Ojalá fuera alguien como tú o como yo, sin apellidos extranjeros o, al menos, que no venga de las cúpulas académicas o de la burocracia transexenal. Que no la imponga la secretaría de Gobernación, ni sea cuota de los partidos políticos. Quien encabece al Consejo Nacional para Prevenir y Eliminar la Discriminación luego de la penosa renuncia de Mónica Macisse debe representar las luchas más sentidas de los grupos, precisamente, más discriminados en este país. Ojalá fuera una mujer, afrodescendiente, indígena, feminista, trans, antineoliberal, diversa, con discapacidad, obrera, campesina, migrante y probado historial de resistencia. Debe –es más, debería ser un requisito—, no tener estudios en Harvard o La Sorbona o cualquiera semejante. Debe ser alguien que conozca la calle, que sepa andar las esquinas donde habitan las marginadas de las marginadas. Una sobreviviente. Un reflejo de nuestra necesidad de justicia. Quien quiera que tenga una, dos, o todas estas condiciones. Nomás que no sea otra vez un hombre o una mujer privilegiada que, desde su visión colonial, pretenda imponer lo que cree que es mejor para el resto jodido de México. Y entonces, no caiga en la tentación de hacer foros de racismo con racistas, porque palpa y encarna lo horrible que se siente la discriminación. Sobran candidatas con este perfil. Solo falta que las autoridades tengan voluntad política. Mas, esa es la paradoja: el Conapred, que debería trabajar para equilibrar las estructuras de poder que causan la discriminación, es elegido por el sistema que implanta el poder de una clase sobre otra. Pero ese es tema de otro Editorial.