. Ahí radicó la belleza de su vida: prácticamente no existe salvaje grupero, radical rockero, convencional popero, elevado jazzero o apático musical que no conozca su nombre y lo relacione con el mundo de la ópera. Las probabilidades de que aquél que haya alguna vez llenado sus oídos con la famosisíma napolitana O Sole Mio, lo haya hecho con la versión de Luciano, son estadísticamente absolutas. No importa cuantos Il Divo, cuantas Brightman o Giordano y cuantos Bocelli sigan apareciendo… Luciano lo hizo primero, Luciano lo hizo mejor, Luciano no renunció a su propio círculo musical para hacerlo.
Por Vladimir Meza Escorza / Desde Abajo
No valdría verdaderamente la pena entrar en detalles de la vida y obra de este tenor que seguramente ya habrán sido publicados en centenares de artículos que reportan su muerte y que, como todo notable ser humano que deja este mundo, ahora serán enarbolados y enaltecidos de forma tal que nos podría convertir en eruditos de un día del personaje fallecido.
Pero no. Luciano era, indudablemente, uno de los tenores más notables de los tiempos modernos. Sin embargo, como cualquier verdadero amante del Bel Canto podrá confirmar, no era exactamente el mejor. Pero no caigamos en debates innecesarios: si bien todo se resumiría a una mera cuestión de gustos (una muy humilde y personal opinión es que José Carreras es superior y que el orgullosamente Mexicano Ramón Vargas tiene la capacidad vocal necesaria para alcanzar lo hecho por el fenecido), la poderosa voz del Modenense, y su obra altruista realmente están opacando la verdadera trascendencia del paso del tenor por esta vida; una acción por la cual el agradecimiento de la humanidad debería ser tan grande como su legado: Luciano Pavarotti llevó la ópera a las masas…
Una división imaginaria absolutamente simplista que nos ayudaría a catalogar a un cantante profesional, tendría que partir simplemente de la emanación de su voz. Luciano no forjó exclusivamente su instrumento tras décadas de aprendizaje… él era un dotado, cuyo talento se fue hasta la nubes tras reforzar su don con el estudio, la práctica y la experiencia en su ámbito.
Y es que al apreciar su registro de tenor spinto para la opera y su registro lírico dentro de sus actuaciones populares, nos habla de un hombre con la perfecta capacidad de controlar su voz, un artista con una versatilidad envidiable, una solemnidad total en sus interpretaciones de su predilecto Puccini, y semanas después una desfachatez absoluta a dúo con Bono para seguir con una soberbia actuación con Montserrat Caballé.
Pero tras esa manipulación corporal para el manejo de la intensidad, esa reverberación craneana para el vibrato exacto y ese rostro abierto que reflejaba el magistral control de los músculos faciales para una perfecta proyección vocal, estaba algo más allá que la técnica de los grupos corales a los cuales perteneció en su juventud; algo más allá de la enseñanza de su maestro Campogalliani… estaba el corazón y la pasión. Elementos que no deben estar por ningún motivo ausentes en cualquier representante del arte que se aprecie de serlo.
Y tal vez fue la combinación de todos esos elementos, aunados a su gran carisma, lo que le significó la gran victoria de su obra: lograr que la gente volteara hacia un género elitista y que guió a una sociedad convencional a cruzar la frontera de la ópera.
Ahí radicó la belleza de su vida: prácticamente no existe salvaje grupero, radical rockero, convencional popero, elevado jazzero o apático musical que no conozca su nombre y lo relacione con el mundo de la ópera. Las probabilidades de que aquél que haya alguna vez llenado sus oídos con la famosisíma napolitana O Sole Mio, lo haya hecho con la versión de Luciano, son estadísticamente absolutas. No importa cuantos Il Divo, cuantas Brightman o Giordano y cuantos Bocelli sigan apareciendo… Luciano lo hizo primero, Luciano lo hizo mejor, Luciano no renunció a su propio círculo musical para hacerlo.
Y ante semejante logro, no podían faltar aquellos que siempre le criticaron bajar del pedestal su talento… aquellos que se lo tragaron vivo al amanecer del milenio cuando Sydney fue testigo de su fallido intento por alcanzar su icónico Do de pecho…
Pero cuando parece ser sino de todo iluminado que rechaza el Nirvana para mostrar a otros el camino a la luz, perder para sí mismo la vida eterna, Luciano rompió con el esquema.
Porque hoy, a nadie le importa que tal vez existan tenores técnicamente más capaces, hoy a nadie le importa que la solemnidad del Bel Canto haya sido borrada en las listas Billboard, hoy nadie recuerda Sydney, hoy nadie recuerda un hombre enfermo que ya no podía subir una escalera y que fue vencido por el cáncer de páncreas como si se tratase de cualquier simple mortal.
Hoy se fue de la vida terrenal un inmortal, un soldado de la música, un suprahumano vocal, un ser que vivió su vida con pasión e irracional amor al arte.
Hoy todos aquellos con un ápice de emoción en su ser, lanzamos un suspiro al viento por Luciano…
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