El pasado 8 de marzo recibí una llamada poco después de las 10 de la mañana. Al otro lado escuché la voz alterada de Miriam, compañera de trabajo y con quien hablo cotidianamente. “No voy a poder trabajar, me pasó algo horrible”. Pensé que era una broma, producto de su frecuente humor negro.
Pero continuó con su tono de voz, por lo que entendí que hablaba en serio. ¿Qué te pasó?, fue lo único que atiné a preguntarle. Después me platicó de forma deshilvanada que alguien, un hombre joven, la manoseó. Ella se defendió insultándolo y nunca imaginó que iba a responderle sacando un picahielos para atacarla. “¿Un picahielos?”, pregunté, como asimilando lo que me acababa de decir.
Continuó su narración diciéndome que tuvo que correr; esquivar el paso de coches por una avenida y refugiarse en alguna tienda, donde un par de comerciantes impidieron que un loco la lastimara con un objeto afilado.
De pronto dijo que cortaría la llamada porque en ese momento estaba presentando su denuncia ante el Ministerio Público. Me quedé frío. Seguía pareciendo una broma. Sobre todo porque era 8 de marzo, cuando esa misma tarde estaba programada una marcha de mujeres para exigir una vida libre de violencia.
Miriam tuvo que pasar ese día declarando cómo un hombre, tras invadir su sexualidad, la persiguió con un picahielos.
Ya en la tarde las marchas transcurrieron en gran parte del país. Con el puño levantado, miles, quizá millones de mujeres alzaron su voz para pedir que sus cuerpos dejen de ser violentados. Que sus derechos dejen de ser pisoteados por sociedades patriarcales.
Y mientras esas miles de mujeres tomaban las calles, Miriam aún sufría las consecuencias de la pesadilla que sufrió más temprano.
Días después me contó que la agresión sexual y posterior ataque que sufrió en la calle no fue lo único malo que le ocurrió ese día, sino que tuvo que enfrentarse a la resistencia de los policías que la atendieron a que presentara su denuncia.
Es decir, tuvo que afrontar a ese sistema que sigue sin atender con diligencia a las mujeres que son violentadas. Tuvo que verle la cara a policías sin capacitación ni idea de la vulnerabilidad en que se encuentran las mujeres en estos casos.
Peor aún, han transcurrido cinco días y a Miriam no le han dicho qué medidas de protección tiene en caso de que el loco que la atacó la busque para volver a agredirla.
Mucho discurso, pero pocas nueces cuando se trata de garantizar una vida en verdad libre de violencia para las mujeres.