por Sara Lovera / Desde Abajo
¿Quién entiende sin derramar lágrimas de rabia? Me pregunté la tarde del lunes cuando iba a escribir este artículo.
El domingo, espléndido, organizaciones y personas reunidas, lanzando al aire globos blancos, ramos de flores para las víctimas, discursos elocuentes, agradecimientos por la oportunidad de contribuir a esa liberación.
Ahí, personal y simbólicamente presentes los 12 liberados; ahí el discurso esperanzador de la voz de Trinidad Ramírez, una mujer alzada y contundente quien leyó la proclama que urgía a sumarle a la alegría por la liberación de los presos que la lucha sigue; presos políticos que en la Cárcel de Alta Seguridad de Almoloya vieron más sobre injusticia que todos los ojos y los recuerdos de dos siglos de esperanza liberadora que se hacen cargo de los tímidos avances y su máxima esperanza.
El escenario fue el auditorio ejidal Emiliano Zapata de San Mateo Atenco, el que retumbó con música de aquélla, de mis tiempos, y la guitarra del grupo Los de Abajo. También los discursos, el anhelo renovado.
El encuentro con los que no se doblan, con los que esperan. Parecía que por instantes quedaba a un lado el dolor por el miedo a que fuera verdad e inamovible el dictamen de los 112 años de cárcel para Ignacio del Valle, quien una y otra vez insistió en que nos urge una sola voz, una sola lucha, un solo cuerpo para enfrentar al presente. Fuerte y altivo, mis ojos lo vieron directamente por primera vez.
Todo estaba lleno, por qué no decirlo, dijo Trini. Sí llenos de triunfo y renovados en la tarea de la transformación social, siempre utópica, pero refulgente. Así fueron comprometidas las manifestaciones decididas para ir a liberar de la amenaza de cárcel a América del Valle, hoy exiliada por perseguida política.
Nos pegó el sol. Cientos de personas atentas. Había alegría. Se había conseguido, como dijo la querida Trini liberar de la cárcel a 12 personas. Falta, sin embargo, la verdadera justicia, la reparación del daño que significaron cuatro años de vida en el encierro, cuatro años de despojo de la libertad, cuatro largos años en las mazmorras y en la oscuridad. Alguien anunció que uno de ellos tenía dos días montado en una bicicleta, tomando el aire que se le negó durante 48 largos y temibles meses. Apresados por la insensatez y el autoritarismo de unos cuantos.
La voz aclaratoria cayó como una verdad inobjetable: violencia infinita de los poderosos en respuesta a quienes sólo defendieron la tierra y triunfaron en 2001; luego, sólo por apoyar a 18 floricultores que querían vender aquel 4 de mayo sus productos, fueron reprimidos, encarcelados y perseguidos. Pero ya, todo había terminado. Todas las personas presentes estaban bien alegres, hasta felices por instantes.
Pero, 24 horas después nos inundó la miseria. La Suprema Corte de Justicia de la Nación dictaminó que fue Constitucional la desaparición de Luz y Fuerza del Centro, negó el amparo interpuesto por los trabajadores; constitucional el cierre ilegal, la ocupación policiaca, la pretensión de desaparecer al Sindicato Mexicano de Electricistas. El golpe pretendidamente legal que justifica la anulación del empleo de 50 mil trabajadores, el hambre anunciada en un país sin empleo para 50 mil familias.
Sin más. Se legalizó el abuso de poder presidencial y todo por dinero, por ambición, por interés mercenario e incomprensible.
Este lunes se cumplieron 73 días de huelga de hambre. Este lunes un alegato se perdió, pero no se ha perdido el empeño por continuar la búsqueda de la justicia, palabra que empieza a no tener significado alguno en este país, donde todo es posible. A eso invitó la fiesta en Atenco, a reflexionar sobre cómo unirnos. Una invitación para salvar nuestros discursos civilizatorios, donde la solidaridad sea real y las acciones visibles.
Se trata de un galimatías ininteligible, se trata de oponerse a un sistema, que como dijo el presidente Rafael Correa, este mismo lunes, con motivo del 199 aniversario de la Independencia de Venezuela, quien palabras más, palabras menos, definió: nos hablan de globalización de capital y no de creatividad y buena vida de la humanidad; quieren control de tránsito de personas y no la cooperación humana. Un depredador sistema que trabaja por unificar no a la humanidad sino al consumo.
Atenco, el pueblo y sus amigos, estaban realmente alegres, a pesar de que la impunidad campea porque hasta ahora no existe un sólo detenido por el abuso sexual de 24 mujeres. Expedientes que se quedaron en la Procuraduría General de la República; expedientes sin investigación donde la autoridad es cómplice y juzgadora. Violadas y atropelladas mujeres que no son escuchadas todavía y han tenido que hacer un largo recorrido de alegados y pruebas, todavía sin justicia.
Impunidad feroz, porque no existe un sólo señalado como responsable de la detención, pero si hubo juicio y encarcelamiento artero a quienes constitucionalmente tienen derecho a estar organizados, a asociarse, a defender su derecho a la tierra y a luchar por esa palabra exigua llamada libertad.
Atenco y su proclama para derribar la división entre las luchas y los luchadores. Esa urgencia de mirar hacia un amplio horizonte capaz de consumir y desparecer esa rara avaricia de poder que hace de los liderazgos sentirse cómo poseedores de las organizaciones sociales, que la patrimonializan sin vergüenza, ¿cómo desaparecer esa absurda idea de yo soy la verdad. Esa rivalidad por el furtivo reconocimiento que acaba dejando a los corazones vacíos.
Una demanda fundamental en tiempos de tormenta y abusos, en el país de las mil injusticias, en la tierra abierta donde se explotan las minas; la tierra donde caen todos los días decenas de asesinadas y asesinados; la tierra sin salario ni comida; la tierra que quieren conservar miles de hombres y mujeres del campo.
O esos esfuerzos en la Parota que sigue amenazando a un pueblo; la petición reiterada hace 15 años para impedir los asesinatos de mujeres en todo el territorio nacional, víctimas sólo por ser mujeres; esa indignación que produce el robo de urnas en elecciones simuladas; del mismo modo en que se arma al pueblo para deshacerse del pueblo.
Y es lunes, cuando todavía no sabemos si hemos avanzado, sólo se detuvo una injusticia, el golpe contra los electricistas de la misma mano que determinó la liberación de los luchadores de Atenco, sí la Suprema Corte de Justicia de la Nación; la misma mano que condena con su decisión a quienes trabajaron más de 50 años, digo como conjunto, para asegurar que los urbanos habitantes del centro de la ciudad tuvieran esa luz aclaradora, pertinente, necesaria, magnífica que todavía nos alumbra para no caer en el túnel de la ceguera. Este lunes, los trabajadores del SME quedaron abatidos, como si no fueran humanos. Los mismos ministros, la misma sala, con un dictamen semejante. ¿Quién puede entenderlo?
saralovera@yahoo.com.mx
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