Don Marcelino viene de Ixmiquilpan. Ya es grande, no sé, tendrá unos setenta años o casi. Lo encontré en la céntrica calle de Guerrero vendiendo sus productos de palma, sobre la banqueta. Zacates, sopladores, cruces de ornato. Apenas unos cuantos pasan rozando su sombrero, sin detenerse. No vende, o casi nada. El coronavirus tiene recluida a la gente que ni se asoma a esta que ha sido, de siempre, la calle comercial de Pachuca y, por tanto, la más transitada. ¿Y ahora? ¿Dónde están todos? En sus casas. Se lo explico al Don, quien apenas oye. Está prácticamente sordo; le hablo, pero no nos entendemos. No sé si logré enterarlo, medio a señas y medio a voces, que hay una enfermedad, que las personas se mantienen en sus hogares mientras dura el virus. Y es que, a pesar de tanta cosa con coronavirus de aquí para allá, Marcelino no sabía absolutamente nada. Nada. Y aquí está, sentado esperando ganarle unos centavos a la gente que no está.