. Leyendas y verdades acotadas por la ley de aborto promulgada en el Distrito Federal y que además acaba de ser declarada no anticonstitucional a pesar de la intentona del sector conservador de la sociedad mexicana y de entre quienes destaca penosamente José Luis Soberanes, defensor de los Derechos Humanos de unos humanos que no conocemos, pero que definitivamente no son mujeres, mucho menos indígenas, aunque tales seres humanos y él deben tener algo en común: padecen gastritis.
Por Mónica Licona Solís* / Desde Abajo
Aborto. Palabra rotunda, contundente, que en su morfología lleva su destino. Abrupta y definitiva. Tanto que se ha dicho de esta práctica y tan poco que se sabe de forma clara y particular. Los que están a favor manejan datos, cifras, resultados. Los que están en contra lo hacen también pero al revés. Se habla de interpretaciones, puntos de vista, perspectivas. ¿En qué momento de la vida, esta empieza? ¿En qué momento de la gestación, de la fecundación “se siente” y por lo tanto se sufriría cualquier dolor físico o trauma emocional? ¿Quién tiene la respuesta? ¿Quién que no la ostente como LA VERDAD?
En primer lugar y por favor, que esto quede bien claro, abortar no es una fiesta, sea provocado o no. El sufrimiento físico es profundo, es decir, el dolor no se centra en el vientre o en la vagina, en los ovarios o en la matriz. Duele cada centímetro de la piel, todo el cuerpo se siente flácido y débil. Pareciera que los huesos se han elongado y no caben en su envase de siempre, son agudos y a la vez frágiles. El cuerpo de una no es de una pues quisiera salir de este trance y no hay respuesta inmediata. Hay que tenerse paciencia para recuperarse.
Y sí, a esta no-fiesta física vienen otros invitados como los prejuicios, la ignorancia, la cerrazón.
Si el aborto ha sido espontáneo, no falta el conocido que explique los hechos con la llana sentencia de que ha sido la voluntad de Dios y ante ello no hay nada que hacer. Que habrá otros embarazos, hijos logrados y cuando mucho la sugerencia es comer bien y descansar, amén de un baño de hierbas en tina y después envolverse en una gran toalla o cobija para absorber por la piel todas las bondades de este remedio (por decirlo de paso, esta sí es una buena idea para relajarse y dormir profundamente).
No se afronta la realidad de que es probable que se trate de un problema de salud más complejo que solo “no poder tener bebés” y que lo mejor sería realizarse exámenes médicos completos para conocer el estado de salud real y con ello cambiar hábitos y estilo de vida a algo de mejor calidad, pues una mujer no es sólo madre, sino y antes que nada una persona productiva, con miles de actividades aunque éstas no conformen un proyecto de vida claro y planificado. Desde luego, una valoración médica integral tiene un costo económico que debería estar cubierto por el estado o ser accesible el pago a la usuaria del servicio.
Ello entonces está contemplado en los presupuestos y planes gubernamentales que garantizan el bienestar ciudadano… en cualquier otro país. En este, los funcionarios están muy ocupados en publicitar su trabajo como lo hace un niño de seis años con su primera plana de bolitas: no es ninguna gracia pues es su única obligación, y encima los secretarios de estado viven extraordinariamente con los impuestos y la riqueza que generan las parejas (sigan juntas o no) que han pasado por un proceso de aborto.
Y si todo esto parece un nudo gordiano, ahora tratemos de desmenuzar el hecho del aborto inducido.
Un aborto inducido no se decide a la ligera. Por joven, inexperta e ignorante que sea la mujer, tiene una noción de a lo que se expone si llega a practicárselo. Es más fácil decidir tácitamente que se tiene a ese hijo. La experiencia previa a la propia maternidad hace ver que aun con limitaciones un niño llegado a este mundo crece, de manera natural y sencilla si bien carente de todo en extremo aunque este límite pueda ser la muerte siendo muy pequeño, después de haber pasado hambre, pobreza, no tener ni lo indispensable, ni poder ejercer los más elementales derechos humanos.
Es más común haber escuchado desde siempre que el aborto es un pecado, que Dios castiga si se hace, que a las mujeres que lo llevan a cabo jamás les da otros hijos, que la que aborta se pudre por dentro hasta que se muere entre grandes dolores y sufrimientos. Que los médicos que lo practican se cobran no sólo con dinero, sino teniendo sexo con la paciente. Que sólo ocurre en lugares sórdidos y contaminados.
Leyendas y verdades acotadas por la ley de aborto promulgada en el Distrito Federal y que además acaba de ser declarada no anticonstitucional a pesar de la intentona del sector conservador de la sociedad mexicana y de entre quienes destaca penosamente José Luis Soberanes, defensor de los Derechos Humanos de unos humanos que no conocemos, pero que definitivamente no son mujeres, mucho menos indígenas, aunque tales seres humanos y él deben tener algo en común: padecen gastritis.
El nuestro es un país cada vez más dividido, segmentado en categorías que parecen infinitas. Las decisiones que poco a poco se han tomado sobre temas como aborto y violencia hacia la mujer son nuevas hendiduras en la sociedad, aunque en realidad están trazando una radiografía que muestra el problema real y de fondo: no hay educación que responda y resuelva los cuestionamientos que sobre estos temas se hace el México actual. Esta educación debería darse desde luego en asuntos tan variados como la sexualidad, la responsabilidad y el respeto.
Pero para que el estado mexicano hablara en estos términos, tendría que ofrecer otra clase de vida a sus ciudadanos, lo que contravendría a sus intereses particulares que desde luego, no tienen nada que ver con el beneficio de los contribuyentes. Tendría que desarrollar planes de estudio que orienten sobre estructurar un proyecto de vida y con ello proveer de las herramientas y los medios para realizarlo.
Debería tener políticas de salud pública que permitieran vivir una sexualidad sin mitos y culpas, que reconocieran que el ser humano no es asexuado y que por el contrario, el sano desarrollo de esta parte de la personalidad hará gente más feliz e íntegra. Y que a pesar de la censura y de las dificultades que se hallan, los jóvenes tienen relaciones sexuales a edades cada vez más tempranas aunque sea en condiciones precarias y que desemboquen en embarazos no deseados o en la transmisión de enfermedades venéreas, algunas que se erradican con tratamiento y otras que acarrean un sufrimiento a largo plazo y que obviamente con dificultad pueden aspirar a un tratamiento por parte del sector salud.
Es real que los jóvenes descubren la sexualidad por su cuenta y riesgo, casi sin información y sin apoyos. Es real que las mujeres con pareja o sin ella abortan, ejercen una decisión sin tener muy claras ni las consecuencias ni el proceso que enfrentarán. Es cierto que aquellas que lo confiesan abiertamente son estigmatizadas y segregadas como villanas, como “malas mujeres”, “locas” o “putas”. Es cierto que los testimonios que ellas podrían rendir y que son valiosos para tomar una decisión, son descalificados y mal interpretados. Todo esto es verdad.
Entonces, ojalá que no.
Ojalá que no hubiera una sola mujer más encontrada con la dureza de un embarazo no deseado. Ojalá que no hubiera más proyectos de vida de hombres y mujeres que se cancelan por tener que afrontar prematuramente el sostener y cuidar a un nuevo ser. Ojalá que las enfermedades que se transmiten sexualmente fueran ampliamente conocidas no por padecerse, sino porque se ha brindado la información suficiente para no contraerlas y en caso contrario, para identificarlas ante los primeros síntomas y recibir el tratamiento adecuado para sanar.
Ojalá que quienes se dicen respetuosos de la vida y que exhortan a ello, reconocieran que muchas veces está en su mano proporcionar un ingreso digno a los proveedores de familia (sean estos hombres o mujeres) pues curiosamente además, son empleadores, dueños de los medios de producción y de la riqueza del país, misma que tratan de administrar eficientemente a través de modernas tiendas de raya y condiciones de trabajo por demás cuestionables y extrañas.
Ojalá que los hombres de fe, fueran de verdad eso y que si levantaran la voz fuera para hablar sinceramente a favor de los que no pueden hacerlo, que no son escuchados, que no tienen más valor que pagar sus impuestos a cambio de servicios que no reciben o de marcar una boleta electoral sin conocer a “sus candidatos” y participando cada vez menos en ello, pues ningún cambio se traduce en un mejoramiento de su calidad de vida.
Si. Ojalá que no hubiera un aborto más, ni una criatura sola más en la calle, ni una muerta más por un legrado mal practicado. Ojalá que de verdad, se respetara el derecho a la vida con todo lo que ello significa.
* La autora es secretaria de Equidad y Género del Sindicato de Telefonistas de la República Mexicana, sección 9, Pachuca.
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