Por Tania Meza Escorza / Desde Abajo
Del mismo modo en que nada puede decirse de Haití, que describa la situación de desesperanza que ahí se vive; nada podemos expresar que realmente refleje el dolor producido al pensar en nuestros hermanos y hermanas haitianas, y en el escalofrío que nos recorre al pensar que podríamos estar en su lugar.
No es sólo la devastación, es el desasosiego que da el pensarse sobreviviente en una selva, en donde la gente se está confrontando por lo básico y los cuerpos de rescate han tenido que volver a sus naciones ante la incapacidad de asegurar sus vidas.
En medio de la locura, del dolor, de todas las reglas rotas y el olor a muerte, existe una población vulnerable hasta el tope: las niñas haitianas. En este momento, en todo el mundo, pocos segmentos poblacionales están en tanto peligro como ellas.
Antes del los sismos implacables, la situación de las niñas haitianas ya era muy difícil. En 2006, la Unicef presentó el reporte: “La infancia en peligro: Haití”, en donde describe plantea entre las amenazas a la salud y el bienestar de los niños y niñas de aquel país la atención insuficiente de la salud. Las tasas de inmunización contra el sarampión (que es una enfermedad altamente contagiosa y a menudo fatal) son mucho más bajas en Haití que en cualquier otro lugar de la región, y más bajas incluso que las tasas de vacunación de África subsahariana.
Otro grave problema era la falta de enseñanza. Aunque la educación es el camino hacia una vida mejor, muchas familias no podían pagar los gastos que supone enviar a los niños y niñas a la escuela porque son excesivos. Únicamente un 55{9e1ff1bee482479b0e6a5b7d2dbfa2de64375fcf440968ef30dd3faadb220ffd} de los niños y niñas en edad escolar primaria asistían a clase. Como promedio, las niñas solamente acudían a clase durante dos años. Una tercera parte de los jóvenes de Haití de 15 a 24 años eran analfabetos.
Pero luego del martes 12 de enero, en que toda la población infantil sobreviviente que perdió a su familia quedó a merced de las redes de traficantes, las incalculables sobrevivientes de quienes antes eran más de 100 mil niñas en situación de calle, están más desprotegidas que nadie.
Las niñas se encuentran en la última posición del círculo de la violencia de género, pero si pertenecen a una nación miserable son aún más vulnerables. Y si esa nación vulnerable se rige literalmente por la ley de la selva, las pequeñas haitianas que no murieron en los sismos, están hoy a merced de la trata internacional, sea para el comercio sexual o para la servidumbre forzada.
“Restavek” es el término con el que en Haití se denomina a una niña o niño que por situación de calle o por tráfico infantil ha sido entregada (o) a una familia para realizar labores domésticas sin pago. Es decir, para someterle a esclavitud. De los casi 300 mil “restavek” que la Unicef contabilizó antes de los sismos, las tres cuartas partes eran niñas.
Por si fuera poco, dos de las más férreas defensoras de los derechos de las mujeres y las niñas en Haití murieron el martes 12.
El Secretariado Internacional Marcha Mundial de las Mujeres informó sobre la muerte de las feministas Magalie Marcellin y Myriam Merlet, esta última militante feminista y actual encargada del Ministerio para las Mujeres en Haití.
Merlet fue una de las líderes de la marcha de 30 mil mujeres que el 13 de abril del 1986, apenas dos meses después de derrocada la dictadura, tomaron las calles de la capital para demandar fin a la pobreza, el hostigamiento sexual, las violaciones, acceso a préstamos para las mujeres, trabajo y educación para ellas.
Magalie Marcelin de la organización Casa de las Mujeres trabajaba para educar a mujeres jóvenes sobre sus derechos, destacó su participación de 2007 en Haití cuando las organizaciones feministas denunciaron ante la organización de las Naciones Unidas, más de 100 cascos azules de la ONU procedentes de Sri Lanka, fueron deportados por asociación ilícita al haber pagado $1 dólar a niñas de hasta 13 años por tener sexo con ellos.
Aunque en su momento, Marcelin fue descalificada por estas afirmaciones, finalmente, en noviembre de 2009, la portavoz de la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití, Sophie Boutaud de la Combe confirmó la presencia de cascos azules que sirvieron en Haití en la lista de los soldados de la ONU sancionados por la justicia de sus países por abuso sexual.
La Unicef no lo acepta abiertamente, pero conoce exactamente el peligro que en este momento corren las niñas haitianas no sólo con las redes de traficantes infantiles, sino con las tropas estadounidenses que ya se movilizan en la región. Por ello se aprestó a hacer observación y a instalar refugios para menores, pero estas acciones nunca han sido suficientes. Además, la ONU ha ordenado a sus voluntarios que se retiren, porque no puede garantizar su seguridad.
Todas las poblaciones haitianas consideradas vulnerables corren un riesgo latente, pero las niñas soy hoy más que nunca vulnerables entre las vulnerables. Los cuerpos de paz se van, los cuerpos de guerra llegan. El infierno existe.
taniamezcor@hotmail.com