por Pedro González Munné / DESDEABAJO
Nunca en mis escasas conversaciones con Fidel Castro lo he escuchado expresarse despectivamente de la emigración cubana, o la comunidad cubana en el exterior, como algunos nos llaman en La Habana y para mi, emigrado por decisión y exiliado por decreto, créanme, es un tema bastante significativo la forma en que se nos aprecia -o desprecia- a los cientos de miles de cubanos desperdigados por el mundo.
A mi modesto entender, el que huyó de la justicia revolucionaria, o amasó fortunas en la industria del odio, la política o el delito, se puede considerar dignamente exiliado, como ellos mismos se llaman. Pero el resto de nosotros, buscando el sustento cotidiano, romeando este pantano prodigioso , plantando flores a sudor y sangre, somos, creo yo, sin sentar cátedra de nada: somos emigrados.
Ahora bien, no puedo entender, cuando la Patria necesita del esfuerzo de todos y cada uno para mantener el presente y preservar el futuro, siguen los burócratas declarándonos a todos exiliados, sin causa pero con motivo y manteniendo aceitados los cerrojos de la isla, con el dolor de la separación de la familia cubana, ya no por bloqueos, embargos u ocurrencias imperiales: sino por decisiones insólitas.
El aporte de la emigración cubana a la economía de Cuba, a sus familias, amigos y vecinos, no puede cuantificarse en pesos y centavos, sino en privaciones por mantener su contacto con la isla, como muestra de que no propugnamos el odio ni practicamos la división, ni siquiera tenemos una intención política -está bien claro que esas decisiones corresponden a quienes se les ha oxidado la vida en las fronteras del odio, defiendo la Patria de todos.
La muestra es como cada vez mas crecen, en los Estados Unidos y Puerto Rico las comunidades cubanoamericanas y cada vez más se incrementan las remesas familiares, los viajes -a quienes les otorgan entrada al país- y los envíos de ayuda familiar de todo tipo. Ese es un voto mayor que el alarde oprobioso de quienes predican aquí o en otros lugares el apocalipsis y la venta del país al imperio.
Digo de nuevo y diré siempre: se impone una política diseñada para el regreso, para la reincorporación de los miles de médicos, ingenieros, profesionales de todo tipo, deportistas, intelectuales, desperdigados por el mundo y cuyo único anhelo es ser parte de ese proceso en el cual se formaron y por las causas que fueran abandonaron hacia otros rumbos: muchos por la confusión de estómago con ansias.
Pero también, hay que ver con lentes de realidad la situación económica actual, la influencia que representaría todo ese capital humano y sus recursos, ganados a sangre y fuego en el exterior, en la construcción de comunidades de retiro, en las vacaciones familiares, en la atención médica a ellos y sus familias, en la educación de sus hijos y nietos, en fin, en la construcción de su vida, de nuevo, en la tierra natal.
Mientras las decisiones permanezcan en manos de quienes viven de la industria del odio, de aquellos que nunca ven más allá de las ventanas refrigeradas de sus oficinas, mientras los puentes estén manos de quienes hacen millones con la industria de viajes y ayudas familiares, regando centavos a sus contrapartes cubanas, primarán el dolor y el cisma.
Y repito, mientras las voces que se vendan aquí sean las de grupos de doce auto titulados apóstoles en contertulias de rincones de la comunidad que nunca ven la luz del trabajo y el sudor de la emigración: seguiremos siendo un pueblo separado por el rencor y la fobia de un pasado que si bien es real, no tiene derecho a preservarse en el camino del concierto pleno de la unidad de todos los cubanos.
De nuevo expreso mi sueño, que espero sea el de muchos: una nación con todos y por el bien de todos.