En los días recientes, circuló un penoso video en el cual algunos jóvenes, borrachos, se tiraban golpes a las afueras de un bar conocido como «Element», en lo que aún se conoce como la plaza Perisur. Claro, la viralización del contenido desató memes y algunos mensajes de preocupación entre el público usuario de facebook. Este es el video:
Y comentan que no es el único. Acá otro ocurrido en mayo:
Vale la pena cuestionarse sobre los privilegios que estaría gozando la administración de este bar, el cual permite la entrada a menores de edad, les vende alcohol y opera con normalidad cuando se supone que en la ciudad se decretó un semáforo rojo epidemiológico. Pero eso no es el motivo de este Editorial. Más bien pretende cuestionar lo de fondo: ¿por qué la juventud de Pachuca opta por embriagarse? ¿Por qué se ha convertido en una práctica habitual y hasta celebrada? Se dice que aquí se bebe bien y en cantidades extraordinarias.
Más, dejémosle esos triunfos al macho acomplejado que se los quiera colgar, e intentemos encontrar respuestas. Al saber de estos episodios, corrieron a mi mente los altos índices de alcoholismo en países desarrollados del norte de Europa, como Inglaterra o los países nórdicos. Esto supone que el alto consumo de alcohol no es exclusivo de zonas pauperizadas como nuestra Pachuca. Pero entre uno y otro caso se encuentra una razón común: una juventud en crisis, que no encuentra salidas, a la cual el Estado le niega medios para desarrollarse.
Hacia el año 2006, el país considerado «más feliz del mundo», Finlandia, destacaba por su alta tasa de muertes relacionada con el alcohol. De hecho, el alcoholismo es la primera causa de muerte entre los hombres de aquella nación nórdica. De hecho, sea verdad o mentira, viralizaron una publicación en la cual el gobierno finés había prohibido la venta abierta de botellas de alcohol etílico a 96 grados por temor a que fuera ingerido.
De manera general, el pueblo y el Estado finés negaron el problema. Y en Hidalgo (como en todo México) ocurre lo mismo. Se ha normalizado a tal grado el alto consumo de alcohol que «echarse un Hidalgo» lo suponen parte del folclor local. Y como versa la conseja popular, todo es broma hasta que deja de serlo. Del consumo de alcohol, Finlandia pasó a tener una preocupante tasa de suicidios.
Pero tanto el alcohol como los suicidios tienen una justificación. De acuerdo con el blog «Big in Finland», la razón de beber hasta los límites se encuentra en la ausencia de oportunidades, o lo que es lo mismo, es que no hay qué hacer:
«Mucha gente comenta que es por el clima y por la cantidad de horas de noche, pero eso simplemente parece un no saber qué hacer con el tiempo. Si sales a la calle a las 6 de la tarde y todos está cerrado o vacío ¿cómo no se va a deprimir uno? El frío no invita ni a ir a la calle ni a moverse, pero eso no es una excusa válida. Si había que coger la bici a -20 para irse a una fiesta lo hacíamos, y fuese el día que fuese. Y los finlandeses hacen cola a -20 en los bares para entrar (cosa que yo sí que veo realmente idiota) los fines de semana».
Los paralelismos entre el caso Finlandés y el mexicano –o sea, el pachuqueño–, radican en una vida que no ofrece oportunidades. La psique del bebedor no se haya en el consumo en sí, sino en los efectos psicosociales que le produce emborracharse. Tomar desinhibe, sí, y es un lubricante social. En un bar, con buena música, risas y sal en la boca, cualquiera puede sentirse el rey del mundo. Y claro que va a querer más. Pero la personalidad que agoniza en un vacío, jamás quedará satisfecha. ¿Cuál es la alternativa, entonces?
Cultura, deporte, recreación, trabajo. No existen soluciones fáciles a un problema añejo y complejo como el alcoholismo. Y, por supuesto, nada se va a resolver en este texto. Hay a quienes les sirve distraer su moral en la religión, pero, tratándose de un Estado laico, su responsabilidad es llenar de quehaceres a quienes sólo buscan una manera de demostrar lo que valen.
Cuando fui presidente del DIF de Pachuca, unas mamás del barrio de La Raza me lo expresaron claro: queremos clases de baile, pintura; mi hijo quiere aprender a usar internet; mi hija quiere jugar fútbol. ¿Qué les parecería un taller de Hip Hop?, es dije. ¡Excelente idea!, contestaron y de inmediato nos organizamos. Hubiéramos podido hacer más con más tiempo. Porque, además, estaba lo otro, lo profundo: la salud mental, a lo que se abocó la heroica brigada de psicólogas dirigidas por la Mtra. Ingrid Guerrero.
Esto no es un manual. En Helsinki o en Pachuca es el mismo fenómeno estructural: la juventud se emborracha porque no hay mucho qué hacer. Porque, al mirar al rededor, hay un páramo vacío e instituciones lejanas, estériles. Y, de alguna manera, qué fortuna que así sea, pues todo depende un tanto de la imaginación y otro de la voluntad política.