Ricardo Baptista González se convirtió en el primer alcalde en Hidalgo surgido de un partido de izquierda, en Tula. (Sí, en esos años 90, el PRD aún era considerado un partido y, además, de izquierda). Su administración pasó sin pena ni gloria, al punto que los viejos grupos políticos tulenses recuperaron pronto el poder del Ayuntamiento. Luego, en la coyuntura del 2005-2006, cuando Andrés Manuel López Obrador emergió como figura nacional de oposición en el escándalo del desafuero y la posterior resistencia contra el fraude electoral, surgió en ese municipio el liderazgo de Abraham Mendoza Zenteno, quien pronto desvaneció la sombra del exalcalde en el perredismo. Entonces, Mendoza Zenteno figuró como el líder de la izquierda en Tula. Por tanto, Baptista González intentó acomodarse en otros espacios. Pasó a Movimiento Ciudadano pero, sin éxito, devino para él el ostracismo. Hasta que llegó Morena y siendo Mendoza Zenteno el dirigente estatal de Regeneración Nacional, recuperó para la región a aquel viejo líder e hizo a Baptista González diputado local. Así, quien fuera el primer alcalde de izquierda en el Estado, gozó de un improbable segundo aire. Pero algo se torció en el camino. Ya no era aquel que a finales de los 80 y principios de los 90 era reconocido por su labor fundacional en el perredismo. Baptista González, sabedor de cómo se manejaba la política entonces, decidió aliarse a quien bien sabía que es uno de los verdaderos enemigos, no solo de la izquierda, sino de la buena política en Hidalgo: el grupo universidad. Quizá fue la desesperación por ver un liderazgo perdido, quizá fue el pragmatismo vulgar, la falta de capacidades o la mera falta de escrúpulos, pero el tulense decidió abandonar todo lo aprendido y cedió todo su capital al reconocido porrismo sosista. De tal modo, fue más que su alfil; se aseguró de ponerse al servicio del hoy preso Gerardo S. C. Su propósito era volver a ser alcalde de Tula y creyó que la Sosa Nostra lo ayudaría en eso. En efecto, tomó licencia y se hizo candidato; pero no lo hizo a tiempo y los tribunales le revocaron la nominación. Acarició su objetivo pero la ambición le jugó en contra. Ahora, con su nuevo jefe político en la prisión, sin curul, sin candidatura y lejos, muy lejos del reconocimiento que alguna vez tuvo, Baptista González vive un penoso desenlace a una carrera política que pudo ser más, pero no lo fue.