A casi un año del golpe de Estado que terminó con el exilio del presidente Evo Morales y la persecución política de decenas de simpatizantes del Movimiento al Socialismo (MAS), el pueblo boliviano se expresó con fuerza dándole el triunfo al exministro de Economía Luis Arce en las elecciones del 18 de octubre.
Hace 15 años Bolivia emprendió el camino de la refundación por medio de una circunstancia doblemente inédita: el primer indígena que asumía la presidencia y la primera vez desde 1967 que un candidato podía imponerse en las elecciones en la primera vuelta.
En diciembre de 2005 Evo Morales logró conseguir el 53 por ciento de los votos, y el Movimiento al Socialismo, su partido, alcanzó la mayoría en el aparato legislativo. Aquello hacía presagiar un cambio total que pasaba por la redacción de una nueva constitución, pues Bolivia venía de graves crisis de gobernabilidad.
Gonzalo Sánchez de Lozada (1993-1997, 2002-2003) y Carlos Mesa (2003-2005) abandonaron el poder antes de terminar sus mandatos en medio de una convulsión social por el mal manejo de los recursos del país que tiene las reservas más grandes de gas en las Américas, pero cuya pobreza extrema en ese entonces alcanzaba al 38 por ciento de la población.
En medio de la euforia por el giro a la izquierda que parecía hegemónico en la región por la aparición de fenómenos similares en Argentina, Brasil, Ecuador y Uruguay entre otros, y cuyo discurso pionero parecía el de Hugo Chávez quien había irrumpido en la escena en 1999, Bolivia se sumergió en una refundación de su sistema político y económico.
En una marcada polarización y con episodios de violencia, la redacción de la nueva constitución se prolongó por tres años y solo pudo entrar en vigencia a partir de 2009.
Desde ese entonces ocurrió el llamado milagro económico boliviano, un esquema que comprobó su viabilidad a largo plazo. Con Morales la pobreza extrema pasó de 38 por ciento al 15 por ciento, se redujo en más del 30 por ciento y la concentración del ingreso, medida según el coeficiente de Gini, pasó de 54.5 en 2005 a 44.0 en 2019. Esto último refleja un logro representativo en la zona del mundo más desigual en términos de promedio.
En 2016, apoyado en una ola de popularidad sin antecedentes desde el retorno de la democracia en 1981, Evo Morales propuso una reforma a la constitución para una segunda reelección.
Aquello fue objeto de una consulta popular donde se impuso el «no» y Morales recurrió a la justicia que sorpresivamente le otorgó el derecho a presentarse para un tercer mandato y a una segunda reelección en los comicios de octubre de 2019.
En medio de un ambiente de fragmentación el resultado lo dio como ganador por encima de Carlos Mesa quien no reconoció el resultado. Al igual que varios sectores convocaron a protestas para denunciar manipulación electoral.
La Organización de Estados Americanos que disponía de una misión de observación in situ, publicó un informe en el cual dejaba entender que se podía haber dado un fraude a favor de la reelección de Morales y, por ende, sugería repetir la elección, lo que el gobierno aceptó, pero los militares habían hecho presión e intimidado a Morales para abandonar el poder.
El informe de la OEA estuvo plagado de errores e inconsistencias como luego lo pusieron en evidencia el Center for Economic and Policy Research y el Laboratorio de Ciencia y Datos Electorales del MIT que publicaron estudios independientes dejando al descubierto imprecisiones graves en el reporte de la Organización de Estados Americanos.
La caída de Morales condujo al gobierno interino de Jeanine Áñez, denunciado internacionalmente por persecución en contra de miembros, militantes y simpatizantes del MAS.
El triunfo de Luis Arce en primera vuelta con más del 52 por ciento de los votos es sinónimo de esperanza para los sectores más humildes del país. Una amplia victoria en estas elecciones generales que le da legitimidad para retomar la senda de reformas y luchar contra la pobreza y la desigualdad, así como un modelo volcado al desarrollo industrial local.
Una agenda que los autores del golpe de Estado de 2019 habían dejado de lado para abrazar el liberalismo económico y la discriminación indígena como política pública. El pueblo boliviano ha decidido.
Tras la elección de Alberto Fernández en Argentina el año pasado, y ahora con la victoria del MAS en Bolivia, el giro a la derecha que empezó hace algunos años parece fuertemente debilitado.
Contrariamente a las múltiples especulaciones, el ciclo del progresismo lejos de terminar parece profundizarse y adaptarse a nuevas circunstancias. Resta por saber qué ocurrirá con los comicios en Chile y Ecuador, determinantes en el mapa político de la región. La democracia y la justicia social parecen imponerse como derrotero tras años de violaciones a los derechos humanos y políticas de austeridad.
(Pierre Lebret y Mauricio Jaramillo / Prensa Latina Paris / Desde Abajo MX)