Mi abuelo murió de 90 años. Se levantaba todos los días a eso de las 5 de la mañana. Era uno de esos viejos cascarrabias que necesitaba organizarlo todo. Desde el par de medias hasta el cepillo de dientes tenían que estar en el lugar de siempre. Y ni hablar del trabajo. Con esa edad, todavía daba sus vueltas por el central y se paraba en el tándem a mirar cómo caía la caña, y se viraba para el jefe de turno y gritaba: “¡Dile a los del campo que están cortando pegado a la tierra, mira los turrones!”.
Recuerdo que un día le pidió al jefe del piso de azúcar que lo llevara al cañaveral en corte. Ese día se levantó temprano y me despertó. Quería que lo acompañara. Para él la caña era el futuro de Cuba, y, necesariamente, los hilos de toda esa industria significaban la independencia de la nación. ¡Cuánta razón tenía el abuelo!
Y un día murió, pegado al plantón. Salió a cortar unas cañas para los animales. Tiró dos o tres mochazos y se sentó un rato en el surco a refrescar. Poco a poco se fue quedando dormido, y su cabeza se recostó al camellón. Lo encontró mi abuela, que solía llevarle el café sobre las nueve de la mañana, primero al central; después, luego del retiro, a los corrales de puerco, a las hortalizas que cultivaba, a la escuelita cercana, a donde lo invitaban para que hablara de sus ideas sobre la caña de azúcar y Cuba. Ese era el día más esperado por él. Sus ojos le brillaban cuando se paraba frente al aula.
Ya se sabe que la población envejece y es difícil encontrar un hogar cubano sin abuelos. Incluso, nos ha tocado el privilegio de vivir bajo el mandato de dos presidentes que han superado las ocho décadas de existencia. Primero Fidel Castro, quien a pesar de sus tropezones con la salud, hoy reflexiona para las nuevas y futuras generaciones; luego, Raúl, que hoy cumple sus 80, y tiene la histórica misión de surfear sobre lo ignoto, para lo cual hacen falta ojos y oídos de viejos vigías.
Pero, contrario a lo que pudiera pensarse, Cuba no vive al ritmo de un presidente de 80 años.
Un ejemplo son los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución aprobados en el VI Congreso, que imprimen una dinámica diferente a la sociedad cubana. Y aun recientemente, se ajustaron algunos impuestos y fue autorizada la contratación de personal para todas las actividades no estatales. El objetivo es afincar ese sector a fin de que absorba la mayor cantidad de trabajadores que quedarán disponibles al salir del sector estatal.
Pero estas modificaciones necesitan también consultas, debates, mover hebras dentro de una madeja de trabas burocráticas que el propio Raúl ha denunciado. Algunas, amarradas a leyes; otras, sembradas en la mente de los hombres, quizás las más difíciles de modificar.
Hace apenas unas horas, Raúl y Lula recorrieron el Puerto del Mariel, donde se ejecuta una inversión de más de 300 millones de dólares que permitirá a la Isla contar con capacidad tecnológica para operaciones portuarias de gran envergadura. El propio presidente cubano realiza allí chequeos periódicos y no por gusto informó al recién concluido VI Congreso del Partido de esta obra magistral y su prioridad dentro de la economía cubana.
En su encuentro con la prensa, al término de la visita de Lula, Raúl Castro bromeó con los periodistas sobre su cumpleaños:
«¿Cómo me ven; las muchachas cómo me ven? ¿Cuántos viejos de 60 años hay por ahí que no están como yo?”
Dijo sentirse bien y reconoció que los cambios en la Isla son duros. Precisó que están en revisión todas las leyes y resoluciones que deben modificarse para poder implementar las nuevas formulaciones en la actualización del modelo económico cubano.
El estilo de dirección de Raúl Castro ha movido a toda la sociedad. Los Lineamientos del Congreso fueron debatidos por millones de cubanos que tuvieron la oportunidad de expresarse en asambleas públicas, y cada planteamiento se envió a las altas esferas del país, lo cual también fue explicado por el propio presidente durante su Informe al Congreso.
Raúl Castro cumple hoy 80 años , sin dudas, un privilegio para un hombre que, como Fidel Castro, asaltó el Moncada, llegó en el Granma, subió a la Sierra Maestra y triunfó en una guerra de guerrilla que cambió para siempre el destino de un pueblo. Ahora, con vital y firme paso, toma las riendas de la nación en un momento difícil, cuando es imprescindible para la salud del socialismo soltar los lastres del paternalismo y la burocracia.
Con tantos almanaques pesando sobre su piel, Raúl siente el apremio del camino por andar y se revela, negándose a vivir al ritmo de un hombre de 80 años.