Debemos entender que la vida cambió. Esto es algo que se ha repetido muchas veces, pero muy pocas personas logran asimilarlo. Los restaurantes no pueden abrir esperando que la clientela llegará como si fuera cualquier enero de hace un par de años. A las escuelas no volverá el estudiantado fingiendo que nada pasó. Las administraciones publicas, entre más se tarden en digitalizar y minimizar todos sus procesos, peor la van a pasar. No. La vida ya no es la misma. Ya no hay abrazos, ni saludos de mano. Y quién sabe hasta cuando volveremos a un concierto o al fútbol. La pandemia va para largo, aún con las vacunas. Las variaciones en la cepa del coronavirus B117 de Inglaterra y B118 en Japón, amenazan la efectividad de la inmunización. Y de todos modos, quienes logremos vacunarnos, deberemos preocuparnos por volver a inmunizarnos al cabo de ocho meses que es cuando se acaba el efecto de la vacuna. Entonces, ¿qué recomiendan los expertos? Confinamiento y distancia. Sí, hay que tener esperanzas en la victoria sobre el virus. Pero de nada servirá si no reformamos nuestros contratos sociales. Hoy más que nunca sabemos que la salud debe ser universal, gratuita, de calidad y de alta tecnología. Hoy más que nunca sabemos que el acceso a las energías y al internet debe ser un derecho humano. Hoy más que nunca sabemos que a solidaridad es la única herramienta que nos mantendrá a flote. La vida cambió. Entre más tardemos en asimilarlo, más prolongaremos el sufrimiento. Adaptarse o morir. ¿Qué voy a hacer yo, qué vas a hacer tú al respecto?