ALBERTO RODRÍGUEZ
México es un país que fue inserto en la economía mundial a través de la violencia. Una conquista a fuego y sangre convirtió a los pobladores originarios de esta tierra en instrumentos al servicio de la acumulación de mercancías en Europa. Desde las épocas en que los españoles se apoderaron de nuestro territorio han subordinado nuestra capacidad productiva a la ambición de los grandes mercaderes europeos. Esto nos ha costado el desgaste dramático de nuestros bosques, selvas y montañas, muchas de ellas destruidas para la plantación de monocultivos y otras tantas para la extracción desenfrenada de minerales. La economía mexicana cuyas bases pueden rastrearse desde la época novohispana fue diseñada para el saqueo, las actividades productivas a las que se les ha dado prioridad son aquellas encaminadas a enriquecer a la burguesía extranjera, minería, monocultivos, comercio exterior. Todo esto en detrimento de los pueblos indios que fueron despojados de sus tierras y condenados a morir o someterse, siempre produciendo para la riqueza de otros, lo mismo Hernán Cortés que las mineras canadienses. Una realidad que se repite una y otra vez hasta la fecha, como desde hace 500 años.
Se puede afirmar que la clase trabajadora en México está sometida a la lógica del desarrollo de esa centenaria fuerza de explotación. El desarrollo de las fuerzas productivas a nivel mundial tuvieron finalmente eco en nuestro país en donde a lo largo del tiempo se ha venido consolidando de forma cada vez más clara el capitalismo.
Sin embargo, no todo es culpa del extranjero. Así como los españoles se valieron de la tribu de los Talxcaltecas para dominar los caminos selváticos del México indio hasta hacer caer Tenochtitlán, hoy en día persiste un grupo de potentados que avalan y colaboran en el saqueo. Una operación que depreda la fuerza de trabajo y el territorio. Según Forbes, son 15 los millonarios que dominan el escenario. Este pequeño grupo de personas acumulan 148 mil 500 millones, prácticamente el 13 por ciento del valor total de la economía mexicana para el 2013. Y lo hacen basados en un sistema tan viejo como el feudalismo: la explotación del trabajo asalariado; cuya faceta más progresista apenas se asoma a la Revolución Industrial con el alquiler de la fuerza de trabajo. Una pagada por horas, según las nuevas disposiciones de la Reforma Laboral mexicana, que pone a consideración de la patronal la asignación de contratos.
Pues bien, son esos 15 los dueños de este país. La aseveración no luce tan radical al considerarse por ejemplo, que el número uno de ellos, Carlos Slim –el más rico del mundo, a su vez-, domina el 80 por ciento de la telefonía fija en México, y el 70 por ciento de la móvil, según la investigadora de ‘ratings’ económicos Moody’s. Por su parte, Emilio Azcárraga, se adueña con Televisa del 80 por ciento del espectro mediático. A su vez, Germán Larrea y Alberto Bailleres son propietarios de todo el sector minero con Grupo Minera México e Industrias Peñoles. Y lo mismo sucede en los mercados de la construcción, la banca, la alimentación y hasta las drogas, cuando en 2011, Forbes incluyó al capo Joaquin Guzmán Loera “El Chapo” dentro de los más ricos del país con una fortuna de 1 mil millones de dólares. Un puesto arriba que el dueño de Banamex, Alfredo Harp Helú.
En contraste, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) afirma que en el país existen 53 millones de pobres, repartidos entre 1, 003 municipios de los 2 mil 400 municipios, que hay en total. Considerando que existen 117 millones de mexicanos y mexicanas, esto representa el 45 por ciento de la población en México. Es decir, que por cada millonario hay más 3 millones 533 mil pobres en México.
Millones de campesinos, artesanos, pueblos indios, obreros y pequeños propietarios cuya vida se les va intentando resistir a esas fuerzas de explotación. Su trabajo se encuentra subsumido a la voluntad de las mismas, muchos de ellos son lanzados diariamente de forma violenta a engrosar las filas del proletariado dentro y fuera del territorio nacional. Todos ellos tienen en común el sometimiento, la discriminación, la explotación, el vivir para servir a los dueños del capital o morir en el intento de evitarlo.
¿Y hacia afuera?
El capitalismo mexicano se encuentra inserto en el capitalismo mundial cuya principal tendencia es hacia la centralización y concentración del mismo. En una palabra: monopolios. Y el papel que México juega en la división internacional del trabajo está vinculado a su sobrevivencia. El desarrollo de las fuerzas productivas y su relativo atraso se explican precisamente porque la mayoría de los sectores económicos están vinculados a ellos.
Y no, o se trata de una falla local o de la incapacidad de los pequeños capitalistas nacionales para hacerles frente. Ni siquiera de los extranjeros. Lo que aquí sucede es que el primer compromiso tanto de los monopolios como de quienes les siguen a la cola, no es con el desarrollo económico y social del país, sino con la ganancia, la plusvalía.
Y el negocio es tan bueno, que los políticos que en teoría gestionan el Estado mexicano, practican más los negocios que la administración pública.
Por ejemplo, según la revista económica Expansión, tres políticos son las personas más ricas del Estado de Hidalgo. El actual Procurador de Justica de la República y ex gobernador de esa entidad, Jesús Murillo Karam, con una fortuna de 4, mil 500 millones de pesos. Le sigue el ex mandatario Manuel Ángel Nuñez Soto con 2 mil 500 millones, y en tercer lugar, el hoy secretario de Gobiernación, Miguel Ángel Osorio Chong, quien acumula una fortuna de 1 mil 500 millones de pesos. Claro, esta investigación data del año 2010, dos años antes que Murillo y Osorio, arribaran al primer círculo de poder en México.
¿Por eso es pertinente afirmar que en el país, la clase capitalista dirige la vida política? Sin duda.
Los capitalistas controlan la burocracia estatal; el sistema electoral y a los partidos que concursan dentro del mismo, actualmente signados bajo el Pacto por México; un acuerdo creado para que, entre otras cosas, se protejan los intereses del monopolismo mexicano, dentro y fuera del país.
El 22 de agosto pasado, el periódico El Financiera titulaba: “ADO se lanza a la conquista de España”. La nota aludía a la compra del grupo mexicano Autobuses de Oriente (ADO) de la empresa de transporte urbano más grande de España, Grupo Avanza. Una transacción basada en negocios que le han permitido ser la segunda operadora de autobuses en México –únicamente superado por Grupo Iamsa-, cubriendo 1 mil 500 destinos con una flota superior a 6 mil autobuses y más de 20 mil trabajadores. Sin embargo “el Grupo ADO no facilita ni publica datos sobre su volumen de negocio o su situación financiera”, denuncia en su editorial el periódico financiero español Cinco Días (grupo Prisa), al dar cuenta del negocio. Y sobre esa base, el monopolio se hizo de 1 mil 885 unidades y tendrá a 5 mil 269 asalariados españoles para aumentar su riqueza.
Y lo mismo pasa con Grupo México, dueña de la minera Asarco, que se ha apropiado de la ganancia del trabajo asalariado de mineros estadounidenses en Tucson, Arizona. O el Grupo Bimbo en China y países americanos como Brasil, Colombia, Uruguay, Venezuela y Argentina, y también Estados Unidos, donde mantiene fábricas.
No. México no es un país “neocolonial”, como afirma algún sector de la izquierda. Tampoco de “economía emergente”, como señala la OCDE. México es un país imperialista, sobre la base teórica que afirma como “imperialismo” la dominación económica de un Estado sobre la clase trabajadora de otro. Es cierto, hay 53 millones de pobres, pero la terrible distribución de la riqueza no le quita esa categoría; por el contrario, el privilegio de sus monopolios agudiza el escalonamiento de las ganancias, en cuya cima, están esos 15 millonarios, cara y vestido de la economía mexicana en el exterior.
Así, los elementos fundamentales de la formación capitalista en México se evidencian más por la fusión del capital bancario e industrial, la transferencia al exterior de una cantidad cada vez más grande de capital, el grado de concentración y centralización de la producción, el tamaño del mercado y la completa subordinación de la economía rural –carente de subsidios-, a la economía plenamente industrial. Habrá que ver el tamaño colosal ejército industrial de reserva para entender la descomposición del mercado interno.
Además, no existen –al menos no son evidentes-, las y los empresarios mexicanos interesados en blindar el negocios nacional de las tendencias de la economía capitalista mundial, una que tiene en crisis a muchos países de Europa que han seguido las reglas planetarias para la privatización de los bienes públicos.
Sin embargo, aún siendo imperialista, este desinterés de los capitalistas nacionales, pone a México en desventaja frente a otros países con quienes se relaciona inter-imperialistamente. Estar enmarcado dentro de acuerdos comerciales y productivos con la burguesía norteamericana, por ejemplo, le da resultado una arrolladora predominancia de las relaciones comerciales de los Estados Unidos sobre los mexicanos. La máxima expresión de esto es el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, dentro del cual se preserva el interés de los principales grupos monopólicos de ambos países en detrimento de los pueblos, con una clara ventaja hacia las corporaciones estadounidenses, por el simple hecho de prevalecer en el juego por muchos más años que sus pares mexicanos.
Y en medio de todo ello, la polarización de las clases sociales y la agudización de las contradicciones entre los capitalistas y los trabajadores. Más de 3 millones 500 mil pobres por cada millonario en México. La cifra espanta por sí sola. Pero lo que a todas luces es la inequitativa e injusta repartición de la riqueza –producida por la clase obrera y campesina-, pretende hacerse pasar como perjuicios de una economía “emergente”. Por eso el problema de la renta mexicana no es la baja producción ni la falta de capitales; su problema, paradójicamente es más humano: es la violencia de la dominación. Lo fue hace 500 años, y lo es ahora. Con la variante que ahora, es México quien también exporta la opresión.