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domingo, diciembre 22, 2024

La VERDADERA HISTORIA del JUICIO que inició la REVOLUCIÓN CUBANA

La victoria estratégica del asalto al cuartel Moncada en Santiago de Cuba cumple ahora 67 años, tras el revés táctico ocurrido el 26 de Julio de 1953.

Tal victoria la protagonizó Fidel Castro, entonces joven abogado que supo nuclear a un grupo de patriotas decidido a reivindicar la ignominia de un golpe de Estado militar fraguado y logrado el 10 de marzo de 1952.

El propio Fidel Castro denunció el golpe ese mismo año ante los tribunales, en los que asimismo denunció al general Fulgencio Batista. Su denuncia fue desestimada, o peor, desoída.

El asalto a los cuarteles Moncada de Santiago de Cuba -segunda fortaleza militar del país -y Carlos Manuel de Céspedes de Bayamo, que habría de servir de retaguardia a la acción organizada, se convirtió en bandera de lucha vindicativa de las decenas de jóvenes asesinados.

Eran los integrantes de la denominada Generación del Centenario de José Martí, cuyo legado rescataron en aquella hombradía.

La victoria no se logró con armas, sino con la palabra del líder sobreviviente de la contienda.

Dos escenarios tuvo esa gesta de la palabra: el Palacio de Justicia, y un pequeño espacio de estudios de las enfermeras del Hospital Saturnino Lora, en Santiago de Cuba, entre el 21 de septiembre y el 16 de octubre del propio año.

Resultaron los escenarios del juicio de la Causa 37 del Tribunal de Urgencia de Santiago, de Fidel Castro y sus compañeros sobrevivientes de la masacre del 26 de julio y días sucesivos.

Los crímenes continuaron hasta el primero de agosto, fecha en que el jefe de la Revolución que nacía, fue hecho prisionero por un militar de honor, el entonces teniente de la Guardia Rural, Pedro Sarría Tartabull.

La Causa 37, denominado así el Juicio del Moncada, fue la tribuna donde se libró el combate verbal, ganado y consagrado por la historia en el proceso que culminó con la autodefensa: La Historia me Absolverá.
Para el abogado Fidel Castro, el autor de aquella epopeya fue el prócer cubano José Martí.

En una de las sesiones del juicio en la Audiencia, un abogado involucrado en la Causa -sin que nada tuviera que ver con ella, como otros más- había sido acusado de ser el autor intelectual del asalto al Moncada, como portador de un millón de pesos para la causa. Su nombre: Ramiro Arango Alsina.

Este le preguntó al joven rebelde que en ese momento se autodefendía, en condición de abogado, si él (Arango Alsina) le había dado un millón de pesos como autor intelectual.

Fidel Castro -vistiendo en esa instancia del juicio la toga de abogado- respondió: «Nadie debe preocuparse porque lo acusen de ser autor intelectual de la Revolución, porque el único autor intelectual del asalto al Moncada, es José Martí, el Apóstol de nuestra independencia».

Sus palabras sorprendieron a todos en aquella enorme sala colmada de público y militares armados con bayonetas caladas, especialmente a sus compañeros de lucha, muchos de los cuales exteriorizaron su emoción jubilosa, que el Tribunal criticó.

No pocos de los presentes habían participado en el Desfile de las Antorchas, inaugurando el año del Centenario del Apóstol, y a ellos les llamaría el pueblo, la Generación del Centenario.

Luego del interrogatorio a Fidel Castro, a solicitud suya, le fue otorgado el derecho de ejercer su autodefensa, desde el estrado destinado a los demás letrados.
Sería al único que se escucharía denunciar los crímenes horrendos que el Ejército había cometido, defender los principios éticos de la Revolución y dar a conocer minuciosamente sus proyectos.

Eso era insoportable para el régimen porque él, abogado brillante, por demás, exigía que se dedujera testimonio de sus denuncias de asesinatos y demás desmanes cometidos, de manera que sus autores fueran juzgados después.

En ese punto, al Fiscal se le ocurrió peguntarle: «Dígame joven, ¿con qué prestigio político contaba usted para creer que un pueblo entero se le sumaría y más un pueblo tan descreído y tantas veces engañado como el de Cuba?».

Su respuesta fue airada: Con el mismo prestigio con que contaban el abogadito… Carlos Manuel de Céspedes… cuando dio el Grito de Yara… con el mismo prestigio con que contaba el mulato Antonio Maceo cuando se alzó en la manigua redentora, entonces no era el Maceo de la Protesta de Baraguá, ni el Maceo de la Invasión, ni el Maceo que supo predicar que era peligroso contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso, refiriéndose a los Estados Unidos de Norteamérica…
Esa era la tónica de Fidel Castro, líder vencedor. Tanto fue así que el Gobierno mandó al Tribunal que lo separaran de ese proceso, celebrado en una sala atestada de público.

Para ello, debía retirarlo con una disposición médica. Los médicos de la prisión debían cumplirla. De vuelta a la celda, él lo supo. Un médico que no quería violar la ética y consideraba el hecho deshonesto le preguntó qué hacía.

Su respuesta: «Actúe según su conciencia». El médico sabía que, de no hacerlo, le aplicarían al acusado la Ley de Fuga; su vida corría riesgo: El galeno firmó el certificado.

Pero la victoria sería suya, coordinó con la joven revolucionaria Haydée Santamaría y un preso común ese mismo día para que la abogada Melba Hernández entregara su carta al Tribunal.

La misiva fue entregada luego del pase de lista, después que el presidente del Tribunal dijera que Fidel Castro no estaba presente porque se encontraba enfermo… La partida la ganó Fidel, aunque no fue llevado más a la Audiencia.

El juicio para él terminaría después, el 16 de octubre en el pequeño salón de estudios de las enfermeras. Como público, seis periodistas -de ello doy fe- en cuyos órganos de prensa no podíamos publicar nada pues la Censura de Prensa estaba vigente.

Pero entramos, porque había que cumplir con la Ley de Tribunales de Urgencia que decía que los juicios debían ser Orales y Públicos, y a esos fines los seis periodistas seríamos el público.

El 16 de octubre se celebró el juicio, pero el Fiscal, a propósito, fue demasiado parco. Ni él ni ningún otro miembro del Tribunal le hizo preguntas al acusado y abogado Fidel Castro, y él pudo usar todo el tiempo en su autodefensa, alegato conocido para la posteridad como La historia me absolverá.

Fue el colofón de una victoria sin precedentes, discurso improvisado que duró casi dos horas y donde reflejó todo el programa de la Revolución, comenzando por la Reforma Agraria, la Educación, la Salud Pública, la protección al trabajador, la vivienda, el turismo como fuente importante de ingresos para Cuba, y todo cuanto la Revolución triunfante en la Sierra Maestra, el primero de enero de 1959, comenzó a llevar a cabo y continúa.

¿Fue esto o no una victoria sin precedentes del 26 de Julio de 1953?, que los cubanos y amigos celebramos, además de un magisterio jurídico-político trascendental. (por Marta Rojas, colaboradora de Prensa Latina, testigo excepcional de los hechos históricos que narra / DESDE ABAJO MX)

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