Por Mireya Márquez / Desde Abajo
Faltan pocos meses para el mundial de fútbol en Sudáfrica, pero los problemas que enfrenta el director técnico de la selección inglesa, el italiano Fabio Capello –conocido por su férrea disciplina dentro y fuera de la cancha—rebasan por mucho los confines del terreno de juego: no sólo debe preocuparse por definir la oncena titular que dé la pelea por la preciada copa del mundo, sino además lidiar con los escándalos que sus jugadores han protagonizado a últimas fechas. Tres de ellos–dos de los cuales juegan para el Chelsea de Londres—han acaparado incesantemente los titulares de los tabloides y las revistas del corazón por sus indiscreciones y aventuras sexuales.
El protagonista del escándalo sexual más reciente es el defensa lateral del Chelsea de Londres y de la selección inglesa, Ashley Cole, a punto de divorciarse de la estrella más popular del momento y hoy por hoy la consentida de los británicos, Cheryl Cole, luego de que los tabloides publicaron a detalle explícito las aventuras extramaritales de Ashely con al menos cinco mujeres. Desde el primer día, la prensa ha venido documentando cada momento del desvanecimiento público del matrimonio y registrado cada gesto, aparición y declaración de Cheyl, Ashley y su círculo de colaboradores. Ashley Cole, quien se recupera luego de una lesión en el tobillo y ve en duda su posible participación en el mundial, es hoy el hombre más odiado del país; mientras que a su aún esposa el público le exige que se divorcie de él y se valore a sí misma, o su credibilidad como cantante ícono de la juventud quedaría en entredicho.
Pero este escándalo apenas llegó a tiempo para quitar presión y reflectores al otro acusado de adulterio del Chelsea y de la selección: el también defensa John Terry. Su infidelidad extramarital de varios meses también fue registrada con lujo de detalle por tratarse de la expareja de su mejor amigo, Wayne Bridges—quien resulta que también jugaba para el Chelsea y es el sustituto de Ashley Cole en la selección inglesa cada vez que éste se lesiona, como ahora. La prensa dedicó portadas enteras a documentar cada paso y cada reacción de la modelo en cuestión, de John Terry y de su esposa y su familia, de vacaciones en Dubai. Es justo esta mujer, quien a diferencia de Cheryl Cole, quien en la narrativa periodística—basada primordialmente en especulaciones, fotografías y revelaciones de fuentes cercanas— pasó de ser la esposa engañada con la que el pueblo se congraciaba, a la frívola interesada que perdonó inaceptablemente el engaño descarado de su marido con tal de continuar su ostentoso estilo de vida WAG (Wife and girlfriend).
En el imaginario colectivo de los británicos, Ashley Cole y John Terry son el epítome del futbolista del siglo XXI: el deportista millonario que demanda reverencia perpetua, con un ego cuyo tamaño es sólo rebasado por el de su exorbitante salario; decenas de patrocinadores buscando su imagen; una vida rodeada de lujos, comodidades y placeres; un constante sentido de impunidad y excepcionalidad; y un laxo sentido de la responsabilidad. Son pues Cole y Terry representados en el discurso periodístico como la antítesis de la integridad, el compañerismo y el juego limpio que supone el deporte. Pero más allá de que su conducta sea reprobable, la pregunta que se hacen muchos comentaristas es ¿está obligado el futbolista a rendir cuentas de su vida fuera de la cancha? ¿Están moralmente obligados a conducirse intachablemente porque son modelo a seguir para las nuevas generaciones? ¿Debe la carrera de un futbolista y el ambiente en un equipo depender del peso específico de decisiones que competen a su vida privada? ¿Cuál es el impacto real de los escándalos de los tabloides en los resultados deportivos?
Sin duda, en la sociedad del consumo, el deportista se vuelve una marca que depende de sus éxitos y fracasos deportivos. Los dueños de los equipos capitalizan la popularidad y buena imagen de los jugadores de fútbol para posicionar su marca, por ello en el Chelsea estallaron contra Ashley Cole, a quien se le impuso una multa por involucrar a personal del club para intentar tapar sus deslices y que no se filtraran a la prensa. Pero el mayor impacto de los escándalos sexuales se está dando, justo, en el terreno en deportivo, ése en el que el compañerismo es fundamental, pues tan sólo en el Chelsea molestó el comportamiento y traición de John Terry para con su mejor amigo. Por lo pronto Terry no sólo se ganó una reprimenda de Fabio Capello, sino que la preciada capitanía del equipo inglés le ha sido retirada, que luego de este escándalo pasó a manos de otro futbolista de no menos dudosa reputación extra-cancha: Rio Ferdinand.
Pero aún no terminaban de discutirse las posibles consecuencias que traería al equipo el retiro de la capitanía de John Terry, cuando Wayne Bridges, la ‘víctima’ de los andares de Terry con la madre de su hijo, levantó polémica tras anunciar que se auto-descarta para ser convocado a la selección de Inglaterra a fin de no distraer al equipo luego de este asunto, a menos, claro, que John Terry no sea convocado. Por si fuera poco, este fin de semana, cuando el Chelsea de Terry y el Manchester City de Bridges se enfrentaron, los canales de televisión que usualmente transmiten publicidad en los minutos anteriores al partido, enfocaron el preciso momento en el que, en el saludo rutinario de los jugadores de ambas escuadras, Bridges evadió deliberadamente la mano de Terry, que se disponía a saludarlo como a todos los demás, ante la mirada atónita de los árbitros, el estadio entero y los televidentes. Tal acción de vida privada llevada a las canchas rebasó los territorios de la prensa sensacionalista, para ser ahora blanco de comentarios en la prensa deportiva. Aficionados y comentaristas hoy dividen su opinión, entre los que consideran que Terry ha avergonzado a la selección y debería retirarse del Mundial; los que congratulan a Bridges por su honor y por sacrificar su carrera en la selección para evitarle distracciones al equipo; y en el extremo contrario, quienes le reprochan su falta de entrega y profesionalismo al olvidarse de dejar su vida privada en el vestidor. Lo cierto es que, sin Cole y sin Bridges en la zaga lateral para acompañar a Terry en la central, ya hay quienes vaticinan un fracaso de la selección inglesa en el Mundial. ¿Podrá la selección de fútbol concentrarse al máximo de cara al mundial con los tabloides a la caza de nuevos escándalos, que los jugadores mismos instigan con su comportamiento?
Ciertamente, en un país con una muy acendrada cultura de celebridades ‘basura’ y con una prensa igual de ocupada en los jugadores que en las llamadas ‘WAG’ –esposas y novias de deportistas famosos que, según reza el mito, son sinónimo de frivolidad, jet set, minúscula ropa de diseñador, implantes de silicón, capas de maquillaje y piel anaranjada— los entrenadores deben imponer disciplina de hierro y tener paciencia de santo, hacerla de nana al tiempo que de estratega, capotear a la prensa deportiva y evitar a toda costa los poderosos tentáculos de la prensa sensacionalista. Cuánto debió haber respirado el antecesor de Capello, el sueco Sven-Göran Eriksson al llegar a México y sólo tener qué sortear la relativamente tibia crítica deportiva mexicana, dada su mala experiencia con la obsesión de los tabloides británicos con su vida privada.
Por supuesto, más allá del cuestionamiento al comportamiento de los futbolistas, o a los posicionamientos morales que uno tenga sobre monogamia, matrimonio y ejemplaridad, desde la ética periodística las respuestas de los diarios sensacionalistas no llegan. ¿Cómo justificar la revelación de la vida privada de figuras públicas bajo el argumento del interés público cuando son los tabloides mismos los que pagan cantidades estratosféricas a los cazadores de fama para mantener funcionando su fábrica de escándalos? Las preguntas sobre si las celebridades tienen el derecho a la vida privada van de tándem con la del papel de la prensa en la construcción de la celebridad y el escándalo. El futbolista estrella—y en general, todas las estrellas fugaces del populoso firmamento de hoy—se construye a través de la exposición mediática y sus rutinas harto conocidas, cuya duración es cada vez más corta. La prensa produce íconos desechables y reemplazables a partir de fama efímera y artificialmente creada, la prensa los persigue insistentemente, registra sus movimientos, les confiere un halo de superioridad y de poder, les adula y consiente hasta que reclama su pago: el de que, cuando estas estrellas se han tomado demasiado en serio su fama, la prensa tiene derecho a juzgar, criticar y demandarles comportamiento ejemplar, uno que vaya a tono con el perfil del lector –liberal o moralista—o el posicionamiento editorial que más ejemplares venda. Es la prensa la que los eleva al firmamento para luego dejarlos caer estrepitosamente del trono en que los coloca, y criticarlos luego por sus delirios, arrogancia, autocomplacencias e inseguridades. Esta es una prensa que quita y pone, juzga y condena, endiosa y apalea, corona y destrona en el mundo de la celebridad, la política y como se ve, el deporte. Atrás quedaron los méritos deportivos y la actitud en la cancha. Ashely Cole y John Terry le han traído más dolores de cabeza a Capello que cualquier penalty fallado en un mundial.