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viernes, julio 26, 2024

Desde la ciénaga de la angustia

por Pedro González Munné / desdeabajo

Durante años a los provincianos y sietemesinos se nos vendió la idea de El Dorado. Cientos de millones de dólares se inyectaban cada año del presupuesto federal norteamericano para montar la vitrina que bajo el nombre de “Miami”, pudiera vender la imagen de una comunidad feliz y exitosa, frente a una isla encerrada tras “la cortina de bagazo”.

Una imagen puede más que mil palabras y es por eso que luego de cuarenta años de patrañas, tan pronto una persona se decide a armar sus maletas con el atropellado “mete y saca” de regalitos y pretextos para el perdón, termina el embalaje de la caravana para visitar a su patria, es cuando ante la realidad de su vida perdida, de su tierra, del verdadero descanso de sus muertos, se le derrumban en cascada las mentiras.

Por algo el gobierno federal norteamericano controla las visitas, por algo castiga con altas multas o amenaza de cárcel a sus propios ciudadanos o residentes para vetarles la realidad cubana, por algo complica y enreda los trámites para un viaje de treinta minutos que se convierte en una pesadilla, tragante sin fondo de cientos de dólares ganados a buches de sangre, en papeles inútiles.

Cuba no es un paraíso, no es tampoco tierra de abundancia como los Estados Unidos, a quienes la rapiña en todo el mundo les da la posibilidad de riqueza contra el papel verde que imprimen a montones y cuando no la amenaza de marines siempre dispuestos a castigar a los rebeldes. Pero en Cuba no hay niños hambrientos y sin hogar en las calles, no hay niños drogándose con pintura y detergente, no hay niños analfabetos, no hay escuelas donde se registre como en la cárcel, buscando punzones y pistolas, no hay, en fin, niños sin cariño.

Los cantos de sirena siguen cada día, las deserciones se estimulan en cuanto papel puede entrar a la isla, en cuanta ponzoña puede traspasar en las ondas radiales el azul puro del Mar Caribe, en cuanta mentira insidiosa pueden trasmitir tantos parientes que sacian su frustración y fracaso, aumentando la miseria de otros, o compartiendo la suya con los recién estrenados balseros.

Siguen de rehenes del odio, pretendiendo castigar a otros por sus errores, atraerlos a este atolladero donde se pudren, hacerlos vivir su ordalía de cuarenta años, atraerlos, en fin, a ésta ciénaga de la angustia que es el exilio.

Niños como Elián son sus rehenes, pero pueblos como el cubano, oxidándose la vida en las fronteras del odio, saben defender a los suyos y es por eso que todos hoy aquí, en este mismo Miami, perdemos ante sus olas de amor y de furia, el miedo a la vida, cada vez más en estas calles tristes hay, todos juntos, negros, mulatos, blancos, chinos, hatianos, rubios y tantas manos confundidas abrazando el mismo color rubí de esperanza.

Nuestra sangre podrá teñir las calles, nuestros huesos astillados podrán hundirse en el barro, pero no más Elianes.

¡Gracias Cuba por tus hijos, gracias Patria por tu pasión!

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