BUENOS AIRES – Los Divinos son aquellos que la gente idolatra, no los aman, sino que los «adoran», como si fuesen dioses benefactores o la proximidad a ellos devenga en prosperidad o ascensión de estatus. Es algo así como el «Tanto tienes, tanto vales».
Divino puede ser el rico del barrio, aquél que cuando puede te saca ventaja, el mismo que no es solidario, el que es mezquino hasta la médula, el tipo magnético que atrae a los pobres y no tan pobres de alrededor.
Divino es el galán del vecindario, rodeado de «divinos» menores, mosqueado por la compañía despreciada de los perdedores de siempre, su proximidad es esperanza de ligar las «sobras» que vaya dejando a su paso.
Divino es el lenguaraz del condado, el de la palabra bonita, el de la expresión culta, el de facilidad de boca, el «sabio» sin saber, donde toda su dialéctica termina en la nada, porque habla divino, pero sin contenido alguno. Fantasías nada más…
Divino es el político millonario, exitoso en el mundo empresarial, que aunque tenga cero sensibilidad social, los «fieles» de su secta, cegados por la falsa lumbre obviamente, presumen que su gobierno va a tener el mismo éxito que su holding, por lo tanto seguro, pero súper seguro, que el pueblo va a recibir «algo» de ese divino exitoso.
Divinos, dioses falsos para la masa pagana, pícaros sinvergüenzas para el vulgo expectante sin dignidad.
Así se va desarrollando la vida cotidiana, desde hace muchos siglos atrás hasta la actualidad, esta especie no ha mutado, tanto los divinos como su prole adicta y a causa de ellos pagan justos por pecadores.
Muchas veces cuesta ver la realidad, la realidad de la propia miseria, el escenario de la precariedad en que se sostiene esta «adoración», producto de la comodidad, de la incapacidad, o de la ventaja rastrera.
Caen en su propia trampa, ya que cuando el divino hace lo que debe hacer correspondiendo a su divinidad, los «fieles» caen en desgracia.
Entonces sobreviene la decepción, ilusa decepción, y llega el vitupero, el desprecio y el odio, pero no llega a la altura del divino.
Tanto los divinos, como sus «seguidores» son nefastos para la sociedad en su conjunto, porque a veces los segundos son muchos y sellan el destino de todo un pueblo.
El remedio es la sensatez, la educación en valores y principios, pero es difícil de alcanzar, no se adquiere en las tiendas, sino que se asienta en el alma, en el cuerpo y en la piel con conciencia ciudadana.
No se reniega del que es adinerado por derecho propio y porque se lo ha ganado, tampoco se desprecia al resto que es diferente, lo que enferma es la embriaguez, la voracidad, el desmadre que precede a la hecatombe… la desigualdad entre iguales.
Los divinos y sus adláteres existen en todos lados, en la China y en Europa, en América Latina y en Medio Oriente, no se trata de identidad, etnia o religión, se trata de la humanidad, de la que algunos pocos tienen mucha y unos muchos casi nada.