por Luis Frías
Qué culpa tiene una persona de sufrir cada día marchas, tomas de calles, manifestaciones y demás concreciones de la libre expresión. Acudir estoicamente día con día a un trabajo para alimentar a la familia debería suficiente para cualquier persona. Qué necesidad hay de agregar la osadía de sortear los campamentos de, por ejemplo, los miles de maestros que hasta hace unos días ocupaban la plancha del Centro Histórico de la Ciudad de México, como si les perteneciera a ellos y no —según la UNESCO— a la humanidad entera. O como la Plaza Juárez de Pachuca, donde hace algún tiempo estuvieron viviendo unos manifestantes. Desde luego, este tipo de expresiones del derecho a la libertad de expresión cobran mayor fuerza en tiempos electorales. “Vende caro tu amor, aventurera”, decía Agustín Lara. Pero la anécdota supera la coyuntura actual.
Tiene que ver con el perfil que hemos querido, o permitido, que adopte la vida pública de nuestro país, fundada en un tipo de democracia muy peculiar. Para el caso específico de los maestros que tenían tomado el zócalo del Centro Histórico, se trata de una de las muestras más tristes de la forma que puede cobrar el ejercicio del derecho a la libertad de expresión. Todos los metros cuadrados del zócalo ocupados por tiendas de campañas, lonas con lazos, anafres, grabadoras de música, carcachas y baños portátiles. Como se sabe, son maestros que están contra el SNTE de Elba Esther Gordillo. Entre sus demandas absurdas, destacaba la exigencia de que el Gobierno Federal destituyera a la líder magisterial. Digo absurdas porque, viendo más allá de las antipatías generalizadas en su contra, supongo que la mujer ocupa ese cargo con base en algo parecido a la legalidad. Lo curioso fue que, aun cuando amenazaban con no retirarse por ningún motivo, finalmente aceptaron marcharse para que un cantante ofreciera un concierto. Al cabo de unas negociaciones, los maestros cambiaron de postura y se largaron. Qué persuasivos los del gobierno del DF, ¿no?
Pues bien, sucesos como éste, que se replican en miles de ciudades y pueblos donde los oportunistas enarbolan sus derechos para chantajear a gobiernos corruptos, presentan claramente lo que hemos permitido que se quede en las manos de unos cuantos, aunque nos pertenece a todos nosotros. El derecho a la libertad de expresión, en específico, y los derechos civiles y políticos, en general, son un logro conseguido hace muy poco en México. ¿Se imaginan los “cartones” de los periódicos en tiempos del Partidazo? Claro que no es una dádiva de ningún gobierno democrático. La posibilidad de ejercer muchos derechos sin correr —tanto— riesgo de perder la vida, es resultado de transformaciones políticas, influencias ideológicas globales, tragedias nacionales, acontecimientos fortuitos, etcétera. Qué pensarían los miles que desaparecieron durante la guerra sucia de los años 70, sobre sus líderes hoy convertidos en grande trapecistas del hueso. O los maestros que hace medio siglo iban en misión a los pueblos perdidos, de sus pares que pasan la noche en el Centro Histórico del DF o que marchan en Oaxaca, dejando al garete a tantos estudiantes.
Hace un tiempo leí argumentar a José Woldenberg que, a diferencia del pasado reciente de México, donde no había las peleas entre políticos ni los escándalos públicos que hoy vive nuestro país, es preferible el momento actual, donde las palabras, los acontecimientos y las elecciones son ciertas y no meros parapetos. Además de estar absolutamente de acuerdo con este aserto, creo que es necesario dar el paso siguiente y alcanzar que el ejercicio de nuestros derechos en la vida pública sea un poco más civilizado, tendiente a una convivencia pacífica y por el bien común. Hacen falta periodistas, ciudadanos, políticos, empresarios, que piensen en otra cosa que el beneficio propio. De lo contrario, continuaremos viendo cómo maestros se apoderan de las calles que son de todos, para exigir cosas absurdas con el único objetivo de entablar negociaciones extrañas con gobiernos mal reputados. Mientras, la ciudadanía común y corriente tiene que padecer día con día los logros de nuestra democracia.