Soy uno de los que ha dejado de creer en la unidad de la “izquierda” partidaria rumbo a las elecciones presidenciales del 2012.
Por más que Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard se esfuercen en decir lo contrario, abajo, sus huestes, están más que confrontadas por lograr que cada cual obtenga la candidatura, fundamentalmente, del PRD.
Y es tanto su empeño, que es probable que cada quien sea candidato de lo que representa, con la evidente consecuencia: el PRI regresaría a la Presidencia de México. Y para que la cuña duela, será con el favor de dos destacados ex priístas.
Así, tal resultado luce tan obvio, tan estúpidamente sardónico, que estoy obligado a levantar todo tipo de sospechas. Parafraseando a mi amigo y agudo periodista, Gabriel Pérez Osorio, esta izquierda tiene un concepto de democracia bastante heterodoxa, donde todo el mundo parece hacer como que hace para que, al final, gane el patrón. Como siempre, pues.
“Vaya usted haciéndose a la idea”, me dijo hace unos días un compañero. De qué, le pregunté yo resistiéndome a caer en la tentación de reconocer la obviedad. “Presidente Peña Nieto”, contestó él. Y ante las evidentes circunstancias…
Y si se quiere, para respaldar el optimismo, suponiendo que la “izquierda” logre llegar “unida” a las elecciones en un baile de disfraces, ¿Cómo le hará para construir en medio año lo que ha venido dilapidando en tres o cuatro años completos y consecutivos?
No obstante, también soy de los que se aferran a la esperanza. Pero, juro, si se cumplen tres meses y nada de “unidad”, podré estar cambiando la papeleta de apuestas y mejor enfocarme a saber si los mayas le atinarán al fin del mundo el año que viene. Al menos ellos sí eran serios.