Mientras las autoridades se contradecían en el número de víctimas y el saldo de los daños; en tanto algunos personajes ocupaban la tragedia para presumirse en redes sociales en calidad de héroes no solicitados, el pueblo de Tula intentaba volver a sus hogares para rescatar lo que podía, luego de la inundación de la madrugada del 8 de septiembre.
Salió el sol y la esperanza también iluminó. Con un apuro temeroso, quienes aquí habitan se acercaron a sus hogares, midiendo el agua, mojándose los pies; igual se podía sacar al perro, darle agua limpia, la ropa que aguantó colgada, dos o tres juguetitos para las criaturas, algo de comer que no se haya podrido; algo, lo que sea, lo que quedó.
Las escenas siguen siendo desoladoras. Un breve recorrido por la zona, sin embargo, nos arroja la idea de que pronto el agua se irá. Ojalá. La gente sólo quiere volver a vivir su vida, andar sus calles que, por ahora, siguen sin ser reconocibles. Porque se sabe que, debajo del agua, está lo vivido, lo que ha de volver.