Previo a las elecciones, hacen su agosto las empresas que venden resultados de supuestas encuestas, para satisfacer los ímpetus de aquel aspirante que necesita verse favorecido por una opinión artificial. Poco antes de las elecciones presidenciales del 2018, pulularon estadísticas que ponían al tristemente célebre Ricardo Anaya empatado con Andrés Manuel López Obrador; otras se atrevieron a decir que el otro lamentablemente recordado José Antonio Meade, ganaría con dos puntos de diferencia. Al final, AMLO ganó con más del cincuenta por ciento de los votos, doblando la cantidad de sufragios de su más cercano competidor. ¿Dónde quedó, pues, la credibilidad de esas empresas encuestadoras que daban por perdedor al hoy presidente? No importa. Esas «encuestadoras» siguen facturando espejitos. Son las mismas que hoy venden flechitas arriba de cara a los comicios en los que se renovarán las presidencias municipales de Hidalgo. Toman una muestra de cien o menos habitantes, les llaman por teléfono, segregan sus respuestas y hacen creer que tal o cual encabeza las preferencias. Listo. Dinero a la registradora. Sin método, sin fórmula, es más, sin encuestadores. Por eso, si alguien quiere demostrar sus niveles de aceptación con base en un estudio de opinión, dejemos que las instituciones serias lo hagan. En Hidalgo hay profesionales dedicados a las matemáticas sociales que pueden ofertar un estudio a conciencia del clima político en la entidad. La pregunta es, quienes hoy se creen favorecidos, ¿podrían soportar la verdad?