Hubo un rector en un castillo, que se amparaba siempre en sus murallas de membrillo para no recibir sanción alguna por cualquiera de sus decisiones, por dictatoriales o estúpidas que éstas fueran.
“Soy autónomo», decía el rector de chocolate, “y si alguien se atreve a cuestionar mis decisiones, será expulsado del reino, por comunista».
Por: Tania Meza Escorza *
Debido a negociaciones políticas, otros mandatarios cercanos habían decidido no interferir en los asuntos del rectorado con murallas de membrillo. Al interior, los súbditos del reino obedecían sin cuestionar por temor a los merengues de choque, pero en el fondo, no sentían ningún aprecio ni respeto por el rector, pues estaban concientes de que a su amo, en vez de ideas, le brotaba pura miel.
No obstante, a pesar de que este rector era taaan dulce, tenía amargo el corazón. Sentía una envidia irredenta por todas las personas que sí sabían leer y escribir, y más aún si estas personas tenían post-doctorado y nivel II en el Sistema Nacional de Investigadores.
Debido a ello, cualquiera que deseara un cargo dentro del rectorado como paje pirulí, debía ser mucho menos dulce, tierno, inteligente y brillante que el rector de chocolate. Sí, por el contrario, alguna persona osaba destacar más que el gigante rectorcito, de inmediato era tratado con la violencia propia de los merengues de choque, que en la cabeza no tenían relleno, pero por fuera ¡harta galleta!
A lo largo de este reinado, no solamente la princesa Caramelo, sino muchos otros hombres y mujeres le fueron diciendo que no querían vivir con él, de la manera totalitaria y analfabeta en que gobernaba. Pero el rector de chocolate, lejos de reflexionar y entender que los tiempos cambian, desterraba a la gente crítica del reino, de la manera más ruin que le dictaban su amargo corazón y su cabeza con pura miel.
Por ello, cuando la comunidad de otros reinos le recriminaba despedir injustificadamente a los sabios del rectorado, el de la nariz de cacahuate se indignaba y empleaba todas sus ideas en enfrentar a los que consideraba sus adversarios. El problema era que todo lo que se le ocurría tenía que ver con violencia, desde golpear a los investigadores críticos, hasta comprar a las autoridades encargadas de resolver juicios laborales.
Este rector creyó que en su cuento iba a vivir feliz para siempre pero, encerrado en su costra de garapiña, no se dio cuenta de que los tiempos cambiaban y de que, incluso hasta su feudo, llegaría algún día la justicia exigida por mujeres y hombres humillados, golpeados, violados e incluso asesinados durante el período de construcción y consolidación del reino de membrillo.
La pura miel que en la cabeza tiene este rector de chocolate, le impide ver que el final no ha llegado y que éste no será feliz. Por más que al ver su suerte comience a llorar tan fuerte, llegará el tiempo en que lo aplastará, no un merengue, sino la voluntad popular de cambiar la monarquía (incluso la de chocolate) por la democracia.
* Publicado en el Diario “Plaza Juárez» el viernes 15 de junio de 2007.