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martes, abril 16, 2024

Muros: Los abuelitos del twitter (II y última)

 por Tania Meza Escorza

Antes de las redes sociales, la comunicación subversiva, la que estaba fuera de los medios de comunicación establecidos y cooptados por el poder, tenía en los muros el sitio idóneo para expresarse. Aún ahora, la sobrescritura en muros resulta altamente atractiva por la ubicación, por la durabilidad, porque mucha gente lo verá y por trasgresión al orden social establecido.

El siglo XX fue el mejor espacio y tiempo para la extensión de la sobrescritura subversiva. Ya fuera en el marco de guerras e invasiones, como en el de revoluciones y enfrentamientos civiles, la pinta y el graffiti pasaron a formar parte de las armas estratégicas en la lucha política y social.

En la segunda mitad del siglo anterior, hubo dos grandes eventos en que se hizo muy presente la necesidad de comunicarse y la falta de un medio formal establecido para ello: El mayo de Paris y la guerra de Vietnam.

A través de los medios de comunicación impresos, se pudo conocer parte del sentir de los soldados que militarizaban el país asiático por el cual finalmente fueron derrotados. Desde sentimientos de culpa y deseos de volver a casa, hasta sorpresa por las costumbres vietnamitas y deseos sexuales, fueron constantemente expresados clandestinamente por los soldados estadounidenses en las paredes de los cuarteles, hospitales y baños, como una forma indispensable de desahogo.

Sin que los partidos políticos de izquierda, ni de derecha, ni de centro, alcanzaran a comprenderlo, mucho menos a digerirlo, la juventud francesa inunda las calles de Paris con pintas en las paredes que expresaban su desencanto por el gobierno gaullista y la sociedad conservadora en que se pretendía hacerles encajar.

El gran movimiento estudiantil francés tuvo en la comunicación subversiva una de sus principales estrategias de combate. “Prohibido prohibir”, la frase sobrescrita en un muro más famosa de aquel entonces, ha trascendido en el tiempo e influenciado a generaciones posteriores en distintos puntos del planeta.

Con la influencia de estos dos grandes eventos como parteaguas en la masificación de la sobrescritura clandestina, las luchas populares en América Latina contra las dictaduras de los años 70 emplearon las pintas en bardas como parte fundamental de su estrategia basada en el factor sorpresa, tal y como ya había sucedido en el octubre de 1968 en México.

La comunicación clandestina fue la alternativa en Nicaragua, Uruguay, Dominicana, Argentina, Chile, Venezuela, México y muchos otros países que directa o indirectamente vivieron regímenes dictatoriales en los cuales únicamente se permitía la comunicación oficial autoritaria.

Por poderoso y sanguinario que fuera el sistema militarista en cuestión, no tenía la capacidad de vigilar todas las paredes, todos los asientos del autobús, todos los baños públicos, todo el tiempo. Estos espacios fueron tomados por la gente para comunicarse y expresar su desasosiego.

En otras partes del mundo, particularmente en las influidas por el socialismo, esta situación se expandió hasta los años ochenta. Aún cuando el proceso democratizador en Alemania Oriental había iniciado cuando cayó el muro de Berlín, la población alemana había ya tomado este muro por asalto, mediante los mensajes escritos de manera clandestina.

En casi todo el mundo occidental, las décadas de los ochenta y noventa representaron el espacio de transición hacia la democracia, ya sea en lo político, en lo económico, en lo social o hasta en lo personal. Muy pocos lo han logrado. Algunos más están en camino, pero la mayoría continúa peleando contra sus propias inercias.

Son estas inercias las que han contribuido a que las formas de comunicación subversiva se mantengan, ya que existe un verdadero deseo por sumergirse del todo en la democracia, pero sin reconocer que persisten aún formas totalitarias introyectadas en las acciones más cotidianas de nuestras vidas.

La sobrescritura aparece, y molesta a quienes critican, o a quienes se encargan de mantener el orden social establecido. Por eso se ordena borrar cualquier forma de comunicación clandestina escrita, apenas ésta aparezca. Pero las pintas están, y si se les borra, vuelven a aparecer, tal vez en otro espacio, pero vuelven.

Sujetos sociales inmersos en el hartazgo de que nada pase o nada cambie en su entorno, y que reclaman una sociedad menos totalitaria y opresiva, escriben en sitios no diseñados para ello y en un momento en que no se les vea, para emitir un mensaje que será leído por varias personas.

El rechazo a esquemas establecidos, la burla, la ironía, el enfrentamiento, la trasgresión, el ingenio, son fundamentales en la expresión plasmada en lugares no diseñados para escribir, que simbolizan formas dominantes establecidas y que son violados por la tinta, la tiza, la pintura o el aerosol.

Pero estas pintas no sólo manifiestan una crítica o una reflexión social. En estas nuevas formas de agrupación social que subsisten en nuestro mundo sin un rumbo específico que provea de bienestar a todos sus integrantes, el análisis de la comunicación clandestina es una forma excelente de conocer las fallas del régimen social establecido, no sólo por lo que se dice en el escrito, sino por lo que se puede inferir de él. Un mensaje clandestino sobrescrito puede gustarnos o desagradarnos, pero siempre habrá algo que quiera decirnos, algo que proteste contra el discurso establecido que pretende el control absoluto de todo, incluso de la palabra.

@taniamezcor
FB: Tania Mezcor

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