La mandíbula apretada, comprimiendo la rabia, la vergüenza. Él, a risotadas, inclina su cadera hacia ella, y de frente, con su pene escondido dentro del pantalón, se roza contra su falda. Todo va en vivo. Las luces, los colores, la audiencia que es testigo de la escena. Luego intenta alzarle el vestido. Enseguida, las manos del hombre se van sobre el collar de la conductora, y con los dedos toca parte de sus senos. Ella lo aleja, pero él no se va; el show continúa. Ella se harta, arroja el micrófono, termina el acoso.
Si no te escondiste en una cueva en los últimos meses, supiste de Tania Reza, la conductora de Televisa en Ciudad Juárez que sobre la escena descrita marcó uno de los escándalos virales de finales de 2015. En un programa en vivo, enfrentó acoso sexual por parte de su co-conductor. Luego dijeron que todo había sido actuado; sin embargo, la protagonista salió en Facebook a denunciar que habría sido presionada para excusarse. Los comentarios llovieron por todos lados y hacia todas direcciones. Desde quienes la defendieron, hasta quienes la acusaron de ser provocadora. Hasta la Secretaría de Gobernación condenó los hechos.
Ahora la citada persona vuelve a la tarima. Esta vez, siendo la portada para la edición mexicana de la revista Playboy, cumpliendo una norma: el escándalo reditúa. Y en el sistema de mercado en el cual vivimos, el sexo es uno de los principales productos.
Tomar un cuerpo y hacerlo para el disfrute de los otros.
No solamente en lo sexual. Ahí está la madre que sirve, la hermana auxiliadora, la mujer que satisface y procrea. En esta cultura aún dominada por lo masculino, a cualquier mujer no le pertenece su cuerpo, ya que “ha sido reducida y aprisionada dentro de una sexualidad esencialmente para otros”.
Esto no es algo que esté inventándome. Cualquier reclamación favor de acudir con la teórica veneciana Franca Ongaro Basaglia. Esta mujer desarrolló en 1978 un estudio sociológico y psiquiátrico llamado “La mujer y la locura”, donde descubrió que los roles culturales –donde por “cultura” se consideran las prácticas sociales aprendidas– de las mujeres dentro de la sociedad patriarcal sólo se justifican en tanto están dedicados a satisfacer a los otros. Así, en masculino, “los otros”. Principalmente si se trata de la sexualidad.
¿Por qué Tania Reza, luego de ser una víctima evidente en un caso de agresión sexual televisada, ahora aparece totalmente desnuda en la edición mexicana de Playboy, sonriente, complaciente? La respuesta es de ella. Por supuesto que desnudarse para un impreso es legal, si hubiera contrato y consentimiento, no importando de quién se trate si es mayor de edad. Pero no me interesa eso, sino las implicaciones culturales del suceso. Primero algo obvio: me inquieta el hecho de que esta señorita haya desaprovechado la oportunidad de trascender mediáticamente sin la necesidad de mostrar los pechos, algo poco común en el mundo farandulero. He escuchado algunas opiniones similares por ahí.
Dicho esto, consideremos unos datos.
De acuerdo con el Padrón Nacional de Medios Impresos, las revistas que más se leen en México son aquellas donde aparece en portada una mujer semidesnuda (Si nos callamos un poco, podremos escuchar a Basaglia destapando otra botella de vino desde su tumba en Venecia), con titulares del tipo: “como la querías ver”, “Se desnuda para ti”… ¿para ti? De verdad, ¿cuántas revistas de éstas tiene qué consumir un sujeto antes que se comporte como un hombre y sea capaz de convencer por la buena a una mujer real de ir a la cama con él?
Otro dato. En 2010, la ONU consideró a México como el lugar donde más violencia sexual se comete en el mundo. Sobre este asunto, Excélsior entrevistó a Luciana Ramos Lira, especialista en psicología de la UNAM, quien dijo que, en el país, cuatro de cada 10 mujeres han padecido ataques sexuales. Por su parte la Secretaría de Salud federal estima que se cometen en territorio mexicano 120 mil violaciones al año; es decir, que se agrede sexualmente a una mujer cada cuatro minutos.
No digo que mirar estas revistas motive una violación, del mismo modo que escuchar heavy metal no nos empuja a quemar iglesias. Pero de los datos presentados podemos deducir que navegamos en una cultura de violación, donde las industrias culturales y las prácticas sociales sostienen la premisa del cuerpo femenino como modo de consumo.
Cuerpo de mujer, algo que se toma o puede tomarse, en precio, en presentaciones, y de la peor manera, con lujo de violencia.
¿Qué si pasa también con los hombres? Debe ser. Pero no he visto que en los conciertos le griten a un tipo “¡chichis pa’ la banda!” …o, ¿pito pa’ la banda? Tampoco veo los puestos de revistas con hombres semidesnudos en cartones tamaño natural. Alguna vez trabajé para una revista de estas. En los meses que duré ahí, todas las quincenas eran de al menos una sesión fotográfica con una celebridad semidesnuda. Siempre en grande, siempre en portada. Sólo una vez salió un sujeto con traje de baño en una fotogalería… En páginas interiores, sin llamado principal. Me parece obvio que el mercado meta de estas publicaciones, tiene pene.
Para estas alturas habrá quien piense que estoy asumiendo una posición conservadora, criminalizando el cuerpo humano. Se podrá acudir a los frescos renacentistas, donde hombres y mujeres lucían sendos cuerpos desnudos sobre la cúpula celeste. Yo lo sé. Una de mis representaciones favoritas (aunque no del Renacimiento) es la del español Ricardo Falero (Granada, 1851 – Londres, 1896) y sus “Brujas yendo al Sabbath” donde la desnudez expuesta proclama la visión del artista sobre el infierno de Fausto. Una genialidad.
Por supuesto que hay ejemplos contemporáneos donde el arte y el erotismo se combinan en una pieza. Fotografía, modelos de tatuajes, ensayos lumínicos y otros performances de cabaret dirigidos a hombres y también a mujeres en toda su diversidad erótica, donde erotismo se compone, no sólo de piel, sino también de intelecto. ¿La pornografía? No me gusta. Me da hueva. Yo no sé, pero lo asocio con algo que alguna vez dijo Stan Lee cuando le cuestionaron sobre la edición de comics digitales.
Es como unos senos –dijo–, en la pantalla se ven geniales, pero no hay como tener un par en las manos.
Está claro que de Playboy México a Falero hay 400 abismos de diferencia. Pero no tiene qué ser Falero. Vamos, de la edición mexicana de Playboy a la estadounidense hay al menos un mundo que las separa. El estilo editorial, el arte gráfico… las poses de las modelos (que ya no van desnudas) y sus elucubraciones. Mientras la ex playmate Holly Madison describe cómo se reconstruyó emocionalmente luego de un episodio suicida dentro de la mansión Playboy, en México vemos como Tania Reza habla de la dieta que siguió para posar desnuda y ya anuncia que tendrá un programa en cadena nacional. Se podría decir que ya no tiene consciencia de lo que le ocurrió hace unos meses. Y ese es el tema. No somos conscientes, no vemos los hilos delgados que nos arrastran a normalizar la violencia sexual.
¿Opiniones?