Con el Conde de Regla, primero, y con los ingleses, después, miles de familias de Pachuca y Real del Monte fueron prácticamente esclavizadas en torno a la minería. Cualquier libro de historia de Hidalgo lo señala. Las condiciones de trabajo eran tan precarias que no había diferencia entre un minero y un esclavo de Valle Nacional. Desde la primera huelga minera de 1582 (la primera en la historia de América), la de 1766, el horrible crimen de incendio de la mina de El Bordo de 1920, la huelga de «los encuerados» de 1985 y los cientos de trabajadores, hoy ancianos, que fueron echados a la calle sin pensión y llenos de silicosis, ¿cuántos ejemplos se necesitan para establecer que ser minero en Pachuca era sinónimo de miseria? En cambio, españoles e ingleses que aquí explotaron la tierra se hicieron millonarios. El oro y la plata de la Sierra pachuqueña levantaron los palacios de Madrid y de la Ciudad de México, capital de la Nueva España. De la sangre y el sudor de quienes aquí habitaron se llenaron las viandas del imperio británico y las armas con las cuales expoliaron África y el Caribe. Recordar todo esto implica un breve ejercicio de sensibilidad histórica; la misma que se ausenta de la conciencia de los dirigentes de la CANIRAC, la CANACO y el Consejo Regulador del Paste en Hidalgo, quienes, en su trasnochado deseo realista o su espíritu de súbdito, rindieron un «homenaje» en el Panteón Inglés (sí, el mismo que era prohibido a los realmontenses quienes tenían que buscar un pedazo de tierra para morir lejos de los encumbrados británicos, episodio de Apartheid imperial que unos, sin vergüenza, todavía consideran parte de nuestra «herencia inglesa») a Felipe, Duque de Edimburgo y esposo de la Reina Isabel II, quien murió en estos días a los 99 años. Vaya acto de cinismo conservador. Si este 2021 fuera 1858, estos señores empresarios estarían corriendo a los brazos del imperio para echar al presidente Juárez. O, quizá, siendo los pachuqueños que son, estarían bajo el yugo de sus dueños ingleses, a lo mejor, agradeciéndole a la Corona el favor de tratarlos como animales en su propia tierra. Pero no podríamos juzgarlos porque su evento fue bien intencionado, o citando a Nietszche, un acto de revalorización de lo que el amo considera como bueno.