Las recientes desapariciones de jóvenes en Hidalgo, principalmente en la zona metropolitana de Pachuca, pone a prueba lo que somos como sociedad. Según las estimaciones del Comité de Búsqueda de Desaparecidos, la generalidad de los casos ocurren por ausencia voluntaria; es decir, jóvenes que han decidido escapar de su núcleo familiar por su propio pie. Y aunque el Comité no destaca la causas (podría, si se le inyectara el presupuesto suficiente para realizar un estudio especializado de la mano del gabinete de justicia y seguridad pública estatal. Ojalá.), se intuyen de manera general: la vulnerabilidad de las familias, violencia, acoso, marginación, discriminación al interior de sus casas por razones de género, alcoholismo, en fin. En efecto, la hidalguense continúa dando visos de ser una sociedad violenta. Y por eso se ponen a prueba las capacidades de la Secretaría de Seguridad Pública y de Procuración de Justicia; pero son tantos y tan diversos los casos que, me consta, no hay presupuesto que alcance para contener la marea de inseguridad que pega a Hidalgo, como parte de un fenómeno nacional. No obstante, este Estado se mantiene como uno de los cinco más seguros, a pesar de estar rodado por el Estado de México, Veracruz y Tamaulipas, tres focos rojos nacionales. Aquí tenemos el mejor sistema de seguridad pública posible para un Estado de la República. Conozco el C5i, sé de sus capacidades; sin duda estaríamos mucho peor si no contáramos con este centro de inteligencia. Por ejemplo, hoy en día existe un caso de desaparición cuya investigación estaría muy rezagada de no ser porque el sistema de monitoreo del C5i pudo rastrear buena parte del trayecto de la víctima. Por su parte, la Procuraduría del Estado está viviendo una evolución como hace mucho no se tenía, adaptando su modelo de atención a las necesidades actuales y, como nunca, con una vocación humanista y apegada a los derechos humanos. Es decir, pese a todo, en Hidalgo tenemos razones para confiar en el sistema de seguridad y de justicia. Debemos reconocérselo a Mauricio Delmar, secretario de Seguridad, y a Raúl Arroyo, procurador estatal. ¿Puede mejorar? Siempre. Y hasta el momento, es el mejor modelo posible, con los recursos y capacidades que se tienen. Pero no todo se resuelve con esto. Urge la articulación de las dependencias de Educación, de Cultura, de Salud, Desarrollo Social. La principal urgencia es resarcir el tejido social. ¿Qué pasa con nuestros jóvenes? ¿Qué los empuja a ser vulnerables ante los depredadores? No todo se resuelve con cámaras y policías. Ojalá un día dejáramos de depender de eso. El especialista en combate al narcotráfico, Edgardo Buscaglia, afirma que es imposible acabar con la delincuencia; más bien el reto es que esa delincuencia baje a los niveles de Finlandia, de Japón. Cada poder, junto con la sociedad, requiere hacer su parte. Comenzar, por ejemplo, en las familias debemos hablar de estos casos sin alarmismos; discutiendo sobre los riesgos, los horarios, acordando, democratizando la convivencia familiar, erradicando la violencia de todo tipo. El hogar debe ser un lugar de refugio. La calle debe ser un lugar de motivación, con teatro al aire libre, talleres de hip hop, stand-up de sexualidad. Imaginemos cosas chingonas, diría el Chicharito. Hagamos cada quien lo que nos toca. Aquí sí, depende de todos y de todas.