por Alberto Buitre
El problema con la democracia en México no es político, sino económico. El sistema electoral está diseñado para legitimar la ilusión de cambiar las estructuras que sostienen la crisis con el simple hecho de tachar a un partido diferente al actual.
En tanto la gente se esperanza en el voto, el hambre no cesa, fundamentalmente, porque sea cual sea el candidato, el aparato financiero es intocable. Puede cambiar la política económica, es decir, la forma de distribuir el dinero, pero la impunidad capitalista pervive en detrimento de la clase trabajadora, y a su vez, del bienestar popular.
El esquema político mexicano apunta a la sobrevivencia de los monopolios en aras del “crecimiento económico”. Lo que se hace en cada elección es optar por un nuevo entendimiento del mismo sistema, sin que el sistema en sí cambie. Gatopardismo político. Un círculo vicioso en el que la llamada democracia mexicana ha dado vueltas por sexenios. Así, ya por la izquierda o por la derecha, todo es redundar. En pocas palabras: una farsa.
De modo que no habrá democracia en México en tanto lo económico siga privando sobre lo político.
En ello se explica la candidatura y triunfo de Enrique Peña Nieto. La presencia del priísta no se sostiene en lo político, mucho menos en lo intelectual, pues en ambos terrenos ha sido exhibido y derrotado. No. Lo que sostiene a Peña Nieto es lo económico: la alineación de intereses capitalistas ante la suprema ganancia de seguir saqueando los recursos públicos, humanos, naturales y patrimoniales de México.
De tal manera, lo que estaba en riesgo en la elección del 1 de julio no era la liquidación del régimen capitalista, sino quién de los candidatos aseguraba la continuidad de la actual política financiera, la forma en cómo se jugaba el juego y quién repartía las cartas. Fue claro que Andrés Manuel López Obrador no era la opción de los actuales potentados con su propuesta keynesiana de “mejoramiento” del capitalismo, ni aún con Carlos Slim, el hombre más rico del mundo, de su lado. Entonces el sistema está tan podrido, es tan magro y perverso, que aún asegurándose la supervivencia, no estima la alternancia intermonopólica. Esto de por sí asoma que el sistema electoral mexicano no está hecho para gente, sino para los monopolios.
Y en la fase del imperialismo, los monopolios no se conforman con el liberalismo económico. Ahora exigen su supervivencia mediante la supresión de libertades políticas y civiles que otorgan al pueblo la posibilidad de dirigir su acción contra el centro del interés capital: el poder sobre los modos de producción. Es decir, el poder de colocar en manos de los trabajadores las ganancias millonarias de unos cuantos sostenidas en la explotación, y sobre eso, transformar de fondo las condiciones de vida del pueblo. Entre ellas, la participación directa de todos los sectores sociales y productivos del país tanto en una asamblea realmente representativa, como en las decisiones de la administración pública. O sea, democracia efectiva.
Por eso no basta con salir a “exigir democracia” como sucedió este sábado 7 en la Marcha contra el Fraude, en tanto no se exija la eliminación del régimen económico. El sistema capitalista es lo que domina sobre el ejercicio político y no permitirá que algo ajeno a su estructura cimentada en el Instituto Federal Electoral (IFE) le amenace. No hacerlo, no ir al fondo, no ir a la causa y culpa de la crisis propiciada por este nuevo fraude electoral, significa nunca salir de ese círculo vicioso. Y vendrán unos y otros y otros de cualquier color, y volverán las marchas y los plantones, pero todo seguirá igual.
@albertobuitre