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domingo, diciembre 22, 2024

Mirada de un ecuatoriano sobre México

Mis conocimientos históricos eran precarios y el dominio del PRI, me parecía algo que pertenecía a las costumbres mexicanas. Antes de conocer México, tenía una noción parcial de la literatura y de las ciencias sociales mexicanas. 

«Se tornaba difícil captar los cambios en la cultura mexicana, todo parecía muy complejo.»

por Hernán Ibarra*

*Sociólogo ecuatoriano/Editor Revista Ecuador Debate

Los ecuatorianos provenientes de sectores medios y populares en algún momento de nuestra existencia nos ponemos en contacto con la cultura mexicana. Habremos visto películas y escuchado cantantes; habremos comido tacos y tomado tequila. Los más ilustrados conocerán algo de la literatura mexicana y tendrán probablemente en su acervo a los pintores mexicanos de los años veinte y treinta.

Luego de un reciente viaje a México procuro poner en perspectiva mis impresiones en distintos momentos que han sido tamizados por un contacto con la cultura de masas y la cultura ilustrada mexicanas. En mis años infantiles había leído las historietas y visto las películas de Santo el enmascarado de plata. Como mucha gente, había gozado con las películas de Cantinflas. Tenía ecos distantes de las películas y canciones de Pedro Infante, de los boleros cantados con tríos, del bolero ranchero de Javier Solís y los mariachis, del rock and roll del sesenta. Mis conocimientos históricos eran precarios y el dominio del PRI, me parecía algo que pertenecía a las costumbres mexicanas. Antes de conocer México, tenía una noción parcial de la literatura y de las ciencias sociales mexicanas. Poseía claves y sensibilidades provenientes de Monsiváis, José Revueltas y una versión de lo popular según las historietas de Rius.

1987. Cuando fui por primera vez al DF, pensé que ya había estado alguna vez allí. Una sensación de estar en medio de las imágenes de películas conocidas. Las pirámides de Tenochtitlan y Cacaxtla me dejaron anonadado por su tamaño y me hicieron relativizar Machu Picchu. Disfruté de las lagunas de Xochimilco, del teatro Blanquita y la Plaza Garibaldi. La devoción popular a la Virgen de Guadalupe me dejó profundamente impresionado. No tenía interés en los museos. Pude ponerme al tanto de nuevas tendencias en el estudio del mundo del trabajo y la historia social. La inmensa producción editorial y las librerías me dejaron inquieto por el tamaño de mi ignorancia y compré muchos libros. Había mucho smog impregnado en el ambiente. Sería por eso que un sociólogo pesimista decía que la ciudad era sombría y sórdida.

2003. Después de muchos años volví a ir a México. Mientras tanto mis conocimientos sobre el país se habían ampliado. En los años noventa fui un lector devoto de Monsiváis, y El laberinto de la soledad de Octavio Paz me dejó con profundas interrogaciones y dudas. El aparecimiento del movimiento zapatista en 1994 mostraba una novedad por su impacto mediático y la figura enigmática del Subcomandante Marcos. Cuando viví en Madrid leí con mayor amplitud sobre la historia y la cultura mexicanas reduciendo el tamaño de mi ignorancia.

Caminé mucho por la ciudad y visité algunas bibliotecas. Se tornaba difícil captar los cambios en la cultura mexicana, todo parecía muy complejo. Sentía que la economía informal brotaba por todos los poros de la ciudad junto a la irrupción de los malls y un tráfico torturante. La devoción a la virgen de Guadalupe seguía siendo intensa y vibrante. Visité el Museo de Frida Kahlo y me di cuenta de su vida y el colorido de su pintura. Se vivía un gobierno del PAN que había terminado con el dominio histórico del PRI en el 2000. Conocí Pachuca, una pequeña ciudad que parecía un apéndice urbano pegado al DF.

2012. Viajé a Aguascalientes y después al DF. En Aguascalientes me percaté de la potencia de la obra del grabador Posada. Puse más atención a algunos museos. En el Museo de las Culturas Populares miré una exposición muy divertida: “Favores insólitos. Exvoto contemporáneo”. Las ilustraciones y los textos de los exvotos presentan muy bien la cuestión de la cultura popular católica con escenas muy coloridas. Los espectadores se reían al leer los textos, claro, yo también. Gocé mucho de este arte popular.

Fui a la Casa de Trotsky y la noté descuidada. Me sentí triste por el trágico fin del revolucionario ruso víctima de Stalin. Conocí también el Museo Dolores Olmedo; me impresionaron los objetos que coleccionó esa señora mecenas de Diego Rivera, algo que no sabía.

Como eran los días de difuntos, las referencias vitales a los rituales de la muerte, las comidas, los altares, estaban por todo lado. Pero esto se hallaba superpuesto al Hallowen y a una insólita marcha de más de 20.000 zombis que recorrieron el centro de la ciudad.

También visité el Memorial de Tlatelolco donde se exponían los sucesos del 68. Los objetos, las fotos y los videos de los testigos me revelaron una vez más la importancia de esos acontecimientos ya lejanos pero siempre presentes en la memoria de la izquierda mexicana. Revise brevemente unos papeles sobre el Ecuador en el Archivo Genaro Estrada.

México me gusta pero me agobia al mismo tiempo, le sentí una ciudad más popular y campesina, algo que en otras ocasiones poco notaba o quizá no me daba por enterado. Sentí menos smog. Comí mucha comida en la calle, diferenciando los tipos y sabores de tacos, quesadillas, sincronizadas y flautas. Me gusta el chile aunque por mis dolencias estomacales debo abstenerme de comerlo. Sufrí un día la angustia de un apretón de las masas en el metro. Como en otras ocasiones caminé mucho, fui a librerías pero sentía una saturación y dificultad por encontrar publicaciones que me interesen de veras y sobre todo que las vaya a leer. Una sensación de los demasiados libros en la era digital.

Por poco me atropella un trolebús que se pasó en rojo en una avenida muy transitada cuando iba a cruzarla. Fue una cuestión de segundos (de pronto me salvó la virgen de Guadalupe).

Mientras tanto el PRI ha vuelto al poder tras derrotar al PRD y al PAN. No sé en que irá a parar la llamada guerra al narcotráfico que ha dejado un reguero de sangre.

Esto es lo que puedo destilar de mis espaciados viajes a México, sintiendo que en cada visita soy más sabio, más viejo y ciertamente, mis tics de observador que ve unas cosas e ignora otras.

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