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jueves, noviembre 21, 2024

APRENDER sin ESCUELA – Parte 1

Entrevisté a una mujer que decidió nombrarse Doula Nacer Dignos; ella vive en Hidalgo y entre sus ocupaciones están ser mamá, doula (acompañante durante embarazo, parto y lactancia) y narradora oral; también hace fomento a la lectura y colabora con dos empresas en sus actividades de marketing digital.

Durante esta cuarentena, ninguno de sus cuatro hijos se ha visto obligado a levantarse a las 7:00 a.m. para tomar clase frente a una pantalla ni a hacer cientos de tareas. No, no es que su escuela haya suspendido labores, sino que nunca han pisado una escuela, o al menos no como la conocemos actualmente.

Doula decidió compartir algunas reflexiones en torno a la educación no sólo como madre de niños desescolarizados, sino también como una mujer que acompaña a familias en sus procesos de crianza y que tiene incursiones con los infantes en distintos procesos educativos. Afirma que, como narradora oral, le ha tocado visitar muchas «jaulas» y tener contacto con niños(as) y sus familias.

Cuando la escuela no era una jaula

Según Cristina García-Tornel, el origen de la palabra escuela se remonta a la antigua Grecia, donde los helenos dividían la jornada en tres partes o realidades: a la primera la denominaron ascholía, comprendía las horas que se dedicaban al trabajo. El periodo de descanso se conocía como anápausis, mientras que el skholé era la parte del día reservada al ocio o vacación.

Cristina cuenta que Aristóteles, en su Política, refiere que el descanso se ordenaba al trabajo y el trabajo se ordenaba al ocio, que encerraba en sí mismo “el placer y la vida bienaventurada”. A diferencia de lo que actualmente entendemos por ocio, los griegos asociaban el tiempo libre con el aprendizaje, pues esos momentos los consagraban a actividades que sirvieran para cultivar el intelecto, el espíritu y humanizarse. El ocio era considerado el espacio idóneo para alcanzar la plenitud personal y, por ende, la felicidad.

Con la finalidad de alcanzar la plenitud y la felicidad, grupos se juntaban para discutir sobre filosofía y otras artes, guiados por algún maestro que les incentivaba a reflexionar y meditar. Según expone Cristina, la música y la contemplación eran las dos grandes actividades del ocio.

Con el tiempo, la palabra skholé pasó de dar nombre a una actividad a aplicarse al lugar de encuentro. Los romanos latinizaron schola, que en castellano adquirió la forma escuela.

La decisión de desescolarizar

Desde hace 15 años, Doula y su pareja optaron por una educación para sus hijos que fuera vía hacia esa plenitud de la que habla Cristina, pero también basados en información clara y contundente: «No es sorpresa ni es un dato oculto que, en la calidad de la educación, México ocupa el número 102 de 137 países analizados, y en ciencias y matemáticas ocupamos el lugar 114 de 137«.

«A pesar de que en México se destinan recursos financieros grandes, incluso por encima de la media de otros países, que suele ser del 11 por ciento; nosotros en México destinamos hasta el 17 por ciento del gasto público en educación«, afirma Doula, enfatizando que su decisión de desescolarizar, está basada en estas mediciones que, en nuestro histórico y en comparación con otros países, demuestran una deficiencia clara y contundente que no tiene su causa en la falta de recursos sino en la visión de la educación.

Los datos que mi invitada comparte, sustentan una de sus afirmaciones: «La educación en México no está en viviendo un colapso por el coronavirus, la educación en México ya estaba colapsada».

El disparate de la educación a distancia

Debido a su cercanía con niños(as), jóvenes, padres y madres que se acercan a ella pidiendo orientación durante esta cuarentena con respecto a la educación en casa, Doula observa una tendencia constante a confundir el aprendizaje, que es una característica natural, con ir a la escuela. No podemos evitar aprender a menos que tengamos alguna discapacidad intelectual.

«Los padres, preocupados por el rendimiento de sus hijos en temas educativos, han olvidado que los niños no dejan de aprender. Entonces creen que cuando no van a la escuela, no están aprendiendo. Además sienten que no son capaces de enseñarles lo suficiente o lo adecuado», afirma Doula.

Hablamos de las familias que están exigiendo a las escuelas, públicas o privadas, que les envíen recursos educativos o que se suplante el aula. Ella observa que hay una discordancia entre lo que se pide, lo que se recibe y lo que se responde. «Al parecer el principal síntoma que hemos observado es que los docentes no tienen las capacidades suficientes para proponer un sistema de educación a distancia con los recursos tecnológicos ya existentes y no tendrían por qué tener estas capacidades resueltas, puesto que la educación en México no tiene un enfoque de comunicación a distancia, de tele-educación«.

De acuerdo con mi invitada, otro punto importante a tomar en cuenta, es que los(as) docentes se enfrentan a alumnos(as) que son nativos(as) digitales de «alguna manera», pongo esto entre comillas porque, como bien señala Doula, los niños y niñas son consumidores de productos digitales más no creadores, pero tienen un habilidad para hacer uso de los recursos tecnológicos.

En tercer lugar, Doula menciona algo que no podemos perder de vista: que concebir el aula física como el espacio por excelencia para que ahí tenga lugar, de manera presencial, la educación en México, hace que resulte una utopía, un disparate pretender que en un mes, en dos meses, tengamos una educación a distancia de calidad.

«¿Entonces qué sucede? Los padres caen en la desesperación de pensar que sus hijos no están aprendiendo, que están perdiendo la estructura de su vida, aburriéndose y que ellos mismos están perdiendo el control de lo que sucede en la vida de sus pequeños», comenta Doula.

Estos padres y madres que menciona, son un extremo de todo un grupo diverso, pues, como ella explica, no hay dos ni tres tipos. Sin embargo, «al otro extremo», se están gestando historias y posibilidades de vivir la educación más allá de la escuela.

Continuará…

 

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