Cortes de energía de hasta 20 horas al día, montañas de basura en las calles, largas filas en gasolineras y frente a los bancos es el panorama veraniego de El Líbano en lo que parece ser una caída libre hacia el colapso.
Los expertos recuerdan que este país, acostumbrado a luchar y pese a una infraestructura desmoronada, salió una y otra vez de la debacle, pero hoy es diferente.
Todos los días hay signos más oscuros con despidos masivos, hospitales amenazados de cierre, tiendas y restaurantes cerrados y crímenes impulsados por la desesperación.
Además, un ejército que ya no puede permitirse alimentar a sus soldados y almacenes que venden productos caducados.
El Líbano se precipita hacia un punto de inflexión a una velocidad alarmante, impulsado por la ruina financiera, el colapso de las instituciones, la hiperinflación y el rápido aumento de la pobreza.
Esto ante una letal pandemia que alcanzó a más de cinco mil personas y causó decenas de muertes.
La situación amenaza con romper lo que una vez fue modelo de diversidad y resiliencia en el mundo árabe, ante la posibilidad de abrir la puerta al caos.
Los libaneses observan un declive tan fuerte que alteraría para siempre la diversidad cultural y su espíritu emprendedor.
En el pasado, la culpa podían achacarla a presiones externas o a la amenaza de guerra de Israel, pero ahora se ha hecho más evidente la dependencia del sector externo con sus 18 sectas religiosas reconocidas, un gobierno central débil y vecinos poderosos.
Siempre estuvo en el medio de rivalidades regionales que conducen a parálisis política, violencia o ambas.
La contienda civil de 1975 a 1990 convirtió la palabra Beirut en sinónimo de devastación y de la cual emergió una generación de señores de la guerra convertidos en políticos de los cuales el país no se libró hasta hoy, estiman analistas y la percepción popular.
Desde aquel conflicto, El Líbano sufrió la ocupación siria, hostilidad de Israel, episodios de combates sectarios, asesinatos políticos y diversas crisis económicas, así como una afluencia de más de un millón de refugiados sirios.
Pero la crisis ahora es en gran parte debida a la situación local, una culminación de décadas de corrupción y avaricia de una elite gobernante saqueadora de casi todos los sectores de la economía.
Durante años se evitó el colapso con incluso una de las cargas de deuda pública más pesadas del mundo, más de 95 mil millones de dólares y equivalente a alrededor de 170 por ciento del Producto Interno Bruto.
Un sistema de poder compartido sectario asignó puestos de acuerdo con el origen y no la competencia o calificación, derivado de lo cual los políticos se sustentaron en el amiguismo, el clientelismo y el patrocinio de sus correligionarios.
«La corrupción se ha democratizado; no está en el centro de un solo hombre», resumió el vicepresidente de estudios en el Carnegie Endowment for International Peace, Marwan Muasher.
Para cada secta hay un sector de la economía que controla y extrae dinero, para que pueda mantener a su grupo feliz, dijo.
Los problemas llegaron a un punto crítico en octubre de 2019, con protestas masivas ante la intención del Estado de aplicar impuesto a WhatsApp, tal vez la gota que colmó la copa de personas hartas de los políticos.
La sublevación popular causó un cierre de bancos y controles informales que prohibieron operaciones en divisas.
Y como resultado una escasez que depreció la moneda nacional a más de 80 por ciento respecto al dólar estadounidense, mientras los precios de los alimentos y otros bienes de consumo escalaron a niveles inalcanzables para las mayorías.
Esa caída representa un colapso épico con un impacto generacional, suscribió en las redes sociales Maha Yehia, directora del Centro Carnegie Middle East.
Si no hay una ayuda financiera del exterior en lo inmediato, podría ser cuestión de meses llegar a un punto en el que el Gobierno será incapaz de satisfacer necesidades básicas como combustible, electricidad, internet o incluso productos básicos, apuntó la especialista.
Hay indicios de hambruna con una disminución de los salarios, en el mejor de los casos, o el desempleo.
A diferencia de crisis anteriores en que naciones árabes del Golfo y donantes internacionales acudieron al rescate, El Líbano está solo.
Los amigos tradicionales de la nación de los cedros no están dispuestos a ayudar a un país sumido en la corrupción y en particular desde que el Gobierno incumplió por primera vez en la historia con el pago de una deuda en marzo pasado.
Un colapso completo de El Líbano amenaza a la región en general y conducir a vacíos de seguridad que podrían ser explotados por los extremistas, anticipan los observadores.
Mona Yaacoubian, asesora principal del vicepresidente para Medio Oriente y África del Instituto de Paz de Estados Unidos, predijo que la situación a la que va el país podría provocar masivos flujos de refugiados hacia Europa y agregar aún más confusión al arco de inestabilidad que se extiende desde Siria hasta Iraq. ( Por Armando Reyes, Corresponsal de Prensa Latina en El Líbano / DESDE ABAJO MX)