical AG y Acutronic, a pesar de que ya habían sido pagados. ¿La razón? Estas empresas fueron compradas por la firma estadounidense Vyaire Medical Inc., por lo cual el Bloqueo le prohíbe relacionarse con cualquier entidad cubana.
Nunca está de más recordar que el Bloqueo a Cuba existe desde 1962. Lo impuso el Gobierno de Estados Unidos contra Cuba en represalia por la Revolución y, aún más, por declararse socialista. Según el Departamento de Estado de EEUU, el Bloqueo “es el único medio previsible para enajenar el apoyo interno (a Fidel Castro) a través del descontento y el desaliento basados en la insatisfacción y las dificultades económicas”. Así han pasado casi sesenta años, más invasiones armadas, actos terroristas dentro de la isla financiados por la isla, tráfico de personas, intentos de desestabilización, sabotajes comerciales y propaganda en medios, y el proceso revolucionario en Cuba continúa. Ahora, en el 2021, la COVID 19 se ha convertido en la mejor arma de guerra de Washington contra La Habana, asfixiando aún más su economía al grado de provocar la muerte de personas inocentes que habrían salvado la vida de contar el Gobierno con los insumos suficientes, como cualquier país, para enfrentar la pandemia.
Entonces, si bien todas las vidas perdidas pueden lamentarse, la realidad es que la pandemia en Cuba no se ha descontrolado como la propaganda anticubana quiere hacer creer. En los últimos días, los casos se incrementaron en la provincia de Matanzas debido a las violaciones a las medidas sanitarias de resguardo y distanciamiento social, por lo que el Gobierno y el pueblo de la isla, convocaron a la solidaridad internacional ante la falta de insumos necesarios para contener el virus. Sin embargo, el “SOS Cuba” original fue pervertido por los grupos enemigos de la Revolución cubana, dentro, pero sobre todo fuera del país, y lo convirtieron en una protesta con pedido de “ayuda humanitaria” lo cual, en el diccionario de Estados Unidos, son navíos y drones cargados con bombas, como lo hicieron en Libia en 2013 y antes en Yugoslavia. Pero el epicentro de las provocaciones no fue Matanzas, sino un municipio alejado de ahí, San Antonio de los Baños, en la provincia de Artemisa, al suroeste de La Habana. El espectáculo duró una hora, hasta que el presidente de la isla, Miguel Díaz-Canel, por propio pie, se presentó en el lugar para atender los reclamos. Mas, de inmediato, los manifestantes regresaron a sus escondites.
Con la experiencia de haber enfrentado y derrotado otros sabotajes, Díaz-Canel convocó al pueblo cubano a tomar las calles. Así se colmaron las principales avenidas de Cuba, con multitudinarios actos de respaldo a su Revolución. Mientras tanto, piquetes violentos allanaban propiedades, robaban en las tiendas, destrozaron autos y cometían otros actos de vandalismo. Por supuesto, en las redes sociales se intentaba vender la idea de que las multitudes manifestándose pertenecían a los inconformes cuando, en realidad, era el pueblo apoyando su soberanía, con banderas de Cuba y del Movimiento 26 de julio. De modo que en este asunto se viven dos realidades en Cuba: la de las redes sociales, donde la derecha en Miami y las agencias anticubanas mueven sus recursos, y la de las calles en la isla, donde una inmensa mayoría de revolucionarios está defendiendo a su país.