Tocar en Nueva York es reencontrarse con uno mismo, te quitas muchos prejuicios, y hasta cierto punto se siente miedo, pero finalmente vas a medir cuanto sabes. Ahí me di cuenta que para poder tocar jazz, más que tener una buena escuela, hay que aprender a tener feeling.
Por Jesús Ángeles / Desde Abajo
Mirando el vibráfono, el saxofón, el bajo eléctrico y todos los instrumentos que estaban en el escenario, David no esperaba mi llegada para pedirle una entrevista; se le hizo un poco extraño, un reportero en Pachuca cubriendo un evento de jazz, parecía ser una broma. Aun así, me recibió con una sonrisa y aceptó con mucho entusiasmo el encuentro. Me sentía alagado, estaba con una gran figura del jazz del Estado, quizás, el único hidalguense que vive del jazz formando parte de toda una farándula a nivel internacional junto con su grupo Meztijazz, que formó cuando estudiaba la licenciatura en percusiones.
Esa noche se presentaría en aquel teatro Bartolomé de Medina, con el patrocinio del Centro Cultural para las Artes de Hidalgo (CECULTAH); era la muestra de su proyecto “Vibraciones para la gente” en donde tendría que destacar lo aprendido con la beca del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo en su emisión 2007. Tenía interés del porque se la habían dado, como es que un jazzista aprovecha una beca como esta, y eso se concentro la platica.
Me dieron una beca individual para irme a estudiar a Nueva York, – me decía David Peña mientras se sentaba en el sillón del camerino, – allá me dí cuenta que los músicos son más abiertos.
Estando en Nueva York, empecé a estudiar ensambles, armonías, solos, todo lo que es básico; primordialmente fui a reaprender lo que ya sabía, porque allá es diferente escuela a la que tenemos aquí. Prácticamente es reiniciar el lenguaje, la madures. Fíjate que aquí uno toca bien loco y en allá es otro estilo, porque no hay prejuicios, todos los músicos, sin importar su trayectoria tocan cualquier instrumento y en un ensayo, puedes verlos tocando todos los instrumentos que hay, algo que aquí no es muy común ver.
Tocar en Nueva York es reencontrarse con uno mismo, te quitas muchos prejuicios, y hasta cierto punto se siente miedo, pero finalmente vas a medir cuanto sabes. Ahí me di cuenta que para poder tocar jazz, más que tener una buena escuela, hay que aprender a tener feeling.
¿Como era un día normal para ti en la nueva capital de jazz? – le pregunté, observando sus facciones, ese perfil físico parecido al de Chick Corea y sus lentes, que le dan una personalidad de carpintero, de un simple hidalguense. Pues me levantaba, me iba a clases de piano, aprender Standard, solos y cosas así, -me contestó David cerrando los ojos continuamente, como queriendo regresar a New York –. Para esta beca tuve que aprender a tocar piano; yo soy percusionista, pero allá me vi obligado a tocar piano. Ya en la tarde me iba hacer ensambles con grupos, pero no creas que de jazz; por ejemplo, un día llegué y tuvimos que improvisar música árabe. Más tarde me iba con algunos cantantes a darle un rato, y hasta en la noche era que tenía una jam sessions con algunas bandas de jazz, o clases con Barry Harris.
¿Te imaginas a un hidalguense tocando en las calles de Nueva York? – me decía tratándome me llevar hasta sus recuerdos, con sus palabras- pues yo no, no me puedo imaginar, porque prefiero recordarlo. Me impresionó mucho conocer a Cristian Mcrae y tocar con él, recibir clases de John Patitucci, porque es un hombre muy disciplinado, su forma de enseñar es tan específica, que podríamos decir que tiene su propio lenguaje, si no estas preparado musicalmente, sencillamente no aprendes nada con Patitucci.
Pero lo que realmente me impresionó, fue allá todos los músicos tocan todos los instrumentos. Ahí puedes ver, si ponemos ejemplos con grandes jazzistas, a Louis Armstrong tocando el piano, o a Billie Holiday tocando la batería, eso me impresionó porque aquí es algo que no se acostumbra hacer. Genialmente en las escuelas de música en México, son muy cuadrados, te obliga a tocar únicamente un instrumento en especial. Básicamente eso fue lo que aprendí durante esos cinco meses que estuve allá, a no cerrarme a un género musical, ni mucho menos a un instrumento, que lo mismo puedo improvisar con él jazz que con música judía.
¿Y cuando regresaste a México que hiciste? – le pregunté.
Pues, empecé a dar cursos en el mes de noviembre en Pachuca, en la Escuela de Artes y en Apan. Dí un curso de jazz aplicado a la música popular, en donde daba… pues, más posibilidades en escalas para hacer una cumbia, para que suene más diferente. Desafortunadamente, en ese curso me dí cuenta que en el Estado no se ha desarrollado mucho ese estudio; estudian la música como si fuera algo para trabajar con pinzas, me encontré con casos en el que no conocían que era una armonía, no sabían poner el circulo de sol, y esto hacía que los cursos fueran muy lentos.
En ese momento, la puerta se abrió y los integrantes del grupo Meztijazz entraron al camerino preguntando por alcohol, querían unas cervezas para antes de salir a escenario con buena vibra. Al parecer creo ya traían una botella escondida, como unos universitarios que introducen alcohol adentro de su universidad. Sus voces me impidieron seguir grabando la entrevista, y para ser más sinceros, no quise interrumpir la ceremonia que estaban haciendo minutos antes del concierto. Así que decidí darle fin a la entrevista que se torno a una más simple plática. Ahora solo faltaba escucharlos en el escenario.