No exagero al decir que este día lo recordaré para siempre. Los motivos son personales, sin embargo, puedo asegurar que son los mismos que miles, quizá millones en el amplio espectro de mi cercanía física y virtual.
El cese de Megaupload trasciende a una simple anécdota en la red de información global. Su cierre representa la cancelación de un síntoma vital de libertad entre la población que utilizaba la plataforma para toda clase de intercambio de datos en función de todo tipo de usos; el mayor de todos, disfrutar.
De modo que el Gobierno de Estados Unidos se encargó de cancelar su vida en pantalla acusándolos de piratería en detrimento de las corporaciones de entretenimiento; corporaciones que son el sino de la capitalización del arte, principalmente la música, para usufructúo del poder económico. Los afectados somos todos como humanidad en sí misma. Humanidad que disfrutábamos de los beneficios de Megaulpoad para hacer realidad lo que decía McLuhan: “No hay lugares remotos. En virtud de los medios de comunicación actuales, todo es ahora”.
Aquí una experiencia personal:
Mi amigo Rogelio se encuentra de misión en Sudáfrica. Lo conocí hace muchos años cuando estudiábamos Teología con laicos de la Pastoral Social en la Arquidiócesis de México. Un día, luego de una franca amistad de dos años, decidió tomar la vocación misionera y, fervoroso creyente de los postulados de la Teología de la Liberación, se lanzó a las brigadas africanas. La única forma de comunicarnos era internet, una vez por mes, cuando dejaba las aldeas y se alojaba en Ciudad del Cabo para almacenar provisiones y tomar un baño. En el hotel, rentaba una computadora y se pasaba cuatro días contestando correos y renovando la música de su pequeño mp3. Yo le escribía, pero, además, le adjuntaba música en una cuenta de Megaupload donde era más sencillo y rápido descargarla pues vía correo era prácticamente imposible. Le gustaba el rock en español. Lo último que le envié fue una compilación de Jumbo. Siempre me contestaba para agradecerme y contarme, entre otras cosas, que ponerse los audífonos antes de dormir, era la única forma que tenía de seguir en contacto con lo que seguía siendo: su barrio, su familia, sus amigos, sus recuerdos, y la esperanza de volver un día a donde pertenece. La música que descargaba –y que muchos le enviábamos-, le brindaba la posibilidad de transportarse desde el cono sur de África hasta su casa en Coacalco. Ahora no lo podrá hacer más. El FBI determinó que el almacenamiento de datos en plataformas como Megaupload es ilegal, es piratería.
Puedo afirmar sin temor a equivocarme que los sistemas de almacenamiento e intercambio de información como Megaupload, Rapidshare o Mediafire, nos cambió la vida a millones que, imposibilitados económicamente para el consumo de bienes culturales detentados por las corporaciones que demandaron su cancelación, tuvimos acceso al mundo que deseáramos poseer y que pudiera almacenarse en el disco duro de nuestra computadora. ¿De qué está hecho nuestro playlist sino es de descargas?
La cancelación de Megaupload es el primer paso del Gobierno estadounidense, fincado en corporaciones, contra la libertad de información en internet -el último reducto de emancipación con el que cuenta la humanidad. Su antecedente se encuentra en la Ley SOPA que pretende acabar con el disfrute de un número indescifrable de bites que hace posible historias como las de mi amigo Rogelio, alegando la corrupción de los derechos de autor. Es posible que la Ley SOPA no pase en el Congreso gringo, pero está visto que esto no detendrá la persecución de las libertades informáticas, que, a su vez, son derechos civiles. Ese es el fin último del Imperialismo: subyugar las garantías colectivas en función del interés financiero. Poder de unos sobre los otros. Los pocos sobre los muchos.
Pero internet es un campo donde los muchos gobiernan. Si los pocos creen poder iniciar una guerra ahí como si se tratara del desierto de Afganistán, no tienen ni idea (el panista Federico Döring, incluido). Pues, como replicara Anonymous: “We are Legion”.