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lunes, diciembre 30, 2024

Los asesinos de Dios

. Tras su fechoría, ahora sale el asesino a luchar porque el gran jurado de la humanidad les otorgue su razón por las causas que lo llevaron a matar a Dios. Y cabalga bajo su manto de telas gruesas, ocultando la mano criminal , anunciando el Apocalipsis familiar que significa haber cometido el error –afirman-, de colocar a todos los hombres y mujeres de la Ciudad de México en condiciones de igualdad ante la ley, como supone la civilización del amor. Y el colmo del cinismo, se erigen como abogados de su propio cadáver a cuestas:

Por Luis Alberto Rodríguez / Desde Abajo

Iglesias, evangélicas y ortodoxas, fundamentalistas y comerciales, se han unido a la campaña del catolicismo contra las nuevas legislaciones que en el Distrito Federal se han aprobado en reconocimiento de los derechos de la diversidad sexual. Su objetivo es convencer a sus ovejas descarriadas de volver al corral lejos del mundo que ha decido postrarse bajo los encantos de Luzbel, el legislador de las minorías, el verdugo del ocurantismo que ha llevado a México a una época superior a la de 1791, lejos de donde Dios padre aún predicaba desde el monte castigando la sodomía. Sin embargo, desde las tinieblas, haciendo fuerza desde las calles, en cada beso, con cada manifestación pública de amor, homosexuales, lesbianas, transgéneros, transexuales, trasvestis e intersexuales han colocado el último clavo en la cruz del cordero, haciendo efectiva la profecía de San Friedrich Nietzsche: Dios ha muerto.

Inscrita en 1882, “La gaya Ciencia” es el libro en el cual se inscribe el célebre anuncio del filósofo alemán quien con la muerte de Dios denunciaba la angustia moral del siglo XIX y principios del XX que parecía condenar a las sociedades de su tiempo a la ignorancia cultural y científica en manos de la religión. Y vaya si Nietzsche tenía razón al hablar del tema pues era hijo de un pastor luterano que marcó su infancia y primera adolescencia en el incólume pecado de la sexualidad, haciendo del joven Friedrich, un hombre incapaz de explorar sus propios deseos, con la consecuencia mortal de su paranoia y misantropía, saldos emocionales causados a nombre del delito de Adán, tan gravemente, que ni las artes y humanidades pudieron contrarrestar.

Así pues, la muerte de Dios es el resultado de su equivocado renombre; expulsado, asesinado por aquellos que usufructuaron su Ley a beneficio de sus frustraciones, azuzando al miedo colectivo contra el mundo democrático, el mundo de Darwin y Galileo, de Voltaire y Beauvoir, sobre el cual Jesús de Nazareth mismo nació.

“Dicho hombre, frenético o loco, cierta mañana se deja conducir al mercado. Provisto con una linterna en sus manos no cejaba de gritar: «¡Busco a Dios!» Allí había muchos ateos y no dejaron de reírse. Los descreídos, mirándose con sorna entre sí, se decían: «¿Se ha perdido?» «¿Se ha extraviado?». Y agregaban: «Se habrá ocultado». «O tendrá miedo». «Acaso se habrá embarcado o emigrado». Y las carcajadas seguían. El loco no gustó de esas burlas y, precipitándose entre ellos, les espetó: «¿Qué ha sido de Dios?» Fulminándolos con la mirada agregó: «Os lo voy a decir. Lo hemos matado. Vosotros y yo lo hemos matado. Hemos dejado esta tierra sin su sol, sin su orden, sin quién pueda conducirla… ¿Hemos vaciado el mar? Vagamos como a través de una nada infinita”.

Donde el cuchillo asesino es la moral cristiana que opaca la razón científica:

“Y en tono interrogativo y con énfasis prosiguió afirmando que nos roza el soplo del vacío, que la noche se hace más noche y más profunda, y que se torna indispensable encender linternas en pleno día. Manifestó que se oye a los sepultureros enterrando a Dios, agregando que tal vez tengamos que oler el desagradable tufo de la putrefacción divina, pues, naturalmente, los dioses también se pudren. Y siguió diciendo que lo más sagrado y lo más profundo se ha desangrado bajo nuestro cuchillo, preguntando, al mismo tiempo, si se podría encontrar un agua capaz de limpiar la sangre del cuchillo asesino”.

Donde los pastores, sacerdotes, religiosas y fieles, son los portadores del crimen:

“E inmediatamente puso en duda que la grandeza de este acto fuera propiamente humana. Y entendía que toda la posteridad se agigantaba con la magnificencia de este acto. Se puso colérico y echó al suelo su linterna y creyó reconocer que se había metido muy precozmente entre los hombres. Intuía que los oídos humanos no estaban todavía preparados para escuchar tales verdades. Porque el rayo, el trueno, la luz de los astros, y los actos heroicos de los hombres requieren su tiempo para arribar. Y este último acto mencionado se encuentra más lejos que los actos más lejanos. Los hombres nada saben de ellos y son ellos los que han cometido el acto”.

Tras su fechoría, ahora sale el asesino a luchar porque el gran jurado de la humanidad les otorgue su razón por las causas que lo llevaron a matar a Dios. Y cabalga bajo su manto de telas gruesas, ocultando la mano criminal , anunciando el Apocalipsis familiar que significa haber cometido el error –afirman-, de colocar a todos los hombres y mujeres de la Ciudad de México en condiciones de igualdad ante la ley, como supone la civilización del amor. Y el colmo del cinismo, se erigen como abogados de su propio cadáver a cuestas:

«Nos quieren prohibir hablar en nombre de Jesús, predicar su doctrina, cumplir el mandato del señor de anunciar la buena nueva, defender el vínculo sagrado del matrimonio. No, no podemos callar, pues podremos de los tribunales de los enemigos de Cristo, pero no evadiremos el tribunal supremo de dios quien nos pediría cuenta de nuestra cobardía por avergonzarnos de su nombre y por no defender al rebaño del lobo que mata y dispersa a las ovejas. «Toda ley humana que se le contraponga será inmoral y perversa, pues al ir contra su voluntad termina por llevar a la sociedad a su degradación moral y su ruina» (Norberto Rivera Carrera, El Universal, 10 de enero).

Dicen que el loco ese día penetró en varias iglesias y entonó un requiem aeternam deo. Y cuando era arrojado esgrimía reiteradamente su argumento: “¿Qué son estas iglesias, sino tumbas y monumentos fúnebres de Dios?”.

luis@desdeabajo.org.mx

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